Por Javier Peña
Sangre y arena, rojo y amarillo. Rimas que se vuelven negras. Poemas vergonzantes que, en cada ocasión, componen los renegados de la hispanidad. Una situación para recordar lo que, con tanto acierto, describe una conocida y aleccionadora fábula sobre lo más auténtico del paraíso socialista: Rebelión en la granja.
Así, mientras nuestra democracia duerme sueños de autocomplacencia. En el patio hispano, en nuestra granja, las fuerzas de la modernidad se alinean en torno a unos estereotipos que siempre son los manipuladores del pueblo, convertido en masa. Cambios soterrados que van entregando las riendas de la nación y perturban la función del Estado. Para acabar en vuelos de gallina y embestidas de camaleón, que nos hacen regresar a la oscuridad de la caverna.
Rebelión en la granja, representa magistralmente la falacia humana, en clave de fábula. Una visión de cómo seduce y de cómo acaba cualquier utopía del mal: El paraíso socialista o la supremacía étnica. Someter desde la candidez del converso y los malabares del ilusionista. Algo que, siempre, es una tiranía. La que, aquí, pretenden los reductos nacionalistas y...
Les estorban las reglas que nos dimos los españoles, al inicio del cambio más importante del siglo XX: La transición. Un camino de libertad, configurado como rebelión pacífica, que nos ofrecía la esperanza que necesitábamos. Ya era posible la convivencia de todas las personas y de toda ideología, sin distinción, por razón de credo, sexo, etc. Constitución o Carta Magna que deseaba ser definitiva para variar y salir de la maldición de nuestro constitucionalismo.
Ahora, el patio se alborotó y la autoridad soberana cede a cambios interesados de las reglas de juego, convirtiendo aspiraciones de una mayoría en papel mojado. Sustituir democracia por partitocracia que, por encima de todo, es aferrarse al sillón de mando. Y que, lo legal, se cambie por lo “políticamente correcto”. Aquí no importan ya los costes, ni quién o cuándo se pagarán, sólo cuenta el liderazgo. Un pagar a los extremismos de diferente alcance, signo o color, para someter al patio, sacrificarlo, incluyendo las raíces religiosas o culturales, hasta… como una nueva veleidad, llegar al “rapto del toro”. Una versión, a la inversa, del rapto de Europa y un mismo fin: seducir. Malogrando nuestra ejemplar transición.
España, nuestra muy querida España, cuna de tipismos; se queda con la cuna vacía y con todos los tópicos habidos y por haber de la globalización que ya crecen como la mala hierba. Asfixiando, en el maravilloso jardín de la libertad, frutos de muchas generaciones cristianas.
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