F. Petrarca
"No hay que arrebatar a los humanistas su función de educadores pues son los depositarios de una tradición; la de la dignidad y la belleza humanas". Con esta acertada sentencia de Thomas Mann nos colocamos frente a una situación actual que debería despertar nuestras conciencias. Faltan humanistas que eduquen hoy al hombre deshumanizado.
El término "humanidad" se remonta a aquella palabra latina "humanitas", concepto que surgió vencedor cuando se apagó la cerrada "civilitas" griega. Esta humanitas tiene un nexo muy estrecho con otro vocablo latino frecuentemente usado por Virgilio para describir la muerte: el humus, polvo al que el hombre vuelve cuando concluye su existencia.
De este modo la el mismo significado de la palabra nos lleva a experimentar esa implacable sensación de lo efímero que entraña ser humano. Sin embargo el alcance de esta palabra va más allá, pues humus también posee un significado espacial comparable al de "patria", un espacio en el que ya no existen las fronteras de la polis; un lugar que permite a todos los hombres pertenecer a una humanidad universal.
No es necesario desarrollar exhaustivamente las circunstancias históricas que hicieron posible esta realidad. Baste señalar el protagonismo de Alejandro Magno y de Roma, que al conquistar esa Hélade ampliada por el macedonio, se imbuyó de la grandeza del espíritu griego. Sólo cuando el alma griega se liberó de las cadenas de la polis pudo convertirse en la matriz de una humanidad con horizontes más universales. Es en ese contexto de la cultura helenística donde surge la semilla de la religión cristiana. Siglos después Goethe exclamará con emoción: "todos somos griegos".
Desde entonces ha sido el cristianismo el que se ha encargado de conservar los valores que engendró esa genial amalgama grecorromana y gracias a esa apertura del espíritu cristiano, los clásicos son la base sobre la que descansa la civilización occidental. Porque, como ha dicho el P. Cayuela S.I. en su libro "Humanidades clásicas": "ningunos vaivenes de cambios de gusto podrán hundir el renombre de los clásicos, anclados como están en los puertos de las cosas inmutables y eternas".
Por eso se sintieron cautivados los grandes humanistas del renacimiento; Petrarca, Dante, Erasmo, Vives, Tomás Moro y muchos otros, que como ellos, se dejaron seducir por la belleza del humanismo.
Esa fue la faz de una verdadera humanidad lejana a todo interés mezquino. Sin embargo ahora abundan muchos disfraces de humanidad que intentan esconder la desnudez de una trágica deshumanización. El mundo se transforma en un teatro macabro, cuyos personajes se aprenden de memoria un guión relativista y absurdo, colocándose, por si fuera poco, el antifaz de una tolerancia "absoluta". Parece que el título de la comedia es "La humanidad en progreso…". Pero algún día caerán las máscaras, se apagarán las luces del escenario y se alumbrará la realidad. Entonces contemplaremos una oscura tragedia.
Y entonces, ¿cómo comenzar a construir un mundo más humano? La respuesta está en la formación de verdaderos humanistas. Hombres que se dejen admirar por la verdadera belleza, que busquen la verdad con pasión, que vivan en el bien y que huyan de toda división; que consideren al hombre como un espíritu encarnado y todo lo que esta unión entraña. Hombres que no teman ser filósofos a la vez que científicos, que no teman ser poetas a la vez que teólogos. En resumen, que sean hombres capaces de interpelar a todo el hombre.
Estos son los verdaderos educadores que el hombre necesita, porque, como dice Sófocles, muchos portentos hay, pero nada más portentoso que el hombre…
Desde el Centro de Estudios Políticos y Sociales "Santo Tomás Moro"
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