Una institución eterna:
“Que el matrimonio es institución natural quiere decir que forma parte de lo que el hombre tiene recibido por su propio modo deser, lo cual implica:
a) que, en sus rasgos esenciales, no tiene su origen en la inventiva humana, sino en la naturaleza del hombre;
b) que no es una entre las posibles formas de unión sexual entre personas, sino la forma específicamente humana del desarrollo completo de la sexualidad:
c) que es de Derecho natural y, por eso, la recta razón puede descubrir su lógica intrínseca, sus exigencias jurídicas y morales en cuanto realización específicamente humana;
d) que, en consecuencia, no es una estructura impuesta por las leyes para organizar según determinados criterios las uniones entre personas: es una realidad, con su propia estructura jurídica y moral natural, previa a la intervención (legítima o ilegítima) de cualquier legislador que regule el matrimonio en atención a su dimensión social y a su incidencia en el bien público
(Hervada, Villadrich)
En otras palabras, el matrimonio es el designio de Dios en el principio al crear la persona humana sexualmente moralizada como varón y mujer: “El mismo Dios es el autor del matrimonio (Gaudium et Spes, nº 48). La vocación del matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1.603).
Daniel Cenalmor y Jorge Miras, El Derecho de la Iglesia. Curso básico de Derecho canónico, EUNSA, Pamplona 2004, página 442
Siendo así el pensamiento de muchos cristianos o no, la normativa civil debe respetar y proteger esta concepción de matrimonio, ya que con ello premia la generosidad, la lealtad, la fortaleza en el compromiso;, facilita un ámbito de armonía para el nacimiento, crecimiento, desarrollo y educación de los hijos; proporciona un ámbito de protección al niño, al enfermo y al anciano; y fomenta la formación de ciudadanos estables, con un éxito personal en la elección del amor de su vida, que es la decisión más trascendental e importante que se puede tomar.
Toda equiparación de esta unión, amparada en la naturaleza de las cosas, con otro tipo de uniones, fruto de la invención humana, es violentar la naturaleza humana y una injusticia, fomenta la esterilidad y el egoísmo, y traslada al Estado la atención de los graves daños que acarrea como puedan ser la soledad, el desamparo, el aumento de las conductas delictivas, el desprecio y tráfico del sexo, las depresiones ante el fracaso afectivo y la desatención de los hijos.
Sólo se puede negar el daño que se introduce si uno mismo se saca los ojos para no ver; y, probablemente, como Edipo, tenga que hacerlo para no tener presentes los frutos de su desgobierno.
domingo, julio 16, 2006
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1 comentario:
Frid:
Sigo con entusiasmo tus magníficos comentarios sobre la familia. ¡Enhorabuena!
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