lunes, septiembre 25, 2006

El mal del hombre y la paciencia de Dios.

El mal del hombre y la paciencia de Dios.

Los ateos suelen decir que no creen en Dios porque si Dios fuese infinitamente bueno, ¿permitiría el mal en el mundo? Y se quedan tan tranquilos sin mover un dedo por erradicar el mal, mientras que emplean toneladas de verborrea para eliminar a Dios de la faz de la tierra.

No les vale que entre los cristianos haya personas que hayan, durante todos los siglos, desarrollado maravillosas iniciativas para combatir la ignorancia, la enfermedad, el sufrimiento y la soledad. Para ellos la suerte está echada. Hay mal, luego arrojemos a Dios del mundo por permitirlo.

Son los mismos que eliminan a la mitad de la humanidad para salvar a la otra mitad, que toleran como progreso la figura infernal del aborto, que se callan (cómplices) ante los campos de concentración chinos, ante los asesinatos de católicos en el mundo musulmán, ante la falta de libertad en el paraíso comunista residual de Cuba.

Frente a ellos se levanta un gran misterio: Cristo en la cruz; un Dios que se ha encarnado y ha muerto por ganarnos el cielo... y que ha resucitado. Pero aún sin fe es algo desconcertante: alguien que ha dado la vida por los pecadores.

Y razonan: qué cruel es Dios que permite que maten a su Hijos. Y no razonan: qué grave es el pecado del hombre que para repararlo Dios ha mandado a su Hijo que muriese por nosotros. Y no quieren ver que después de la muerte vino la Resurrección, ni tampoco que la vida del hombre en la tierra es temporal; estamos de paso.

Y, sin querer desentrañar el misterio, quiero apuntar una consideración que nos abrirá los ojos. La naturaleza humana, en cuanto corporal, es mortal. Y si sabemos que el hombre fue creado inmortal lo sabemos porque está así expresado en la Revelación. Nacemos para morir. Y mantenemos la esperanza porque estamos seguros de la inmortalidad del alma. Eso es lo importante: la trascendencia del alma, su felicidad última. Ese incierto destino del alma después de la muerte, del que sabemos muy poco con la luz de la razón y todo lo que necesitamos con la luz de la fe.

Si pensamos lo pocos que son los años aquí en la tierra para todos, para buenos y malos; tendremos que analizar donde está el verdadero mal; y qué saca Dios del mal del hombre sobre la tierra.

Otra luz: Dios nos ama como nos ha creado, con libertad de elegir; y esa libertad es la que nos abre el camino del bien o de la vida; y el del mal o de la condenación eterna. Ahí es donde debemos preguntarnos ¿por qué Dios permite el mal moral; todo mal físico encontrará una explicación y un alivio? Una explicación: la libertad humana; un doble alivio: su temporalidad y su valor redentor desde que Cristo nos asoció a Él en la cruz.

Del mal moral del que no nos arrepentimos deriva la condenación eterna. Pero ahí topamos con la libertad y la gracia divina. Dios ofrece a todo hombre los medios para que vaya al cielo, pero no violenta su libertad. Libre lo creo y libre lo salvará. Pero también, libre, el hombre puede rechazarlo.

frid

Creación y progreso. El hombre moderno opta por acelerar el proceso evolutivo (II).

Creación y progreso. El hombre moderno opta por acelerar el proceso evolutivo (II).

El progreso continuo, definido también como “evolución atea” está sustentado en el aire, mezclando una experiencia científica sobre la evolución de las especies con el saber práctico de aplicar esa evolución, a través de la política, a la esfera social del hombre. Es otro tipo de intento, “la ingeniería social” que pretende acelerar el camino hacia el superhombre alterando sus valores y principios morales, así como la base de su estructura social. Han imaginado un ser con apariencia de humano, insensible al bien y al mal, capaz de estructurarse según decisiones autónomas sobre su sexo de elección contra el sexo de la naturaleza (intentando romper el límite de la barrera natural); la elección de las uniones afectivas (intentando superar la estructura social basada en la familia); la elección de la ética de la mayoría (intentando superar la barrera del bien y el mal de la ética de la naturaleza)

Con este empeño el hombre sustituye las leyes de Dios creador, que admiten un modo de crear no estático y en el que encajan todos los últimos descubrimientos científicos, por las leyes que “desde ahora”, se determinan por el ser más evolucionado de los seres conocidos. El hombre en un empeño colectivo (rememorando al creador) ha hecho suya la ley evolutiva. Y fabrica mundos imaginados donde deben moverse sus peones.

Esos mundos chocan indefectiblemente con la “libertad”. Los peones no dejan de ser humanos, con ideas propias y, por tanto, imprevisibles; con ansias de felicidad y con preguntas sobre la eternidad. Y esos seres son los menos susceptibles a aceptar un experimento. Lo que lleva a los “programadores del progreso”, a los que afirman que ese es “el proceso natural” a imponer las condiciones de contorno para que se realice su experimento. No les sirve el aviso de que ese experimento hará tremendamente infeliz al hombre, su experimento exige sacrificios. No os preocupéis “cobayas” que si no sois felices, la felicidad vendrá mañana para otro tipo de seres, los superhombres, que se moverán por otro tipo de coordinadas.

Yo prefiero creer en Dios, al menos le deja al hombre tranquilo; le propone su felicidad en la tierra, limitada, pero en el cielo ya sin límites; le quiere como es y como ha sido siempre; considera hombre lo mismo a un africano que a un europeo; a un hombre fuerte y a uno débil; a un creyente y a otro que no cree; para todos tiene una meta: la felicidad eterna. Y, todo este mundo creado es “sencillamente” un medio, pero un medio divino para lograr nuestra meta.

frid

Creación y progreso. El Dios de los cristianos y el dios del progreso (I)

Creación y progreso. El Dios de los cristianos y el dios del progreso (I)

Seamos sinceros. El hombre moderno también cree, porque para él es mucho más necesario creer que para los cristianos.

A ver si me explico, nosotros estamos convencidos de que Dios ha creado el mundo y ha creado nuestra inteligencia. Y ha obrado bien. “Y vio que el mundo era bueno”. Por eso confiamos que con nuestra cabeza, don de Dios, podemos desentrañar, algunas veces con facilidad y otras con creciente complicación, algunas de las claves del mundo creado. Y esas verdades logradas con el esfuerzo de los hombres de generación tras generación son nuestro bagaje cultural y científico. Somos ricos de saber por el esfuerzo de nuestros antecesores.

Tenemos el tesoro de la tradición de nuestros antepasados, de un mundo que ha creado un Dios Inteligente, el don de la inteligencia. Además, por ser cristianos, somos depositarios de una serie de revelaciones divinas de orden natural y sobrenatural que nos ponen en una situación ante el mundo infinitamente superior al mero conocimiento humano. Tenemos la ciencia sobrenatural y el don de la sabiduría; si bien ahí ejercemos el don de la fe. Creemos sólo lo necesario, aquello que sólo creyendo conocemos. De las demás realidades somos más críticos que nadie, porque sólo las aceptamos con una explicación razonable y convincente.

Sin embargo, los que se empeñan en justificar el mundo sin Dios tienen que creer en productos de su propia imaginación. Creen en presupuestos humanos fabricados por ellos mismos, con la ilusión de que sea cierta su ocurrencia.

Para eso han deificado al progreso, que definen como una fuerza ciega, un azar que, curiosamente, hace que el universo material se eleve en un orden cada vez superior, del que el último exponente “por ahora” es el hombre. Pero su “mito” del progreso continuo les lleva a creer algo horrible: que después del hombre, mero estadio temporal, surgirá un superhombre, otro tipo de seres que se empeñan en construir manipulando la genética. Curiosos fabricantes del Leviatán, de alguien que una vez fabricado nos mirará como “simios”, nos enjaulará para sus zoos y experimentará con nosotros como seres inferiores.

Paradoja: mi cabeza crea una explicación del mundo que luego impongo como verdad. Es sencillamente un ídolo intelectual, una criatura de la imaginación puesta en el templo de la divinidad.

frid

Acto de fe y la aceptación de la voluntad:

Acto de fe y la aceptación de la voluntad:

Todo acto humano implica una interrelación entre la inteligencia y la voluntad.

Para realizar el acto de fe, por muy razonable que sea el creer, si no quiero no creo.

La fe es, además de un acto sobrenatural, un acto humano: Catecismo de la Iglesia Católica nº 154: Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con El.

El creer no anula la voluntad sino que la mueve hacia una aceptación de la Verdad que le dice el Sumo Bien, que Dios mismo le muestra como razonable. No creemos a ciegas ni afirmando la voluntad contra toda evidencia. Es razonable adherirse a lo que Dios diga ya que es la Suma Sabiduría, y es razonable querer adherirse a lo que Dios nos muestra ya que es la Suma Bondad.

Si nos preguntamos ¿por qué queremos creer?, tendremos que responder que la voluntad no es movida por la evidencia del objeto, sino por una serie de motivos “razonables” que muestran el bien de la adhesión al acto de fe; unos motivos que no determinan ni condicionan la libertad. Para creer Dios ha querido que Él y el hombre quieran.

En el acto de fe hay un querer amar, una relación de afecto y amor a Jesucristo, como transmisor de la Buena Nueva. Pero es que el objeto de la fe es un Dios amable, un Dios redentor, un Dios encarnado que ha querido compartir nuestra vida terrenal, un Dios cercano. El conocimiento de fe no es puramente teórico, es afectivo y enamorado.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la libertad de la fe: nº 160 "El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza" (DH 10; cf. CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados...Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino...crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (DH 11).

Habría que resaltar una y otra vez que la fe cristiana no se impone por la fuerza. La aceptación de la voluntad no es la aceptación de la apariencia, es aceptar unas verdades como ciertas y plasmarlas tanto en la vida exterior como en la interior. La fe riega el obrar, los afectos y el pensamiento.

El acto de fe y la humildad de la inteligencia.

El acto de fe y la humildad de la inteligencia.

El hombre moderno ha añadido trabas al acto de fe debido a la exaltación de su yo. Se ha autodefinido como “la autonomía de la voluntad” y no reconoce que la verdad le pueda venir desde fuera. Es en su inmanencia donde se encuentra cómodo.

Ciertamente ha descubierto en su interior un mundo maravilloso. Se ha encontrado con una imaginación capaz de crear mundos soñados; ha exaltado el arte como muestra de su propia expresión. Ciertamente necesita admiradores que le aplaudan; pero al tiempo no admite críticos que le muestren lo que debe mejorar. No tolera que alguien le corrija o le diga que otros puntos de vista pueden ser mejores. A lo más que llega es que esa opinión, cuando no coincide con la suya, es muy valida como expresión de otra subjetividad.

Nos hemos convertido en burbujas vivientes. Cada uno lleva en su concha todo. Caracoles que no dejan rastro porque sólo viven para sí. Seres incomunicados salvo con una antena para el halago y un escudo para la crítica.

Así, con la sublimación de la “verdad para mí”, qué sentido tiene que venga incluso Dios y me diga algo. Porque si admito la existencia de otras burbujas o caracoles sé que entre nosotros hay un entendimiento inmediato: cada uno tiene su verdad y lo más que hacemos es mostrárnosla. Pero si Dios dijese algo es como si alguien desde fuera, con un alfiler, pinchase la burbuja y nos pusiese delante una realidad universal común para todos. Nos convertiría en unos ojos abiertos a la verdad.

Pero donde hay ojos hay una realidad objetiva que se hace contemplar. Hay algo que está antes que nosotros. Hay necesidad de buscar una explicación anterior a nuestra propia existencia. Y hay necesidad de encontrar una explicación que sostenga el mundo material.

Pero eso ya supone un cierto acto de humildad, en el sentido de una búsqueda sincera de la verdad, además de aceptar la condición de criatura, de ser finito y limitado en la inteligencia.

Esa aceptación de que la verdad no es “mi verdad” sino la verdad para todos me hace grande, rompe mi burbuja y me abre a la comunicación con los demás humanos para una búsqueda común. Eso, en términos de empresa sería “la búsqueda de la verdad en equipo”. Y supone la aceptación de la interdependencia.

Pero también, ese aceptar nuestra condición de “criatura”, de ser dependiente, nos abre a la posibilidad del infinito, a la búsqueda de una verdad superior a la que ya poseemos. Y, si nuestra humildad nos lleva a no poner trabas a la justificación del mundo a través de un acto creador de Dios, nos abre también a la posibilidad de escuchar a ese Dios, nos abre a la trascendencia, a lo que ese Dios nos quiera revelar.

Desde la humildad ascendemos a la Sabiduría.

frid

La Revelación y la Tradición. Continuidad y profundidad el mensaje (III).

La Revelación y la Tradición. Continuidad y profundidad el mensaje (III).

Nosotros creemos lo mismo que creyeron Pedro, Pablo o Santiago, lo mismo que Ireneo y San Clemente Romano, que Ambrosio y Agustín, que Atanasio y Tomás de Aquino, que San Francisco y Santo Domingo, que Ignacio y Santa Teresa, que San Pío X y que el santo cura de Ars. Formamos una continuidad de creyentes pero que hemos plasmado esa creencia en vidas distintas; al modo como la misma naturaleza humana se realiza en muchos hombres para mostrar su riqueza y potencialidad; el cristianismo se vive en muchos cristianos para mostrar la riqueza de la vida de la gracia.

Dentro de la variedad de carismas e inteligencias, hay un hilo conductor único. Al defender nuestra fe, estamos defendiendo lo mismo que los primeros cristianos y lo mismo que defendieron los cristianos perseguidos por los regímenes comunistas.

Esa continuidad en la tradición hizo que Newman se acercase al catolicismo y comprobase que era la doctrina que encajaba mejor con la tradición de los primeros tiempos del cristianismo. Y esa continuidad muestra que seguimos creyendo la misma Verdad que creyeron los primeros cristianos, creemos en el mismo Cristo, amamos a su misma Madre, la Virgen María, veneramos a sus mismos Apóstoles, y “morimos” por si misma fe.
Y esa continuidad en el contenido, con su mayor profundización con los dones que Dios nos ha dado (la fe y la razón) es de la que habla el Concilio Vaticano II continuando la cita de la Constitución Dogmática Dei Verbum: “Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16)”.

Sin tradición, sin fe meditada, asimilada y vivida, no se habría recibido la Sagrada Escritura”. Porque nosotros no creemos en el Libro, sino en el Autor del Libro. Y ese Autor sigue vivo entre nosotros, pero no nos deja abandonados a nuestra suerte, nos asiste con su Espíritu Santo y cuida de nuestra Unidad a través de la Unidad con la Cabeza, con el Vice-Cristo.

frid

La Revelación y la Tradición. La seguridad del católico (II).

La Revelación y la Tradición. La seguridad del católico (II).

Dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática Dei Verbum al hablar de La Sagrada Tradición : “Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva”.

Esto nos llena de seguridad, pero no nos exime de la tarea de profundizar sobre esa revelación.

Y ¿cómo profundizar en las verdades reveladas, y no caer en una religión para cada hombre, en una interpretación subjetiva?

Aquí hemos de acudir a las realidades instituidas por Jesucristo. “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”; “Lo que atares en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatares quedará desatado en el cielo”. Cristo puso al frente de la Iglesia a Pedro y a los demás Apóstoles, al Santo Padre y a los Obispos para que cuidaran de su grey: para que la gobernaran, enseñaran y santificaran. Y, en lo referente a la enseñanza, prometió la asistencia del Espíritu Santo.

Podemos estar tranquilos en ese sentido los cristianos. Cuando pensamos sobre nuestra fe y decimos nuestra opinión sometemos lo que pensamos y decimos a una luz superior. De hecho estamos hablando de algo que hemos recibido, no de algo que hayamos creado nosotros. Y Dios cuida de su depósito a través de los Pastores y de la asistencia de la gracia. Nosotros viviendo la fe somos tradición para nuestros hijos. Y así la Revelación se transmite no sólo como doctrina sino como vida de cristianos.

Además, desde los primeros tiempos, ha habido cristianos que, fieles a la cabeza, han interpretado los textos sagrados y han transmitido la tradición de la Iglesia. Los primeros escritores eclesiásticos están en perfecta armonía con las Cartas de San Pedro o de San Pablo; San Clemente Romano o San Ireneo utilizan el mismo lenguaje epistolar. Poco a poco la doctrina cristiana se hace más teológica, sin dejar de ser ascética, como consecuencia de la necesidad de plasmar la verdad revelada frente a las desviaciones gnósticas, judaizantes (esas ya presentes en los primeros tiempos del cristianismo) o para definir indiscutiblemente las principales verdades de nuestra fe (ya presentes en los primeros credos de la Iglesia). Y eso hace que, para conocer con profundidad la doctrina cristiana, sea tan importante acudir a los Padres de la Iglesia; y también a los santos teólogos que, a lo largo del tiempo, han abierto un poco de luz o un mucho a los contenidos de las verdades reveladas.

Y es que en cuestión de fe, para el cristiano, lo importante es que Dios tomó la iniciativa y habló al hombre. Nosotros tenemos que escuchar y asentir. Mi fe es personal en cuanto que es un don de Dios para mí; pero es Universal en cuanto que creo en el mismo Dios que ha revelado y en las mismas verdades que nos ha comunicado. Y sigo la misma línea continua que he heredado de los primeros cristianos.

frid

La Revelación y la Tradición. La Tradición en la Iglesia y su desarrollo (I)

La Revelación y la Tradición. La Tradición en la Iglesia y su desarrollo (I)

Algunos amigos me han comentado que una gran diferencia entre el catolicismo y el judaísmo con el protestantismo y el islamismo está en el modo de acudir a los textos inspirados.

Los católicos y judíos derivan de una revelación que se ha ido plasmando en los “libros” a través de la Historia. Y ambos han tenido una larga tradición de interpretación de los textos sagrados. La Ley interpretada sólo como letra, mata, el Espíritu vivifica.

Los protestantes, con el principio “sola scriptura” se apartan del árbol de la tradición cristiana. Y, con la noble aspiración de ir al principio de la revelación de Cristo, se encuentran fuera del “principio” de esa revelación, de esa enseñanza oral que fue transcrita parcialmente en los Evangelios.

Los musulmanes se amparan en la “literalidad de las palabras” del Libro, de ahí que sea vital no perder la lengua en la que fue escrito el Corán por Mahoma. E, incapaces de interpretar las duras palabras del Corán, se hayan visto impelidos a defender su doctrina con la razón de la fuerza, ya que la fuerza de la razón implicaría interpretaciones muy difíciles de asumir por una persona razonable o la alteración y modificación del discurso del Profeta.

Es lógico que el judaísmo sea el sistema religioso más congruente con el cristianismo; son nuestros “hermanos mayores”. Lo que les dijo Dios es en gran parte válido para los cristianos de todos los tiempos; si bien algunos preceptos legales se han visto modificados como consecuencia de la liberación de la esclavitud del pecado realizada por Cristo en la Cruz.

“No vine a abolir la Ley y los profetas, sino a darles su perfecto cumplimiento”: El diálogo con los judíos es parte necesaria de nuestra tradición católica. Y en ese “perfecto cumplimiento” se abre un velo más de la Revelación de Dios, en este caso el “último velo” hasta la Segunda venida de Cristo en su Poder y Gloria.

Y curiosamente, esta revelación definitiva, al ser divina no está encorsetada en un mero instrumento material... “muchas más cosas hizo y dijo Jesús, que si se recogieran todas no cabrían en todos los libros de la tierra”. Pero, al mismo tiempo, Cristo, Dios, se hizo hombre. Y, desde entonces, la divinidad habitó en la humanidad. Por eso lo infinito de Dios, se hizo presente en la finitud de la Humanidad.

Dios se vale de realidades humanas para manifestarse y manifestarse en plenitud. Pero, por ser divino, nunca podrá “la finitud humana” captar con perfección y en totalidad su mensaje. Y, al tiempo, Dios obra con perfección y eso implica que podemos captar y vivir con “suficiencia” su mensaje de salvación, con el auxilio de la gracia divina.

Por tanto, la Revelación cristiana muestra una paradoja: es completa por el mensajero; es incompleta pero suficiente la apreciación de aquel que recibe el mensaje. Cabe una mejor comprensión, no se encierra en la literalidad exclusiva de los libros sagrados.

frid

Fe, razón y voluntad. Paradojas del Pensamiento débil (III)

Fe, razón y voluntad. Paradojas del Pensamiento débil (III)

Paradoja moderna: al negar la verdad objetiva, han convertido la fe en un acto irracional sin fundamento; han condenado de la inteligencia su afán de conocimiento racional y la han reducido a la técnica; han encadenado la voluntad al sentir de la apetencia; y al mismo tiempo la han esclavizado con la apetencia de la mayoría. Y en vez de regirse por la razón se rigen por el instinto. Pasan de ser animales racionales a ser unos simples animales irracionales y salvajes.

Detrás de esta opción están los ecos de la filosofía nietzchiana: la voluntad de poder. Una voluntad sin freno que lleva o al imperio individual de los fuertes en el caso del individualismo subjetivista; o a la tiranía de la mayoría, plasmada normalmente a través de una clase dirigente: las castas de las que hablaba Nietzche, actualmente, en occidente, esa es la visión del partido socialista español dirigido por un nihilista nietzchiano y marxista como es Rodríguez Zapatero que sostiene en estado puro estas teorías: la falta de verdades, el relativismo del bien y la no existencia de las virtudes.

En contraste a ese pensamiento brilla el optimismo del cristianismo, como dice la conclusión de “Fides et ratio”: “la Iglesia está profundamente convencida de que fe y razón «se ayudan mutuamente», ejerciendo recíprocamente una función tanto de examen crítico y purificador, como de estímulo para progresar en la búsqueda y en la profundización”.

Y como dice Juan Pablo II, la Iglesia, desde siempre ha tenido confianza en la razón. Dijo Juan Pablo II a los teólogos en su carta dirigida a las dos academias teológicas pontificias en 1999: “la intuición del doctor Angélico radica en la certeza de que existe una armonía fundamental entre la fe y la razón : «Es necesario, por tanto, que la razón del creyente tenga un conocimiento natural, verdadero y coherente de las cosas creadas, del mundo y del hombre, que son también objeto de la revelación divina; más aún, debe ser capaz de articular dicho conocimiento de forma conceptual y argumentativa»”.

En definitiva: La Iglesia tiene confianza en el hombre y en sus potencialidades. El pensamiento débil, desde la desconfianza en el hombre, le hace un irracional incapaz de un pensamiento verdadero.

frid.

Fe, razón y voluntad. La fe cristiana en el pensamiento débil (II)

Fe, razón y voluntad. La fe cristiana en el pensamiento débil (II)

Váttimo como máximo exponente del pensamiento débil va afirmado que él es cristiano pero que cree en un cristianismo que no se imponga, que renuncie a afirmar que es verdadero, que reduzca su fe a una opinión plausible y que entienda que todas las religiones son igualmente verdaderas y válidas.

Estas afirmaciones están en boca de muchas gentes que las repiten, sin darse cuenta del alcance de las frases, pensando que están en línea con la modernidad. Son pensadores según “la moda”, más que según “la verdad”. Para ellos el consenso es la clave del conocimiento. Y la verdad no es objetiva sino fruto del diálogo.

No niego que el diálogo sea muy importante para la búsqueda de la verdad, pero no podemos confundir un medio para aprender con la realidad de lo aprendido. América no es fruto del viaje de Colón. Colón inició la búsqueda con el diálogo de las carabelas, pero encontró la realidad de las Américas.

La fe no es una mera elección indiferente. Eso la convertiría en algo irracional y falso. Si elijo tener fe es porque antes he visto que es razonable creer, que las verdades que propone mi religión no se contraponen con las verdades que conozco en el orden de la naturaleza. Pero para poder afirmar que creo porque es razonable, debo de saber que mi inteligencia es también razonable, que está capacitada para conocer la verdad, que no es un instrumento de falsedad sino de conocimiento verdadero.

Por eso, si la fe es razonable, admite el diálogo con la razón y con las demás religiones, sin miedos y sin complejos. Y está dispuesta a mostrar que es más razonable creer que no creer, porque es más razonable la deducción de la existencia de Dios que su negación, y que Él pueda hablar al hombre a que no pueda hacerlo. También está dispuesta nuestra fe a dialogar con las demás religiones y mostrar que le asisten más razones para ser auténtica que las otras.

Y eso no es violencia, salvo que se defina como violencia la luz del sol cuando ilumina la tierra. El uso de la razón, en un diálogo para convencer, es mucho más humano que su contrario. Confiamos en la capacidad de entender de nuestro contertulio. Y esa es una manera de ver lo que es el “proselitismo”, como el mostrar nuestras razones, sopesarlas con las del otro y dejar que uno y otro vean a qué lado se inclina la balanza.

El pensamiento débil ve en eso violencia, pero violenta al hombre al considerarlo débil y manipulable. Se erige en su protector, pero qué protege ¿si la verdad es fruto del consenso, no es más fuerte su imposición que si la verdad fuese fruto de la búsqueda personal y objetiva?

El pensamiento débil destruye la fe del creyente al convertirla en un acto de voluntad irracional, pero también destruye las potencias intelectuales del hombre al negarles su capacidad de conocer la verdad.

El pensamiento débil nos quiere proteger de las decisiones permanentes de la voluntad, pero nos esclaviza en un relativismo incierto. Nos niega el camino de creer en Dios y en la Iglesia; pero sólo nos deja creer en una verdad: “que no hay camino”, en la verdad de la indiferencia.

frid

Fe, razón y voluntad. La irracionalidad del pensamiento débil (I)

Fe, razón y voluntad. La irracionalidad del pensamiento débil (I)

Hoy en día se ha hipertrofiado la voluntad a costa de la razón. Las ansias de una libertad ilimitada han dado paso al dominio de la voluntad. La voluntad como norma absoluta de conducta aparece sin freno ante nuestros ojos.

Con esa exaltación del querer caen dentro de nuestro interior todas las barreras que establecía la razón en cuanto asignaba a nuestros razonamientos un freno: el freno de lo verdadero o de lo falso. Ahora la falsedad de mis proposiciones la dictamino con mi voluntad soberana. Soy yo, un ser autónomo, el que elijo por un acto puro de voluntad y sin condicionantes lo que quiero considerar como verdadero.

Y si trasladase ese criterio individual al ser social, sería la sociedad, la mayoría, la que determinase las verdades por expresión de la voluntad popular. Ya no se eligen los caminos para el “bien común”, ya no hay bien, hay sencillamente un campo sin explorar, sin caminos y sin metas... es la voluntad mayoritaria la que determinará los objetivos y los medios para esos fines, fines también liberados del freno de la bondad o maldad de nuestras acciones.

Hoy, tanto desde un pensamiento individualista como colectivista, se ha sustituido la objetividad de la verdad y del bien por la subjetividad de la determinación de la voluntad individual o colectiva.

Pero hay diferencias. Cuando nos quedamos en el individualismo, esa determinación autónoma de lo que consideramos verdad o bueno para nosotros admite que haya “otros” que hayan elegido, también de un modo irracional según sus principios subjetivistas, un sistema “aparentemente idéntico” al que podría tener un cristiano o una persona que sostuviese verdades objetivas en el orden natural; lo único que no admite es que pienses que ese sistema elegido sea la Verdad, será tu verdad.

El sistema colectivista, que coincide con el desarrollo que estamos haciendo de la democracia occidental, considera que el individuo debe someterse a los dictados de la mayoría. Y si la mayoría ha decidido que la verdad es hoy de determinado color, no cabe que seas cristiano o que consideres que existen verdades de orden natural. Para ese sistema eres un trasgresor. Lo más que puede pasarte es que se te tolere, pero no se permitirá que eduques a los hijos según tus valores, porque son “anti-sociales”, son considerados como una falsedad.

Los dos caminos llevan a un mismo juicio sobre el ser humano. Se le ha convertido en un ser irracional. Al exaltar la voluntad autónoma no cabe el razonamiento en busca de la verdad. La razón pierde protagonismo y sentido.

Eso sí, quedan parte de las funciones de la razón: la búsqueda “técnica” de los procedimientos para lograr los objetivos que le dictamine, tiránica, la voluntad soberana. Valga por ejemplo el avance en la técnica de hornos crematorios de la ciencia alemana al servicio del nazismo.

El hombre, llevado por la voluntad soberana también pierde el fin específico de la voluntad: adherirse al bien; y pasa a ser gobernado por el “me apetece”, “me gusta”, “me sienta bien”... y, en definitiva, cae en manos de sus instintos y pasiones. Se animaliza.

Así es el hombre del pensamiento débil. Sin razón, irracional. Sin voluntad del bien, seguidor de instintos y pasiones.

frid

martes, septiembre 19, 2006

La corrupción de menores en Educación para la ciudadanía:

Otro ejemplo de imposición ideológica a nuestros hijos por parte del partido socialista.
La corrupción de menores en Educación para la ciudadanía:


Cualquiera que hubiese leído hace unos años los textos del Borrador de la asignatura Educación para la ciudadanía, habría pensado que lo ha escrito un obseso sexual o una persona que no le importa matar a un inocente. Hoy nos venden esas conductas como dignas de toda tolerancia.

Veamos: Asesinato impune de seres humanos:

Sobre el comienzo de la vida: “El derecho a la vida comienza a partir del nacimiento. Mientras el embrión no es persona. Entre la fecundación y los 14 días, existe el preembrión, sin protección jurídica alguna”.

Aclaración: no hay mas que un ser humano desde el momento de la fecundación. El preembrión es una simplificación demagógica que no se sostiene desde el punto de vista científico. La persona o individuo humano es el mismo antes y después de nacer. La protección jurídica no le hace distinto. El que la ley no proteja a un ser humano no legitimiza el matarlo. Esa es la puerta de la eugenesia, del nazismo, y de todo tipo de crímenes contra la humanidad: negar la condición de persona al embrión, al feto (que es el mismo embrión más desarrollado), al bebé enfermo, a todo el que el Estado o la mayoría quiera eliminar.


Sobre el Aborto. “la interrupción voluntaria del embarazo es una dimensión del derecho fundamental de la mujer a la salud reproductiva”.


Aclaración: el embarazo no es una enfermedad, es lo normal en una mujer en edad fértil. El hijo es otro ser humano que tiene el derecho a vivir. La sociedad tiene la gravísima obligación de proteger esa vida, la más indefensa de todas. Fomentar el aborto como un derecho desde la infancia facilita la promiscuidad sexual, el desprecio a la vida humana y a la infancia, la consideración del hijo como una posesión al modo de una mascota. La experiencia demuestra que la naturaleza pide la vida y que matar un niño en el seno de la madre deja profundas secuelas en la mujer. Es razonable que se explique todo lo contrario: que lo más natural de una mujer embarazada es que quiera al hijo que tiene en sus entrañas, que es el momento de comenzar una relación de amor que va a durar toda la vida, que ese hijo es un ser humano que necesita toda su protección desde el ser de madre, que ser madre es la misión más gratificante de una mujer y la mejor oportunidad de proyectarse al futuro en un camino de amor.

Con estos principios se forman asesinos de sus hijos y, se incita a la promiscuidad sexual y a la debilidad de la voluntad, se promueven uniones temporales e inestables que difícilmente cuajan en un amor sólido y duradero, se destrozan hogares y se dejan a las personas indefensas para entrar, buscando refugio, en el alcohol y la droga.

frid

Educación para la ciudadanía o educación para la mentira.

En España, el partido socialista tiene un plan: ideologizar a nuestros hijos.
Educación para la ciudadanía o educación para la mentira.


Nuestros gobernantes en vez de preocuparse de los problemas reales de la juventud están preocupados por generar problemas a los jóvenes que no los tienen.

En vez de legislar para evitar los males que conlleva el botellón, el gamberrismo juvenil, el aumento de la delincuencia juvenil, el consumo de drogas de diseño, la corrupción de menores, parece que, desde el Partido Socialista, están empeñados en aumentar esa población de riesgo aumente.

Porque lo que se inculca en los jóvenes tiene rápidas consecuencias, es claro que las consignas de la nueva asignatura de la Educación para la ciudadanía formarán jóvenes que vivirán con esos nuevos valores.

Veamos alguno de esos valores:

Verdad: “No existe; es el fruto del acuerdo o el consenso. El que afirma que existe la verdad es un fundamentalista contrario a la libertad”.


Verdad científica ¿fruto del consenso? La verdad científica se comprueba con la “experiencia”, que muestra la inmutabilidad de unas leyes que están ahí, y se llaman leyes de la naturaleza. La ley de la gravedad ¿fruto del consenso? La existencia de las partículas elementales de la materia, su aplicación en la electricidad o para su uso en las energía nucleares, solares, o de otro tipo ¿fruto del consenso?

Luego la naturaleza tiene algo fijo e inmutable anterior al hombre, y eso no es fruto del consenso sino de la búsqueda de la verdad y de su encuentro. Y ¿un sistema que explique que eso que es “real” y por tanto “verdadero” en un Dios creador no es “al menos” un sistema pausible, razonable y digno de nuestro respeto?

Veamos su contrapunto. Si no hay verdad puedo llegar a consensuar con la mayoría cualquier cosa como apalear a mi propio padre, unirme a mi madre, matar a un pordiosero, tener esclavos, o cualquier cosa que logre con una mayoría estipulada. Y, si todos nos ponemos de acuerdo menos uno, ¿no tendremos derecho a cortarle en pedacitos? ¿Qué hay que impide que esa acción pueda ser legítima aunque hay consenso? ¿No será que hay acciones que son siempre intrínsecamente malas, aunque las consensuemos?

Va a resultar que la verdad y el bien están ahí, y hay que elegirlos. Y la mentira y el mal también están ahí y hay que evitarlos. Y ¿de qué instrumento disponemos? Pues de la libertad.

Luego la libertad no tiene como fin hacer “lo que me apetezca”, aunque pueda hacerlo, sino hacer “lo que me conviene”, es decir “lo que está bien”. Y ¿qué pasa con mi elección? Pues que si elijo el bien me hago virtuoso: justo, fuerte, prudente y moderado. Curiosamente me hago, incluso, tolerante, porque controlo mis instintos y no hago lo primero que me apetece.

Conclusión: será mejor ciudadano el peor alumno en esa parte de la asignatura.

frid

sábado, septiembre 16, 2006

Si el Islam es tolerante y ha renunciado a la “guerra santa”, ¿de qué protesta?

Si el Islam es tolerante y ha renunciado a la “guerra santa”, ¿de qué protesta?


Benedicto XVI nos advierte del peligro de la imposición de la fe por la fuerza, de la guerra por motivos religiosos. La fe no se impone, se propone. Pero saltan como aludidos imanes de varias partes del mundo. ¿Piden al Papa que retire su condena a la guerra santa? ¿no deberían pedir a los suyos que no den motivo para que se les acuse de incitar la violencia?

El Papa se adentra en la historia de los asedios de Constantinopla por un Islam violento. Espero que ese modo de entender haya pasado a la historia, ¿pero ha pasado? ¿No es real el 11-S; el 11-M; el 7-J? ¿No son reales las inmolaciones terroristas en nombre de Alá? Algo hay que cambiar...

Corren aires de guerra, Constantinopla está cercada por las tropas del Sultán. Un año antes, el emperador Manuel II Paleólogo ha tenido una conversación con un persa culto en la actual Ankara. Hay tiempo para la anotación de los recuerdos.

Quizá el Emperador se pregunta el futuro de su pueblo amenazado por el Islam que rodea sus murallas. Una horda de fanáticos religiosos que han hecho su religión la yihad, la guerra santa. Y, para ello se amparan en las palabras del Profeta, de Mahoma.

El diálogo sigue siendo actual en Occidente que ve amenazante un islamismo más y más virulento, en el que de modo manifiesto se enseña en las escuelas que Occidente y Estados Unidos son “el infiel” con el que no hay misericordia, y contra el que todo está permitido.

Ese mismo Occidente, en vez de enfrentarse con sus miedos y peligros, en vez de preguntar al mundo islámico la sinceridad de sus propuestas, la verdad de sus amenazas, mira hacia otro lado. Y, desde un cínico laicismo militante, achacan esa violencia real a quien predica sólo la paz, la concordia y el amor: a la Iglesia Católica.

El Papa Benedicto XVI se ve forzado a hablar, para proteger a los cristianos de la calumnia y para alertar a Occidente donde están sus peligros.

El Papa advierte citando al emperador bizantino (entre 1394 y 1402 decía): “Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas... Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para golpear ni de ningún otro medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte...”

Ahí se plantea una diferencia fundamental entre el Dios cristiano y la visión de Dios que presenta el islamismo. Un Dios creador de la razón y que no se opone a ella en sus mandatos; y un Dios voluntad absoluta que podría mandar cualquier cosa (como el dios de Ockam).

Si se quiere construir la paz entre los pueblos hay que profundizar en lo que la fomenta. Ahí tenemos a una Religión, la Católica, que propugna un Dios razonable, amigo del hombre (“mis delicias son estar con los hijos de los hombres”); enemigo del dolor y de la muerte (“no creáis que me alegro con la muerte del justo”); pero que nos ha creado con libertad (“eh aquí que te presento el camino del bien y el camino del mal para que elijas). Esa religión es una religión de paz.

Otras religiones deberían profundizar sobre el camino de la paz y de la tolerancia. Más bien, deberían ahondar en cómo es Dios y corregir sus relaciones con Él.

¿Y Occidente? Hay un occidente derivado del humanismo cristiano que debe sentirse orgulloso de su pasado y esperanzado en su futuro.

Pero también hay un Occidente “de nuevo diseño”, donde se quiere avanzar hacia la paz y la libertad impidiendo que elijamos lo que consideran “políticamente incorrecto”, como tener convicciones fuertes sobre algún tema; por ejemplo: tener fe en Dios. Y esos “diseñadores de la paz”, para llegar a su meta, la imponen con la violencia mediática, de la imposición de un programa educativo sectario, la exclusión del hecho religioso, la imposición de la “religión del progreso de la ciencia”; un progreso que ya mata antes de nacer y en la vejez.

Por eso hace muy bien el Padre común de los católicos en hablar. Está enseñando cual es el verdadero peligro de la humanidad: la sinrazón, la intransigencia, la guerra santa, la imposición de las “sociedades de diseño”. Y también nos dice donde está la esperanza: en la razón, en la verdad, en el amor, en la vida.

Tenemos de nuevo dos caminos para elegir: el bien, que lleva a la vida; el mal, que lleva a la muerte. Y en medio: el tesoro de la libertad.

frid

jueves, septiembre 14, 2006

reflexiones-liberales: La virtud del buen ciudadano.


La virtud del buen ciudadano.
"Una nación avanza cuando mejores son sus gentes, y las personas son mejores cuanto más virtuosas. Pero esa virtud se adquiere, sólo, en el ejercicio de la libertad, no de la imposición. Y, sin embargo, se agostan si se siembra desde el Estado la indiferencia"

Aristóteles, en el libro tercero de la Política define al ciudadano como aquel que participa de la administración de la ciudad, sea o no gobernante: “el ciudadano sin más nada se define mejor que por participar en la administración de la justicia y en el gobierno”; “el ciudadano... el que tiene derecho a participar en la función deliberativa o judicial de la cuidad”

Es propio del ciudadano la participación en la vida pública, y deberá ser propio del buen gobierno facilitar los cauces de participación y enriquecerlos. Luego el sistema de participación meramente electivo de los gobernantes es una simplificación incompleta, aún en el sistema democrático. Se ejerce la función ciudadana una vez cada un determinado número de años y se deja, en ese momento, de participar en la función pública salvo en la obediencia a los mandatos del gobernante. Se podría decir, exagerando, que se ejerce la democracia un día y se vive el resto de la vida en la tiranía.

Además, en la era de la informática, cabe incorporar al ciudadano en el ámbito de las decisiones públicas de un modo activo jamás soñado. Y esta técnica puede permitir la corrección de la “res pública” antes de que el gobernante genere descontento, desconecte con la ciudadanía o se transforme en un tirano temporal.

Por otra parte, Aristóteles sostiene que la bondad cívica es distinta de la bondad personal, que no se confunden los ámbitos público y privado, si bien deja claro que una persona virtuosa es, también, buen ciudadano o gobernante: “Es claro, pues, que un ciudadano que sea bueno puede no poseer la virtud por la cual es bueno el hombre”; “la virtud del ciudadano... es de mando y de obediencia... por eso se dice con razón que no puede mandar bien quien no ha obedecido”; “la virtud del gobernante es la prudencia... pero en el gobernado no es virtud la prudencia, sino la opinión verdadera”.

Como puede observarse al ciudadano Aristóteles le pide mucho, que sepa mandar y obedecer, que esté dispuesto y capacitado para ser gobernante, y que diga la verdad, que sea un consejero leal y eficaz. Aunque no le pide que sea buena persona en la totalidad de su vida, reserva los otros aspectos de la virtud al ámbito de la intimidad personal.

Sin embargo, queda claro para Aristóteles que el ciudadano es el que participa en la decisiones que afectan al interés de la ciudad. Evidentemente no es necesariamente gobernante, luego su ámbito normal de acción, una vez ejercido el derecho de elección, queda reducido al de consejo o al de ayuda a la decisión del que tiene la autoridad.

En lo referente al consejo, la consulta pública es un buen recurso para el gobierno eficaz y ágil de determinadas corporaciones locales, que por su número puedan ensayar el sistema y facilitar las técnicas de implantación a grande escala para el gobierno de ciudades o naciones. Sin embargo, la consulta pública se subordina a la prudencia del gobernante, pues la verdad no siempre puede o debe imponerse, aunque sí conocerse.

Ejemplo de prudencia es no imponer como obligación lo que una parte de la población es incapaz de cumplir por su debilidad, falta de medios económicos, de formación o de virtud.

También es parte de la prudencia no imponer a la mayoría lo que ha sido elegido por una minoría activa, aunque sea elegido de modo mayoritario. ¿Tiene sentido que una consulta pública en la que vote uno de cada mil ciudadanos obligue a los otros 999, o uno de cada cien a los otros 99, o uno de cada 10 a los otros 9? ¿O, en temas vitales, uno de cada tres a los otros dos? En los ayuntamientos está establecido que en determinadas cuestiones el voto no sólo sea mayoritario, sino que sea el de la mayoría del censo de los concejales, y es sabia y prudente medida de gobierno.

Concluyendo esta reflexión, se puede decir que el buen ciudadano es el que participa de la vida pública, tanto en el gobierno como en la administración de la justicia; es el que sabe hacer cumplir y obedece las leyes que emanan de la autoridad; y aconseja en verdad al gobernante.

Estas consideraciones nos llevan, en la época actual, a pensar que deben fomentarse los medios para la participación del ciudadano en la vida pública, no sólo manifestando su opinión o incorporándose en los métodos de consulta como los que propugna la Unión Europea, sino, incluso, incorporando procedimientos de ayuda a la decisión de los gobernantes a través de consultas directas.

Una consecuencia de esto mostraría cómo la mayoría de los ciudadanos, por ejemplo de España, están de acuerdo con financiar la educación privada, de mantener la asignatura de religión en los colegios, de legislar de modo diferente la unión marital de la de personas del mismo sexo.

La incorporación de esos sistemas de consulta y ayuda a la decisión de los gobiernos podría corregir la tendencia actual de los políticos a ignorar el sentir real de la población y escuchar sólo a los que causan problemas; pues legislan al margen de las inquietudes de las mayorías y se rigen por criterios derivados de la presión de las minorías.

frid

Libertad y pluralismo en los cristianos. Unos apuntes.


Libertad y pluralismo en los cristianos.

El cristiano es, por naturaleza, un hombre optimista. Confía en Dios y en su obrar. Y Dios nos hizo libres por algo. Creemos que esa libertad en la tierra es la que nos permite, con la ayuda de Dios que no nos faltará, ganarnos el cielo. Esa sería una razón suficiente para que valorásemos en mucho la libertad: es un don de Dios.

Pero también sabemos que el uso de la libertad no es indiferente; podemos elegir el bien o el mal; un bien determinado u otro mejor; una posibilidad u otra que más nos guste. La libertad de elección es una balanza que nosotros inclinamos a donde pongamos el sobrepeso del bien.

Ese bien para nosotros puede ser algo objetivo o subjetivo; un bien indiscutible o relativo; pero también puede ser “una apariencia de bien”, algo que nos apetece, nos atrae, nos ilusiona, pero que siembra desorden a nuestro alrededor. Podemos elegir algo que los demás vean como malo o que sea malo objetivamente; aunque siempre lo haremos por la parte, “aunque sea ínfima” del bien que encierra.

Sin embargo, en la mayoría de las acciones humanas el bien no aparece determinado de modo único. Eso hace que el ámbito de la elección legítima sea muy amplio. El hombre y la sociedad son complejos y Dios no es el profesor que nos va a examinar de una asignatura complicadísima; Él nos “examinará en el amor”; Él nos pide que busquemos hacer el bien a los demás, que elijamos aquello que ayude a sembrar paz, justicia, alegría, serenidad.

Los conflictos que se presentan en el ejercicio de la libertad tienen como fundamento la “distorsión” del concepto de bien; la “idolización” de bienes particulares o la exaltación de nuestra voluntad.

En el primer caso, la distorsión del bien, puede derivar de un error de apreciación, una falta de formación o una sustitución del bien por “lo apetecido”.

La confusión de lo bueno por lo apetecible es la sustitución del ser racional por el ser sensible y lleva a la esclavitud de las pasiones.

Pero es peor la conversión de bienes particulares como fines últimos. Así surgen personas cuyo único objetivo es el placer, la riqueza o el poder. Son, ciertamente, pasiones, ambiciones, pero ambiciones desbocadas que llevan a la persona a olvidarse de Dios, pero también a hacer girar el mundo alrededor suyo. En el fondo sirviendo a esos ídolos, el hombre se sirve a sí mismo.

Cuando el hombre exalta la voluntad para convertirla en fuente de bien, cuando define como “bien” aquello que el determine, suenan los ecos de la tentación del Paraíso: “seréis como dioses”. Y, sobran Dios, los demás y el orden de la naturaleza. Todo se verá como coacción del Creador. Y se transforman las leyes de la naturaleza en trabas y limitaciones que alguien ha puesto ahí y dificultan mi realización, o la realización de la “humanidad”. Esa es la raíz de toda locura de poder personal o colectiva.

El cristiano vive seguro con su referencia a Dios. Él sabe que está en la tierra de tránsito: por eso se considera peregrino y no se apega al mundo de tal manera que lo convierta en fin. Pero también sabe que ese mundo es creado por Dios y, por tanto, lo cuida con el cariño que se tiene con las cosas de la persona amada.

Esa doble paradoja, la situación de peregrino y el agradecimiento a Dios por la obra maravillosa de la creación, ponen al cristiano en una situación de partida inmejorable para buscar la felicidad propia y ajena. Tiene muchas claves del orden del universo y de qué, cómo y para qué del obrar propio y ajeno. Y, ante las paradojas del dolor y de la muerte, se le abre el horizonte de la redención y de la eternidad.

frid

miércoles, septiembre 13, 2006

Stephen Hawking y la existencia de Dios

Stephen Hawking no puede concluir sobre la existencia de Dios mas que una mera opinión idemostrable
por Marcos Gutiérrez Sanjuán. Físico y profesor de Informática

Han llovido las críticas a las tesis del científico que cree poder demostrar que no existe Dios. El mundialmente conocido físico británico Stephen Hawking presentó en la Universidad de Cambridge su hipótesis sobre el origen del cosmos que, según él, demostraría que Dios no existe como creador del universo. Una tesis que ha sido muy criticada por otros científicos.

Hawking señala que ha logrado completar su teoría del universo a la luz de la que cualquier participación de la divina en el origen del mismo, sería "innecesaria", puesto que éste sería autosuficiente y sin principio ni fin.

Su teoría cosmológica, que ya había sido esgrimida en su libro "Breve Historia del Tiempo", ha sido puesta en duda por buena parte de la comunidad científica, que afirma hallar en ella importantes contradicciones.

En la línea de su teoría, Hawking parece concluir que el universo subsiste en una "quinta dimensión" diferente a las tres dimensiones del espacio y la del tiempo que conocemos.

Ha sido el propio Hawking quien ha manifestado en más de una ocasión que su teoría sobre el cosmos, en cuya línea continúa esta última investigación, dejaba "muy poco espacio" para la admisión de la existencia de un Dios creador.

Pero buena parte de la comunidad científica alega que en su teoría existe una contradicción implícita ya que ésta "no explica la propia existencia del universo, sino su evolución".

"La hipótesis de Hawking aplicada a la creación, concluiría que el origen del universo estaría dentro del propio universo, lo cual sería falso pues nada puede darse a sí mismo el Ser", en línea con lo señalado, entre otros físicos, por Javier Igea, astrofísico, doctorado por la Universidad de Nueva York y profesor universitario de Cosmología Filosófica.

"Otra posibilidad sería que el origen del universo fuese "la nada", pero la nada no fluctúa, luego no podría ser origen de nada, tampoco del Cosmos", agregó el científico español.

Por su parte, el Dr. Henry Schaeffer, profesor de Química Cuántica de la universidad de Georgia, hablando del modelo del universo sin fronteras de Hawking, afirmó que "en la propuesta sin fronteras de Hawking, la noción de que el universo no tiene ni comienzo ni fin es algo que existe solamente en términos matemáticos. En el tiempo real, que es a lo que estamos confinados los seres humanos, más que en el tiempo imaginario como lo usa Hawking, siempre habrá una singularidad, es decir, un comienzo del tiempo", a lo que añade que "entre las afirmaciones contradictorias que hay en Historia del Tiempo, Hawking concede que esto es verdad. Escribe que cuando volvemos al tiempo real en el que vivimos, sin embargo, aún parecerá haber singularidades".

Reflexiones liberales: Sobre los distintos ámbitos del ejercicio de la libertad en la Sociedad.

Me niego a ser un hombre simplificado.

Uno de los problemas de los pensadores de los sistemas políticos es simplificar al ser humano para que quepa en los esquemas sociales que han inventado, de tal modo que intentan estructurar toda la riqueza de la organización de los hombres en un sistema racional ideal. Y en esa racionalización la que suele ser dañada total o parcialmente es la libertad.

Normalmente en cada época se ha intentado ajustar la organización social a las ideas filosóficas del momento. Con lo que, cuando esas ideas se alejan más a la realidad de lo que es el hombre, el ser humano acaba perjudicado. Un ejemplo paradigmático es la construcción social de comunismo soviético, basado en el determinismo evolutivo aplicado al ser social del hombre.

Para hacer un traje lo más adecuado al hombre y a su ser social, hay que partir de un principio de complejidad. El ser humano es capaz de múltiples relaciones compatibles entre sí, algunas de ellas afectando a esferas diferentes de su actividad, otras subordinadas entre sí y todas ellas encontrando su unidad en la búsqueda personal de la felicidad.

Esas relaciones afectan a distintos ámbitos de su ser: en la intimidad es donde se encuentra el hombre, su origen y su destino. Es el lugar de su relación con Dios o con sus creencias. Ahí encuentra el sentido último de su vida. Y la respuesta que de a ese enigma afectará muy y mucho a las otras esferas de su ser.

La primera relación de entrega del hombre a otro ser humano es la que deriva de la complementariedad de hombre y mujer, lo que origina el ámbito familiar. Único ámbito de plena entrega incluyendo la corporeidad y ordenada al bien de los esposos, de los hijos y del todo social que se beneficiará grandemente si esta esfera funciona óptimamente. La importancia de esta esfera familiar justifica la intervención del Estado para protegerla. Paradójicamente la legislación que equipare la familia con otro tipo de uniones es una ingerencia ideológica que va contra la organización natural de las relaciones humanas, es un acto de violencia.

Posteriormente algunos pasan a relacionar al hombre directamente con la estructura del Estado, entregándole la ordenación absoluta del todo social. Y eso supone un reduccionismo de las esferas de relación humana. Eso se entiende en sociedades sencillas como las tribales, más que las complejas de la modernidad, y aún en esas sociedades si se las examina con atención se puede comprobar que las relaciones de amistad o parentesco se interfieren con la relación de autoridad del jefe. Y eso muestra que hay otras relaciones que establecen los hombres que tienen carácter autónomo.

Algunas de esas relaciones tienen un fin lúdico como puede ser una asociación micológica, pero otras son vitales para el bien común como son las originadas por el comercio, las relaciones de trabajo, las entidades asistenciales y educativas.

Esa sociedad intermedia es la mimada del planteamiento liberal, que entiende la subsidiariedad del poder público en la intervención necesaria para que se logre el bien común general. Y eso se puede hacer corrigiendo situaciones monopolísticas en el comercio como fomentando centros públicos educativos ante la incapacidad de la iniciativa ciudadana de cubrir esa labor.

Está entre las labores del Estado el fomentar esas sociedades intermedias y el ir pasando a un segundo plano cuando la sociedad, ya madura, se ha estructurado adecuadamente para cubrir de ese modo sus necesidades.

Paradoja: en España los centros públicos de enseñanza se ubicaban estratégicamente junto a centros privados para, posteriormente, racanearles el régimen de concierto y reducir su capacidad competitiva. La razón de esa paradoja: la concepción de un Estado omnipotente, en el que el servicio público debería ejercerlo un ente público, y más en aspectos tan delicados como la educación de los nuevos ciudadanos.

El error de fondo es un error filosófico, es la reducción de la persona a un trinomio de relaciones: consigo mismo, con la familia y con el Estado; cuando en realidad el trinomio debería abrirse en árbol y sustituir Estado por sociedad.

Y es que los estatalistas no entienden que haya esferas de lo social que no estén controladas por el Estado. Y hay que decir que el Estado no es mas que la denominación del último ámbito de relación social al que los otros se subordinan sólo en el ámbito de búsqueda del bien común general y no en otra cosa.

Por eso la relación social, más que estatal, es la que se enriquece con la creación de sociedades intermedias tanto para el ejercicio de la profesión como para la educación, la atención de la salud, y demás servicios públicos que la sociedad demande.

frid

jueves, septiembre 07, 2006

¿De quién son nuestros impuestos? ¿Roba el Estado cuando se niega a financiar iniciativas sociales no estatales?

De quien son los dineros de nuestros impuestos.

Algunos piensan que los dineros que los ciudadanos pagamos en nuestros impuestos pierden personalismo al hacerse públicos. Como no son de nadie, los administran los gobiernos según sus intereses, y, lamentablemente, muchas veces según sus ideologías.

La mentalidad que subyace en ese modo de gestionar los dineros públicos es una herencia de los Estados absolutistas y de los Monarcas propietarios. No se distinguen demasiado del estilo con el que los monarcas absolutistas actuales gestionan el “patrimonio personal”, que no es otra cosa que la nación sobre la que gobiernan.

En los gobiernos europeos ese modo de gestionar no se puede hacer sin contar con el ciudadano. Pero ese contar con el ciudadano no es necesariamente hacer lo que la mayoría demanda, lo que un grupo importante de la población necesita o elige; muchas veces se cuenta con el ciudadano sólo para la matemática de elección del gobierno. Y, quienes son elegidos "democráticamente" gobiernan "despóticamente".

Esos dineros públicos requieren una rendición de cuentas responsable y "con responsabilidad" por parte de los políticos que gobiernan. Son sólo gestores de nuestro patrimonio.

Las razones por las que les cedemos nuestros impuestos no es para que vivan de modo exorbitante, ni tampoco para que utilicen el patrimonio de todos, el patrimonio público, como prebendas de político; ni para que se enriquezcan desde el poder. El gobierno de una nación es "un servicio al ciudadano"; no es "un servirse del ciudadano".

Nosotros pagamos a gusto los impuestos cuando vemos un rendimiento razonable de esa riqueza que dejamos que el Estado administre. Invertimos en seguridad pública, en determinados servicios y en infraestructuras entendiendo que sea un ente público, imparcial e independiente, el que cuide de nuestra seguridad; decida los trazados de nuestras vías de comunicación; atienda las necesidades sociales especiales o aquellas en las que los ciudadanos han sido incapaces de generar sistemas eficaces.

Es más difícil entender por qué el Estado se dedica a lo que los ciudadanos ya saben hacer, eso es una especie de intrusismo, de afán de protagonismo y de control. Sí se entiende que el Estado "se interese" por ejemplo en lo referente a la calidad de la enseñanza, de la atención médica, del cuidado de los enfermos. Y, en un Estado con compromiso social, como son las democracias europeas, que también se dedique a esas tareas cuando la iniciativa social no llega del todo.

Se entiende que los Estados, con esa preocupación social, quieran hacer que parte de nuestros impuestos se dediquen a garantizar la sanidad, la atención a los necesitados, la educación y otros servicios sociales; que con su acción esos servicios lleguen a todos los ciudadanos.

Lo que no se entiende es que ese mismo Estado diga que no tiene ninguna obligación de financiar la iniciativa social o privada que se encargue de esas mismas tareas. Esa acción sería sencillamente un robo a los ciudadanos. Sería como recaudar de todos para servir a unos pocos.

Alguno me dirá que los ciudadanos son libres de acudir a los servicios públicos gestionados por el Estado; pero esa misma persona se ha olvidado de un derecho fundamental: "el derecho de elegir, en igualdad de condiciones, el tipo de servicio más acorde a mis convicciones".

Eso es clarísimo en la enseñanza, donde todos los gobiernos con vocación totalitaria imponen su modelo educativo; pero también está claro en la atención médica o personal en otros servicios sociales. Hay instituciones que tienen un plus de humanidad, que te tratan no sólo técnicamente bien, sino humanamente bien, o te atienden corporalmente y espiritualmente. O, sencillamente, te tratan mejor que en la masificada gestión estatal.

El Estado recauda, con sus impuestos, para todos. Alguno me dirá ¿no debe discriminar a favor del más necesitado? Yo le respondería que no puede discriminar en contra del que no está necesitado. Doy por supuesto que el Estado deba ayudar más al que más lo necesita; pero debe atender a todos los ciudadanos. E incluso, para no discriminar tampoco al que más lo necesita, le debe respetar la libertad de elección; y esa elección incluye el derecho a acudir a entidades privadas más acordes con su mentalidad.

No estoy en desacuerdo con que exista una tarifa por los servicios públicos diferente según el nivel de renta. En lo que estoy en desacuerdo es que esos servicios públicos sean estatales. Y cuando se discrimina a otras entidades sociales o privadas se está robando el dinero a todos los ciudadanos. Porque se nos niega el reparto de nuestros propios dineros, el de los impuestos que pagamos.

Y ahí no vale la opción: lo que elija la mayoría. Porque esa mayoría serían 51 ladrones contra 49 robados. Es viable dar a esos 51 el servicio público como lo desean ¿a través del Estado? Pero permitamos a los 49 ser servidos por otras entidades sociales o privadas más acordes a su modo de pensar sin que les suponga renunciar a la parte proporcional de las ayudas públicas que, previamente, el Estado ha recaudado de todos los ciudadanos.

frid

martes, septiembre 05, 2006

Algunas consideraciones sobre el matrimonio indisoluble y el liberalismo.

Buscando un discurso común.

Una posición tradicional del liberalismo ha sido evitar que los hombres adquirieran compromisos permanentes. De hecho, los primeros liberales no entendían ni el matrimonio indisoluble ni el compromiso de celibato para siempre que hacen los religiosos. Y ahí hay una contradicción. Un liberalismo auténtico debería permitir que los hombres, en el ejercicio de su libertad, adquiriesen compromisos de por vida; siempre existen medios extraordinarios para situaciones extraordinarias mientras se viva, pero se debe admitir que los hombres podemos tener la ilusión de mantener relaciones estables.

Además esas relaciones estables están insertas en la misma naturaleza humana. Los padres están vinculados a los hijos para siempre y no se quejan por ello. Las herencias pasan de padres a hijos y así sucesivamente. Las empresas familiares son una realidad, los títulos nobiliarios de trasmiten de padres a hijos. Nos sentimos unidos afectivamente al territorio de donde provenimos.

Por eso entiendo que, también el liberalismo requiere una corrección, una corrección que confíe más en la naturaleza humana. Porque el compromiso matrimonial es natural, es un compromiso con vocación de permanencia, se entiende que podemos tener el propósito de contraerlo con una cláusula de permanencia.

También es algo evidente que el “divorcio”, el gran logro del liberalismo en la normativa matrimonial, es el resultado de un fracaso, de un fracaso humano de marido y mujer; un daño evidente para los hijos del matrimonio; un problema afectivo, un trauma de los divorciados; un coste económico importante; una puerta para otros fracasos; e, incluso, un catalizador de la violencia doméstica.

Teniendo tantos problemas para los que lo sufren, ¿no puede legislarse sobre el divorcio de modo diferente? ¿no puede cambiarse el paradigma? Si tienes problemas en tu matrimonio, arréglalos, no lo tires por la papelera, como decía Chesterton.

Se pueden crear instituciones que ayuden a los matrimonios a resolver satisfactoriamente sus crisis, se puede fomentar desde las poderes públicos la lealtad matrimonial, se pueden poner trabas para que el divorcio no sea la primera vía de salida ante los problemas normales de la vida.

Todo esto es como poner rejas en el edificio en construcción para que la caída del operario no sea mortal. Pero ¿Basta sólo con la legislación?

Una sociedad basada en el máximo placer, en el “me apetece”; una sociedad sin recursos morales, sin educación en las virtudes, sin hombres y mujeres fuertes, es una sociedad en la que el divorcio siempre estará presente como “la solución” al problema, un problema que tiene sus raíces en las mismas personas, inmaduras, que acuden al mismo como panacea.

Un jugador o un borracho que van al casino o a la cantina por “última vez”, seguirán yendo. Una persona débil, sin recursos, que va al “divorcio” como solución volverá a la recaída; porque no existe ni la mujer ni el hombre ideal. El matrimonio es un vivir juntos, pero también es un “crecer juntos”, un “asumir responsabilidades juntos”, un “educar juntos”, un “envejecer juntos”. Y no se ama sin roces.

Mi conclusión es simplemente que se deben poner “chinitas” al divorcio y “autopistas” a la reconciliación: Por ejemplo, se deberían fomentar entidades de ayuda familiar orientadas a facilitar la solución de conflictos; además de prevenir por medio de cursos de orientación familiar: enseñar a ser padres, a ser esposos, a ser hijos. Y se debería ser más restrictivo con las medidas de divorcio. Y, evidentemente, eliminar el divorcio exprés como una solución a un problema que, lo ideal sería volver a hacer las paces.

Sin embargo esas soluciones no bastan, el divorcio es, en gran parte, un problema de la falta de madurez de las personas concretas, que no estamos acostumbrados a sufrir un desplante, un disgusto, una discusión, un sacrificio. No aguantamos nada. ¿Por qué? Porque nos faltan virtudes: generosidad, fortaleza, comprensión... En definitiva, si somos mejores personas será más fácil que superemos las crisis normales de la vida, pues la muchas de ellas surgen en el roce con los seres queridos. Nunca tenemos problemas con desconocidos.

Frid.