La Revelación y la Tradición. Continuidad y profundidad el mensaje (III).
Nosotros creemos lo mismo que creyeron Pedro, Pablo o Santiago, lo mismo que Ireneo y San Clemente Romano, que Ambrosio y Agustín, que Atanasio y Tomás de Aquino, que San Francisco y Santo Domingo, que Ignacio y Santa Teresa, que San Pío X y que el santo cura de Ars. Formamos una continuidad de creyentes pero que hemos plasmado esa creencia en vidas distintas; al modo como la misma naturaleza humana se realiza en muchos hombres para mostrar su riqueza y potencialidad; el cristianismo se vive en muchos cristianos para mostrar la riqueza de la vida de la gracia.
Dentro de la variedad de carismas e inteligencias, hay un hilo conductor único. Al defender nuestra fe, estamos defendiendo lo mismo que los primeros cristianos y lo mismo que defendieron los cristianos perseguidos por los regímenes comunistas.
Esa continuidad en la tradición hizo que Newman se acercase al catolicismo y comprobase que era la doctrina que encajaba mejor con la tradición de los primeros tiempos del cristianismo. Y esa continuidad muestra que seguimos creyendo la misma Verdad que creyeron los primeros cristianos, creemos en el mismo Cristo, amamos a su misma Madre, la Virgen María, veneramos a sus mismos Apóstoles, y “morimos” por si misma fe.
Y esa continuidad en el contenido, con su mayor profundización con los dones que Dios nos ha dado (la fe y la razón) es de la que habla el Concilio Vaticano II continuando la cita de la Constitución Dogmática Dei Verbum: “Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16)”.
Sin tradición, sin fe meditada, asimilada y vivida, no se habría recibido la Sagrada Escritura”. Porque nosotros no creemos en el Libro, sino en el Autor del Libro. Y ese Autor sigue vivo entre nosotros, pero no nos deja abandonados a nuestra suerte, nos asiste con su Espíritu Santo y cuida de nuestra Unidad a través de la Unidad con la Cabeza, con el Vice-Cristo.
frid
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