El acto de fe y la humildad de la inteligencia.
El hombre moderno ha añadido trabas al acto de fe debido a la exaltación de su yo. Se ha autodefinido como “la autonomía de la voluntad” y no reconoce que la verdad le pueda venir desde fuera. Es en su inmanencia donde se encuentra cómodo.
Ciertamente ha descubierto en su interior un mundo maravilloso. Se ha encontrado con una imaginación capaz de crear mundos soñados; ha exaltado el arte como muestra de su propia expresión. Ciertamente necesita admiradores que le aplaudan; pero al tiempo no admite críticos que le muestren lo que debe mejorar. No tolera que alguien le corrija o le diga que otros puntos de vista pueden ser mejores. A lo más que llega es que esa opinión, cuando no coincide con la suya, es muy valida como expresión de otra subjetividad.
Nos hemos convertido en burbujas vivientes. Cada uno lleva en su concha todo. Caracoles que no dejan rastro porque sólo viven para sí. Seres incomunicados salvo con una antena para el halago y un escudo para la crítica.
Así, con la sublimación de la “verdad para mí”, qué sentido tiene que venga incluso Dios y me diga algo. Porque si admito la existencia de otras burbujas o caracoles sé que entre nosotros hay un entendimiento inmediato: cada uno tiene su verdad y lo más que hacemos es mostrárnosla. Pero si Dios dijese algo es como si alguien desde fuera, con un alfiler, pinchase la burbuja y nos pusiese delante una realidad universal común para todos. Nos convertiría en unos ojos abiertos a la verdad.
Pero donde hay ojos hay una realidad objetiva que se hace contemplar. Hay algo que está antes que nosotros. Hay necesidad de buscar una explicación anterior a nuestra propia existencia. Y hay necesidad de encontrar una explicación que sostenga el mundo material.
Pero eso ya supone un cierto acto de humildad, en el sentido de una búsqueda sincera de la verdad, además de aceptar la condición de criatura, de ser finito y limitado en la inteligencia.
Esa aceptación de que la verdad no es “mi verdad” sino la verdad para todos me hace grande, rompe mi burbuja y me abre a la comunicación con los demás humanos para una búsqueda común. Eso, en términos de empresa sería “la búsqueda de la verdad en equipo”. Y supone la aceptación de la interdependencia.
Pero también, ese aceptar nuestra condición de “criatura”, de ser dependiente, nos abre a la posibilidad del infinito, a la búsqueda de una verdad superior a la que ya poseemos. Y, si nuestra humildad nos lleva a no poner trabas a la justificación del mundo a través de un acto creador de Dios, nos abre también a la posibilidad de escuchar a ese Dios, nos abre a la trascendencia, a lo que ese Dios nos quiera revelar.
Desde la humildad ascendemos a la Sabiduría.
frid
lunes, septiembre 25, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario