jueves, septiembre 14, 2006

reflexiones-liberales: La virtud del buen ciudadano.


La virtud del buen ciudadano.
"Una nación avanza cuando mejores son sus gentes, y las personas son mejores cuanto más virtuosas. Pero esa virtud se adquiere, sólo, en el ejercicio de la libertad, no de la imposición. Y, sin embargo, se agostan si se siembra desde el Estado la indiferencia"

Aristóteles, en el libro tercero de la Política define al ciudadano como aquel que participa de la administración de la ciudad, sea o no gobernante: “el ciudadano sin más nada se define mejor que por participar en la administración de la justicia y en el gobierno”; “el ciudadano... el que tiene derecho a participar en la función deliberativa o judicial de la cuidad”

Es propio del ciudadano la participación en la vida pública, y deberá ser propio del buen gobierno facilitar los cauces de participación y enriquecerlos. Luego el sistema de participación meramente electivo de los gobernantes es una simplificación incompleta, aún en el sistema democrático. Se ejerce la función ciudadana una vez cada un determinado número de años y se deja, en ese momento, de participar en la función pública salvo en la obediencia a los mandatos del gobernante. Se podría decir, exagerando, que se ejerce la democracia un día y se vive el resto de la vida en la tiranía.

Además, en la era de la informática, cabe incorporar al ciudadano en el ámbito de las decisiones públicas de un modo activo jamás soñado. Y esta técnica puede permitir la corrección de la “res pública” antes de que el gobernante genere descontento, desconecte con la ciudadanía o se transforme en un tirano temporal.

Por otra parte, Aristóteles sostiene que la bondad cívica es distinta de la bondad personal, que no se confunden los ámbitos público y privado, si bien deja claro que una persona virtuosa es, también, buen ciudadano o gobernante: “Es claro, pues, que un ciudadano que sea bueno puede no poseer la virtud por la cual es bueno el hombre”; “la virtud del ciudadano... es de mando y de obediencia... por eso se dice con razón que no puede mandar bien quien no ha obedecido”; “la virtud del gobernante es la prudencia... pero en el gobernado no es virtud la prudencia, sino la opinión verdadera”.

Como puede observarse al ciudadano Aristóteles le pide mucho, que sepa mandar y obedecer, que esté dispuesto y capacitado para ser gobernante, y que diga la verdad, que sea un consejero leal y eficaz. Aunque no le pide que sea buena persona en la totalidad de su vida, reserva los otros aspectos de la virtud al ámbito de la intimidad personal.

Sin embargo, queda claro para Aristóteles que el ciudadano es el que participa en la decisiones que afectan al interés de la ciudad. Evidentemente no es necesariamente gobernante, luego su ámbito normal de acción, una vez ejercido el derecho de elección, queda reducido al de consejo o al de ayuda a la decisión del que tiene la autoridad.

En lo referente al consejo, la consulta pública es un buen recurso para el gobierno eficaz y ágil de determinadas corporaciones locales, que por su número puedan ensayar el sistema y facilitar las técnicas de implantación a grande escala para el gobierno de ciudades o naciones. Sin embargo, la consulta pública se subordina a la prudencia del gobernante, pues la verdad no siempre puede o debe imponerse, aunque sí conocerse.

Ejemplo de prudencia es no imponer como obligación lo que una parte de la población es incapaz de cumplir por su debilidad, falta de medios económicos, de formación o de virtud.

También es parte de la prudencia no imponer a la mayoría lo que ha sido elegido por una minoría activa, aunque sea elegido de modo mayoritario. ¿Tiene sentido que una consulta pública en la que vote uno de cada mil ciudadanos obligue a los otros 999, o uno de cada cien a los otros 99, o uno de cada 10 a los otros 9? ¿O, en temas vitales, uno de cada tres a los otros dos? En los ayuntamientos está establecido que en determinadas cuestiones el voto no sólo sea mayoritario, sino que sea el de la mayoría del censo de los concejales, y es sabia y prudente medida de gobierno.

Concluyendo esta reflexión, se puede decir que el buen ciudadano es el que participa de la vida pública, tanto en el gobierno como en la administración de la justicia; es el que sabe hacer cumplir y obedece las leyes que emanan de la autoridad; y aconseja en verdad al gobernante.

Estas consideraciones nos llevan, en la época actual, a pensar que deben fomentarse los medios para la participación del ciudadano en la vida pública, no sólo manifestando su opinión o incorporándose en los métodos de consulta como los que propugna la Unión Europea, sino, incluso, incorporando procedimientos de ayuda a la decisión de los gobernantes a través de consultas directas.

Una consecuencia de esto mostraría cómo la mayoría de los ciudadanos, por ejemplo de España, están de acuerdo con financiar la educación privada, de mantener la asignatura de religión en los colegios, de legislar de modo diferente la unión marital de la de personas del mismo sexo.

La incorporación de esos sistemas de consulta y ayuda a la decisión de los gobiernos podría corregir la tendencia actual de los políticos a ignorar el sentir real de la población y escuchar sólo a los que causan problemas; pues legislan al margen de las inquietudes de las mayorías y se rigen por criterios derivados de la presión de las minorías.

frid

No hay comentarios: