domingo, noviembre 14, 2010

España, la marinera

Dedicado a mi hija, María de Mar.

Esta mañana he tenido la suerte de sintonizar: “Dos días contigo”, fue en el momento en el que estaban los componentes de El Consorcio, alguno de los que iniciaron Mocedades, y, sus recuerdos, me emocionaron; tantas canciones inolvidables. Ellos son como un tesoro de nuestra verdadera memoria histórica, la que merece la pena ser recordada.

Un pueblo, una nación, abierto al mar está destinado a mirar a lo infinito y a enfrentarse con lo insondable desde la mayor sencillez. A percibir este mundo con la confianza de tocar la grandeza para la que hemos sido creados desde lo más cotidiano. Un pueblo abierto al mar, es un pueblo de poetas, de grandes soñadores y de conquistas de enamorados.




Tenemos vocación de mar. A la que vemos y sentimos aunque no esté en nuestro horizonte inmediato. Por eso España canta desde el corazón y con toda el alma. Es esa otra España, la que huele a caña, la marinera. A un mar que es nuestro mejor jardín, el que no defrauda y que está más allá de los miserables poderes de este mundo. Inmenso, a pesar de nuestro afán de reducirlo a políticas coyunturales que esquilman y que destruyen a pesar del “medio ambiente terrestre y marítimo”; porque, cada vez que resaltan un bien para la humanidad, es porque lo deterioramos por la puerta trasera. Postigos innobles de falsedad y mentiras que adornan tartas de gusanos o podredumbre; horizontes sin futuro.


Vivir es otra cosa, porque es mirarse en otros ojos. Así, al percibir que tus ojos me velaban, nuevas e inquietantes sensaciones se apoderaron de mí. Nada, de cuanto hubiera ya visto, me pereció igual. Abriste aquellos, tus lindos ojos, y me colé en tu mundo. Un mundo de matices y de magnificencias que despertaron nuevos sentidos en mí, capaces de descubrir o de recrear otros mundos. Y… aquel: “Eres tú”; inundó mis oídos.


Fue como un soñar despierto o un volar sin alas. Transitar sobre las mismas cosas de siempre que ya eran otras. Vi, entonces, como la sencilla hierba se estiraba para alcanzar el primer efecto sintetizador de la mañana. Vi, sin rubor, el desperezarse de los pétalos y la multitud de colores que, al separarse, llenaban todo con una inimaginable armonía. Millones de unos puntos luminosos que parecían colmar de ojos los entresijos de las piedras. Sobre las que, un pequeño caracol, reptaba dejando algo de sí en el camino. Y, aunque pude, no quise pisar al escorpión. Desde entonces te busqué en todo; cuando estabas y cuando no.

Javier Peña Vázquez

Málaga

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