viernes, noviembre 17, 2006
La anorexia, la huelga de hambre y la eutanasia.
La anorexia, la huelga de hambre y la eutanasia.
Un problema visto de modo diferente. En un caso apostamos por salvar la vida, en el otro permitimos que se lleguen a extremos de difícil retorno. Y en el otro ¿eligiremos la muerte?
Con respecto a la anorexia todos somos muy sensibles. La cultura del cuerpo lleva a esos excesos: la delgadez como modelo. Y las pobrecitas se ven gordas incluso cuando se les marcan las costillas. Van irremediablemente al deterioro por consunción. La modelo brasileña ha sido un ejemplo público, pero en los hogares de amigos nuestros hay también dramas en mozas y mozos que son, en todos los aspectos, magníficos e incluso ejemplares. ¿Cómo es posible?
Algo nos falla en las neuronas que nos vemos como no somos. Y la sociedad sabe y siente que eso es una enfermedad. Se busca incluso un modelo público. Y por eso se entiende que nos alarmemos ante modelos y artistas que venden salud y delgadez. Añoramos un poco al Rubens y su estilo, a la "gordita saludable". Porque realmente la belleza está en el interior y también en la redondez moderada.
También reaccionamos cuando alguien se declara en huelga de hambre, salvo que sea un "De Juana" que consume a la callanda sus buenos bocadillos de pan bimbo y jamón serrano. Pero esas personas pasan un momento en el que no hay marcha atrás. Hay que alimentarlas con suero y sacarlas de nuevo adelante. La sociedad no quiere que muera esa persona y se sentiría culpable, a veces sin razón, por los efectos que se quiere provocar. Nos coacciona más o menos diciendo: o me hacéis caso o me muero. Es el chantaje que toca una fibra sensible: la vida, "no queremos dejarle morir".
En ambos casos la vida se defiende como un valor incuestionable. El enfermo es considerado enfermo, el obseso con su huelga como obseso; y se ponen los medios. Incluso se intenta cambiar el modelo de paradigma de la moda, ayudando a que los sentimientos se ordenen según razón, en orden a niñas y niños, jóvenes saludables.
Pero en el caso de la eutanasia, estamos tan ansiosos de decir que sí a "ese sentimiento" que nos olvidamos las razones por las que se pide, muchas veces más débiles incluso que las de los casos anteriores. Una depresión, el sentimiento de soledad o el de ser una carga, o la desesperación, afloran como razones principales de pedir que a uno le maten. Esas razones pueden tenerse con un organismo perfectamente sano. Y si eso pasase se procuraría tratar médicamente al enfermo, se le darían razones para vivir y se le apoyaría con medicamentos. La vida de una persona sana exige que sea defendida.
¿Y por qué no vale eso cuando la persona es mayor o está enferma con una enfermedad incurable? Si partimos del hecho que la vida está abocada a la muerte, el mero vivir es morir un poco, sería también una enfermedad incurable. ¿La falsa compasión no será acaso el miedo propio y el rechazo a la carga que suponen los cuidados al enfermo?
Está comprobado que cuando un enfermo pide que le maten, en la mayor parte de las veces lo que grita es su angustia, la necesidad de que le consuelen o le alivien el dolor. Es un grito de la soledad que requiere compañía y medicina. Normalmente ese episodio se suele repetir más veces pero entre episodio y episodio, el paciente se olvida de su angustia, se alivia del dolor y desea vivir.
Sólo hay unos pocos casos desesperados, que son como la obsesión con respecto a los alimentos del anoréxico o la terquedad del que se empeña en la huelga de hambre. Y esos casos son más bien casos médicos que verdaderas consciencias. Obsesiones que a veces se unen con la presión más o menos consciente de las malas caras de los familiares ante la "carga del enfermo".
En definitiva, la decisión sobre la terminación de la vida debería postponerse minuto a minuto, día a día, hasta que llegue de modo natural. Y, mientras tanto, ayudar al enfermo a encajar esos motivos de angustia: ¿presentarse ante Dios? ¿qué habrá en el más allá? ¿estaré en paz con los míos? ¿qué sentido tiene mi dolor? Quizá encuentre la luz en esa hora de más que no se le truncó artificialmente.
Frid
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