viernes, diciembre 15, 2006

Acción pública de los católicos, una obligación ineludible en nuestro tiempo.


Ayer tuve la ocasión maravillosa de disertar con un grupo de profesionales del derecho, personas jóvenes todos ellos, sobre la acción pública de los católicos, mostrando que hoy es una necesidad ineludible.

Se acabaron los tiempos en los que el aire nos daba de cara, en el que la sociedad era cristiana, las costumbres estaban impregnadas del cristianismo, y la cultura impregnada del humanismo cristiano se manifestaba de modo natural y sin violencia en la vida social y en las costumbres.

El mundo occidental se ha "liberado", ha buscado un nuevo paradigma de acción, y ha vuelto a resucitar viejos fantasmas creadores de meta-realidades; es decir de programas elaborados por la voluntad de unos pocos que se intentan imponer como nuevos modelos del orden social.

Esa situación no es nueva. El mundo occidenteal ha sufrido ya los frutos amargos de la arquitectura social, de esos mundos de diseño pero de un modo bélico y combativo. Por una parte el subjetivismo individualista, en de la voluntad de poder nietziano que negando a Dios y exaltando al hombre, propició que uno, el duce, el fürer, provenientes de planteamientos socialistas, se encontrara cómodamenta asentado en la construcción de un mundo de poder en el que esa voluntad soberana manejaba, como un cuerpo único a toda la sociedad. El cuerpo único era la raza, un grupo diferenciado con un único sentir y pensar, que pasó a dominar el mundo. Su sistema social no fracasó, económicamente iba bien, simplemente fue derrotado por las armas.

Por otra parte el materialismo colectivista también hizo sus mundos de diseño; sin Dios y sin creer en el hombre individual, descansaron su fuerza en la "humanidad", que estaba representada en el Partido único; si bien dentro del partido la voluntad y el pensamiento colectivo tenía un líder indiscutible, un portavoz único e indiscutible resultado de una lucha inmisericorde por el poder y por el control del partido. Ese sistema ganó la guerra mundial y sembró Europa de mártires y millones de muertos callados miserablemente por la "progresía europea", que con su silencio se hizo culpable de tamaño genocidio como nunca se ha conocido en Europa. Sin embargo, ese sistema fracasó socialmente. El paraíso que se esperaba conseguir no llegaba, y se sacrificaba al hombre real de un modo contínuo y sistemático en aras a la hipotética humanidad feliz.

La estrategia del mal ha cambiado. De alguna manera ha sintetizado ambas posturas pero eliminado "inicialmente" el procedimiento belicista. Su orientación materialista ha elegido un nuevo paradigma: la construcción de una sociedad sin conciencia de pecado, donde sea el Parlamento el que sustituya la conciencia individual del hombre o la conciencia colectiva de la humanidad. El hombre vuelve a intentar una construcción de sí mismo pero diluyendo el hecho en un Parlamento soberano. El bien y el mal, lo que es el ámbito de la libertad, lo que el individuo debe pensar, se establece por el consenso colectivo; pero un consenso colectivo elaborado en un sistema de partidos donde las luchas individualistas por ser el Líder y pensador único siguen en pié; y, por tanto, se ha vuelto a generar, sobre todo en el mundo latino otro tipo de "duce", en este caso el presidente del partido populista correspondiente: Chávez, Morales, Rodríguez Zapatero son tres clarísimos ejemplos.

Este nuevo líder presenta las características típicas de Hitler pre-bélico; él es el Partido, o mejor dicho la voluntad y el pensamiento del Partido; el Partido es el órgano de Gobierno y por tanto el nervio, la red arterial y los huesos del nuevo cuerpo colectivo; y los ciudadanos que no son el Partido son la masa amorfa que se ha de educar, dirigir o manipular. Un nuevo modelo social materialista y ateo se ha construído con apariencia de legalidad al mantener todavía las estructuras políticas que los auparon al poder. En España Europa es un freno; pero en los países americanos el freno no existe y se gobierna manifiestamente contra todo modo de pensamiento y organización que pueda ser alternativa a ese sistema liberticida.

Sin embargo, Europa misma no es un refugio de la libertad; el subjetivismo individualista ha llevado a países como Holanda a convertirse en paraísos de la muerte. Un sistema legal holandés, pero en mayor o menor grado, europeo, donde la categoría de la persona no es una realidad pacíficamente poseída, sino una condición que se obtiene por la ley. De ahí que los embriones (seres humanos en el seno de la madre); los niños nacidos con ciertas deformaciones (en algún país europeo); ciertos discapacitados; enfermos con una enfermedad grave y dolorosa; ancianos y otras personas que no gozan de la salud deseada o la protección del deseo de los padres o familiares, puedan estar perdiendo la categoría de personas, sean desprotegidos por la ley y, en ese terreno no ético pero legal, sea permitido su eliminación.

Este panorama es un avance ideológico del sistema de muerte al que deriva la visión individualista o colectivista atea; ese es el sistema que se intenta implantar en España con la "Educación para la ciudadanía", diciendo que es Educación para la convivencia; ese es el sistema en el que desde una deformación de la libertad convertida en "hacer lo que me apetece"; exaltada en el modelo de "todo es igualmente válido"; se pasa a eliminar al que no tiene voz (el niño en el seno materno); a implantar como ética la ética de la voluntad de poder en vez de la ética de la razón de bien; y se acaba descargando esa libertad en la moda implantada por la mayoría; "ahora se siente de este modo"; "todo el mundo lo hace"; esquemas de conducta no basados en la razón de lo bueno sino en la razón del sentimiento, de la moda o del deseo.

Curiosamente con sólo una frase de Benedicto XVI se tiene el arma para desmontar tanta mentira: "Dios es razonable"; es decir, busquemos la verdad y el bien que están delante de nuestros ojos y seremos realmente pacíficos, tolerantes, amables, respetuosos con los demás y con la vida, y -además- veremos que justamente creer en ese Dios es la garantía de paz que nuestra civilización ansía.

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