jueves, diciembre 21, 2006

Los ojos del alma; una visión de la conciencia moral


Reflexionando sobre el interés de eliminar de la vida de los hombres los conceptos de bien y mal, o lo que es equivalente, la referencia de una valoración objetiva del obrar humano, me he topado de golpe con los ojos del alma, ojos que quieren algunos cegar.


De modo natural nos surge el obrar el bien, y además con el bien se siente incluso un placer, un sentirse a gusto, encontrarse bien. Es como el ejercicio del atleta cuando corre, salta o practica el deporte para el que está especialmente cualificado. Es agradable hacer aquello que uno hace bien, aquello para lo que se tienen cualidades.

Por eso el obrar el bien moral lleva aparejado, salvo experiencias místicas o situaciones de agotamiento, dos reacciones: ese sentirse bien con uno mismo y, en el fondo, con el Creador; y una mayor facilidad para obrar el bien. El ejercicio hace el hábito, pero el hábito requiere una cualidad previa que desarrollar. No engorda el aire sino el pollo al pasar a gallo.

Sin embargo, desde que el hombre recuerda y la Biblia le hace recordar, junto a esa connaturalidad para el bien, se encuentra la inclinación a arrancar la manzana con lo que eso significa. Por un bien inmediato que se acaba y que vuelve a dar hambre, se abandona la visión de lo bueno para entrar en el ámbito de lo apetecible. La miopía del alma no ve ya a lo lejos sino de cerca, las letras de delante de sus ojos y sin gafas puede que tarde en darse cuenta de su error.

Las alertas del error, la llamada imperiosa para acudir al oculista, es una sensación de malestar, una inquietud del alma, un escozor en los ojos de la conciencia.

Pero si alguien, por un momento, arrancase esos ojos, el hombre quedaría a ciegas, la guía debería ser externa; los criterios del bien o mal obrar vendrían de un ámbito en el que él pusiese su confianza: el consenso podría ser una solución, pero si el consenso es de ciegos, de personas sin conciencia, el barco, sin rumbo, no llegaría a ningún puerto.

Pero el problema de los guías ciegos, los que se están empeñando en arrancarnos los ojos del alma es que saben que están ciegos y se empeñan en ser nuestros guías y mentores del camino de la felicidad; son ciegos con malicia porque dicen "que ven" y se equiparan a los guías ciegos contemporáneos a Jesucristo, fariseos que basaban el bien en la apariencia y no en el ser bueno.

Y esos aparentan no sólo el bien, que definen por consenso, sino la felicidad que no es ya la paz interior sino la sensación de ser admirado por ser un triunfador.

Esos guías curiosamente ciegos y cegadores de la conciencia, necesitan ojos que los miren y aplaudan porque es el único premio que proponen a su obrar según la moda o el consenso: la fama humana. Y además logran que les admiren porque hacen aberraciones contra natura, porque son "auténticos" siendo auténticamente infieles a su mujer o viviendo la relación humana sin compromiso, porque triunfan ejerciendo el dominio sobre los demás hombres.

Estos guías ciegos a los que ya no se ve con los ojos del alma sino con el mirar animal, son respetados lo mismo que el "rey de la manada", mientras detenten el poder. Por eso mismo suelen ejercer poderes totalitarios o populistas, suelen ser expertos en la demagogia y en el engaño, suelen manipular las palabras para arropar sus mentiras.

Ante tanta cortina opaca, lo mejor es ir a una cura de ojos, acudir a quien pueda dar colirio a los ojos del alma: mirar en el interior y ver qué es lo que la hace mejor: veremos que son las obras en las que hace el bien, las que suponen el ejercicio del atleta, de las virtudes; que son la búsqueda de consejo en personas con prestigio moral y santidad de vida; que son la ayuda de Dios y de los santos.

Y eso último es evidente, porque el Creador tiene la medicina para su criatura, el verdadero colirio del alma: la vida de la gracia, la contrición y el perdón. No en vano derramó buen colirio de sangre en la cruz por tí y por mí.

Pero es que además, al ver dentro del alma, el hombre ve dos cosas: su condición de criatura y las leyes de funcionamiento que Dios le ha puesto para su propia felicidad. Esos límites son su nave espacial para ir hacia las estrellas; sin ellos no podría mas que dar saltitos estilo sapo pretencioso mientras la cigüeña curiosa se acerca con su pico abierto para llevarselo como alimento de sus crías.

Vale la pena cuidar los ojos del alma, tratar la miopía, evitar la ceguera y elegir guías con buena vista, que no estén ciegos.

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