El hombre moderno ha comprobado el poder del "derecho" que él ha creado. Ha descargado en las leyes la conciencia moral, el bien o el mal cambiando sutílmente el contenido de sus definiciones.
Hoy en día el bien no está definido por la acomodación del obrar al ser; sino en lo que está permitido por la ley; el mal no es lo que daña al ser sino lo que está prohibido. Radicales de esa postura sostienen sin sonrojarse que "si la ley ordena que yo mate a un inocente, debo hacerlo, eso es lo bueno; más bien ya no es tal inocente, porque la ley lo ha declarado culpable". Pero ¿si no ha hecho nada? Daría igual lo que ha hecho o lo que sea ese ser: "el embrión, el feto, es por ley un agresor a su madre si ella no lo desea; el cristiano podría ser un agresor por mostrar con su vida un sistema ético que violenta mis sentimientos".
Pero ese sistema se dice que es un sistema que ha progresado en la conquista de la libertad; se ha liberado de la conciencia de mal, y ha convertido al Parlamento en el nuevo "Dios" que salva. Si cumples mi ley, si me eres obediente y dócil, serás ensalzado por la voluntad colectiva, si bien no evitarás que mañana se pudra tu cuerpo; pero estarás vivo en la conciencia colectiva.
Desde ese avance de las libertades se está dando la paradoja de que el hombre puede ya alienarse, de un modo absoluto, puede, ejerciendo su libertad, decir que le maten, aceptar ¿por qué no? la exclavitud de por vida, admitir el cambio de sexo también de por vida. Pero, curiosamente no puede adoptar, por violentar su libertad, otro tipo de compromiso de por vida como el contraer matrimonio o entregarse al servicio de Dios. Ya no es preciso para matar a un ser humano, en el "progreso de su libertad" mas que lo pida; y, en algunos casos, que sean sus familiares los que lo hagan porque está temporalmente o definitivamente incapacitado para elegir; ese sería el caso de los dementes, los niños sin uso de razón, los niños en el seno de la madre y los enfermos en coma.
Pero se ha progresado en "libertad"; podemos hacer más cosas, pero no podemos hacer otras. Esas personas que deciden libremente su muerte no tienen vuelta atrás; y los que son matados porque lo deciden otro son valorados menos íncluso que los animales, seres que sin uso de razón, empiezan a adquirir derechos en los países occidentales.
La culminación de ese progreso en "libertad" ha llegado al subordinar al hombre a la "ciencia"; el progreso exige que experimentemos, en bien del hombre colectivo, con el hombre individual real, con el de carne y hueso. La ley española de investigación biomédica es un claro ejemplo de esa situación. El servicio a la humanidad exige sacrificios y además es por encontrar un nuevo tipo de hombre más duradero, menos susceptible a las enfermedades, y -especialmente deseado- sin la debilidad que significa la conciencia de pecado, todo unido con algo contradictorio: más inteligente ¿y sin conciencia de bien o de mal?
Pero ese superhombre, curiosamente servido por los "hombrecillos del hoy", sin existir siquiera, nos ha convertido en objetos y piezas del proceso de fabricación.
El mundo es hoy un inmenso taller dirigido por los "iluminados progresistas"; un taller donde el hombre es sólo o un objeto de recambio (por eso se ensaya y manipula con embriones humanos, para encontrar esas piezas; se matan vidas para "salvar vidas"; hay vidas más valiosas que otras); piezas del proceso de fabricación o elementos "inteligentes" de la cadena productiva mientras la vida activa sea rentable o mientras estemos en el partido adecuado; o, y son la mayoría, piezas desechables (y digo que son la mayoría porque desde el ecologismo socialista ya se anuncia que al menos sobra la mitad de la población del planeta para que sea sostenible). Y, somos incluso, la pieza del deseo: objetos de lujo; niños traídos a la tierra por encargo con un control de calidad que no se para en consideraciones éticas y desecha sin problemas los "elementos con algunas taras o algunas características no deseadas".
La única fuerza moral contra este "iluminismo progresista" que no es otra cosa que la "implantación de la cultura de la muerte" o un nuevo modo de ofrecer sacrificios humanos a Balaam, a los dioses tótemes fenicios de la más profunda raiz mistérica europea, está en la verdadera cultura de la vida.
Y, curiosamente, el único que tiene valor moral para defender la vida en todos sus estados, para defender al hombre con su conciencia individual y su valor irrepetible, es el cristianismo; y más en concreto, el ejemplo de esa lucha titánica de la vida contra la muerte fue Juan Pablo II cuando decía que el "ser humano era el único querido por Dios por sí mismo", que es irrepetible; también lo es Benedicto XVI cuando apela a la "razón" para encontrar la verdad del hombre; y lo fue su fundador, Jesucristo, que murío, siendo Dios, por cada persona concreta, para redimirla y que alcanzara la vida eterna. Pero Jesús dijo "convertíos"; la liberación del hombre pasa por la conciencia moral.
El superhombre inexistente está hoy esclavizando al hombre existente. El mensaje de un pensador cristiano podría ser: tú eres irrepetible, por tí DIos se hizo hombre, tu vida tiene todo el valor de la Sangre de Cristo, no permitas que te eliminen ni que eliminen al indefenso.
Y nos llama el "superhombre" intransigentes porque teniendo ante nuestros ojos la vida y la muerte para elegir, ¡hemos elegido la vida!
frid
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