lunes, julio 19, 2010

El Estado de la Nación

Por Javier Peña

Hay ocasiones en las que la palabra se resiste y su ausencia nos hace desfallecer. Es como un vacío estomacal, un hambre vital que produce hasta vértigos. No es que la palabra haya desaparecido sino que requiere de nuestro respeto. Sin ella no hay sabiduría y los diálogos se hacen huecos. Porque ni el mejor podium (Parlamento) puede hacer verdad la mentira.


La palabra no admite despilfarros. Por tanto, huelgan las palabras cuando la realidad es tan terriblemente desoladora y las justificaciones añaden un profundo dolor a las víctimas. Un hecho agravado por el descaro de quienes, haciendo omisión a su plena responsabilidad, aún tiene el descaro de comprar, sin ningún pudor, unos puntales: PNV o CIU. Refuerzos que sostengan al ruinoso edificio del Gobierno. Todo lo que haga falta… y por encima de la Ley.

Es aún más grave que, los llamados medios de comunicación, hayan frivolizado este examen y, a la puesta en escena del esperpento zapateril, la convirtieran en concurso, midiendo lo inmedible. No está España para que el balance de tan deplorable gestión se transformara en apostar a ver quien nos llevaba “al huerto” con su representación. Tan triste espectáculo, no es ya un caso de urgencia médica, sino que pasa a ser un delito de Juzgado de Guardia. Pues, a estas alturas, ¿quién no sabe que el Estado de la Nación es tristemente CAÓTICO?


Todo ello, tras unos mundiales de fútbol que España ha vivido a lo grande. Una España real que ha hecho piña con esta singular selección de nuestros deportistas y con un director de lujo que ha puesto los colores de nuestra bandera, la de todos, en el pináculo del mundo. Equipo que hizo gala de juego limpio y de conjunción; una gran lección para los políticos.


Fue como un tiempo de tregua para el sofoco de nuestra particular crisis, con independencia del grado de afición individual. Maravillosa puesta en escena de cuanto significa una ilusión colectiva y unos intereses comunes. Pero, la política y los políticos, han vuelto a romper la armonía nacional porque, su mezquindad, nos sigue alejando del Bien Común. Mercadeo que aparta de los genuinos valores de la democracia y nos trae una conciencia en compra-venta.


Los españoles derrochamos energía e ilusión cuando sabemos lo que queremos y a donde vamos, aunque sea algo tan efímero como un campeonato de fútbol. Hacemos causa común. ¿Quién es, pues, el que nos divide? ¡Qué vergüenza la de esos políticos, vascos o catalanes, ciegos ante sus muchos conciudadanos que pide concordia! ¡Qué enorme responsabilidad la de ese magistrado del TC que, con su único voto, llevará a tantos inocentes a la muerte y a tantas jóvenes mujeres a destrozar sus vidas…!

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