Cuando el aborto es legal en un país, la responsabilidad de los hombres disminuye o desaparece. El que la embarazó puede pedirle que aborte y si la mujer no quiere, tendrá que conservar a su hijo o hija a su cuenta y riesgo. Una figura parecida sucede con los empleadores que no quieren dar beneficios de maternidad a sus empleadas.
Segunda crítica: el aborto libre disminuye la responsabilidad de los hombres
Es cierto que algunas mujeres que finalmente aceptan su embarazo y lo quieren mantener pueden resistir presiones y negarse a abortar. Sin embargo, la legalización del aborto a petición las coloca en una situación todavía más opresiva, como veremos a continuación. El derecho al aborto es aún más peligroso que muchos otros derechos individualistas, porque este derecho genera un círculo vicioso del cual muchas mujeres no tienen salida, independientemente de su decisión personal.
Si la mujer aborta, el varón se ve liberado de cualquier responsabilidad como padre, y a la vez conserva a la mujer como objeto sexual. Pero si ella decide lo contrario y da a luz a su hijo, también pierde. Puesto que sólo ella decidió seguir adelante con el embarazo, la responsabilidad de educar al hijo parecería que es sólo de ella. Sobre todo si el padre ha estado a favor del aborto, y si además ha ofrecido pagar los costos de la interrupción del embarazo, pensará que el hijo no es su responsabilidad. Si a pesar de todo, el gobierno lo obliga a pagar la pensión alimenticia, se sentirá tratado injustamente.
Antes de la legalización del aborto, en los EE.UU. se entendía que los hombres debían ofrecer matrimonio en caso de un embarazo. Con la legalización del aborto, en cambio, los varones comenzaron a pensar que ellos no son responsables de los nacimientos de esos niños, y en consecuencia no sienten ningún deber de ofrecer el matrimonio a la mujer que no quiere abortar o de contribuir con la manutención del niño. A consecuencia de esto, se ha incrementado significativamente el número de familias encabezadas por una madre soltera. (George A. Akerlof, Janet L. Yellen, y Michael L. Katz, An Analysis of Out-of-Wedlock Childbearing in the United States, 111Quarterly Journal of Economics 277 (1996).)
Peor aún si se descubre durante el embarazo que el niño es discapacitado: Si ella no aborta, ella será la culpable del costo y de las “molestias” que ese tipo de niños trae consigo para el padre y para el seguro social. Es posible que hasta los médicos (The Cost of "Choice" 46-47, 2004) y sus conocidos la hagan sentirse culpable por no haber abortado.
Un empleador puede reaccionar de manera igual. Si él (o el Estado) paga los abortos, se va a sentir menos obligado a adecuar sus prácticas laborales a favor de la mujer embarazada o para la mujer que cuida a su hijo. Si a causa de la maternidad tiene problemas con las condiciones de trabajo, o con el horario, la situación se puede considerar como un problema "privado" que ella pudo haber evitado, como advierte Catherine MacKinnon. La mujer pierde legitimidad para reivindicar mejores condiciones laborales y familiares.
A nivel teórico el aborto parece ofrecer una liberación, pero en la práctica abre la caja de Pandora. A lo largo de la historia humana, los hijos han sido una consecuencia inevitable de las relaciones naturales entre varones y mujeres. Por lo tanto, los dos sexos se sabían igualmente responsables por ellos, y la sociedad no tenía otra posibilidad que adecuarse y ayudar en su formación. La anticoncepción disminuye pero no elimina estas conexiones y responsabilidades; pues nunca aspira a evitar todo nacimiento. A pesar de los anticonceptivos, los nacimientos siguen sucediendo… y hay que cuidar a los hijos.
Esto no sucede con el aborto por libre elección. El aborto previene de manera absoluta el nacimiento de un hijo. Por lo tanto, la decisión libre sobre el aborto “elimina” de las conciencias el vínculo entre el nacimiento y los causantes del embarazo. No importa que la sociedad haya favorecido el matrimonio o el sexo, por ejemplo, o que el marido haya insistido en el acto sexual cuando su esposa no lo quería. Es ella y sólo ella la que decide si el niño entra al mundo. Ella es la responsable. Por primera vez en la historia, el marido, el amante, el seguro social, o el patrón puede apuntar con el dedo a ella como la persona concreta que permitió la existencia de un ser humano no querido por uno de ellos.
Nota:
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Richard Stith J.D.(Yale), Ph.D.(Yale)
Valparaiso University School of Law
Valparaiso, Indiana, USA
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