sábado, septiembre 13, 2008

Benedicto XVI en París. Buscad las raices de Europa.


BUSQUEDA DE DIOS EN LAS RAICES DE LA CULTURA EUROPEA



CIUDAD DEL VATICANO, 12 SEP 2008 (VIS).-El mundo de la cultura acogió esta tarde a Benedicto XVI en el College des Bernardins, donde el Papa llegó hacia las 17,30.



La institución fue fundada en 1247 por Étienne de Lexington, abad cisterciense de Claraval, como centro de formación teológica para los monjes del Císter. Confiscado durante la Revolución, el edificio se vendió y pasó a través de los siglos por diversas peripecias, hasta que lo adquirió la archidiócesis de París. Después de cinco años de restauración, el edificio, auténtica joya de la arquitectura medieval, se abrió al público el pasado 4 de septiembre. Es sede de iniciativas artísticas, conferencias y reuniones.



El discurso del Papa estuvo dedicado al origen de la teología occidental y de las raíces de la cultura europea. "En la gran fractura cultural provocada por las migraciones de los pueblos y el nuevo orden de los Estados que se estaban formando -dijo- los monasterios eran los lugares en los que sobrevivían los tesoros de la vieja cultura y en los que, a partir de ellos, se iba formando poco a poco una nueva cultura".



Pero la intención de los monjes no era "crear una cultura y ni siquiera conservar una cultura del pasado. Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era (...) buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial; (...) detrás de lo provisional buscaban lo definitivo".



Para hacerlo seguían las "señales de pista" con las que Dios indicaba el recorrido. "El camino era su Palabra que, en los libros de las Sagradas Escrituras, estaba abierta ante los hombres. La búsqueda de Dios requiere, pues, por intrínseca exigencia una cultura de la palabra. (...) En el monaquismo occidental, escatología y gramática están interiormente vinculadas una con la otra. (...) Así, precisamente por la búsqueda de Dios, resultan importantes las ciencias profanas que nos señalan el camino hacia la lengua".



El Santo Padre habló de los lugares comunes en los monasterios, las bibliotecas y las escuelas, que "indican el camino hacia la palabra", haciendo notar que "la Palabra que abre el camino de la búsqueda de Dios y es ella misma el camino, es una Palabra que mira a la comunidad. (...) La Palabra no lleva a un camino sólo individual de una inmersión mística, sino que introduce en la comunión con cuantos caminan en la fe".



"Como en la escuela rabínica, también entre los monjes, el mismo leer del individuo es simultáneamente un acto corporal -observó-. La Palabra de Dios nos introduce en el coloquio con Dios" y (...) especialmente en el Libro de los Salmos nos ofrece las palabras con que podemos dirigirnos a Él, presentarle nuestra vida con sus altibajos en coloquio ante Él, transformando así la misma vida en un movimiento hacia Él".



Citando la importancia del canto en la vida monástica, Benedicto XVI habló de cómo San Bernardo de Claraval "califica la confusión de un canto mal hecho como un precipitarse en la "zona de la desemejanza", que es el término con que San Agustín describe "su estado interior antes de la conversión. (...) El hombre, creado a semejanza de Dios, al abandonarlo se hunde en la “zona de la desemejanza”, en un alejamiento de Dios en el que ya no lo refleja y así se hace desemejante no sólo de Dios, sino también de sí mismo, del verdadero ser hombre".



Para San Bernardo "la cultura del canto es también cultura del ser y los monjes con su plegaria y su canto han de estar a la altura de la Palabra que se les ha confiado, a su exigencia de verdadera belleza".



Asimismo, "para captar de alguna manera la cultura de la palabra, que en el monaquismo occidental se desarrolló por la búsqueda de Dios", es necesario abordar “las Escrituras”, que (...) en su conjunto (...) se consideran como la única Palabra de Dios dirigida a nosotros. Pero ya este plural evidencia que aquí la Palabra de Dios nos alcanza sólo (...) a través de las palabras humanas, es decir que Dios nos habla sólo a través de los hombres, mediante sus palabras y su historia".



El Papa señaló que "la Escritura precisa de la interpretación, y precisa de la comunidad en la que se ha formado y en la que es vivida. En ella tiene su unidad y en ella se despliega el sentido que aúna el todo. (...) El cristianismo capta en las palabras la Palabra, el "Logos" mismo, que irradia su misterio a través de tal multiplicidad. Esta estructura especial de la Biblia es un desafío siempre nuevo para cada generación. Por su misma naturaleza excluye todo lo que hoy se llama fundamentalismo".



"La misma Palabra de Dios, de hecho, nunca está presente ya en la simple literalidad del texto. Para alcanzarla se requiere un trascender y un proceso de comprensión, que se deja guiar por el movimiento interior del conjunto y por ello debe convertirse también en un proceso vital. Siempre y sólo en la unidad dinámica del conjunto los muchos libros forman "un" Libro, la Palabra de Dios y la acción de Dios en el mundo se revelan en la palabra y en la historia humana.".



"El trascender de la letra y su comprensión únicamente a partir del conjunto", dijo el Papa, lo expresa drásticamente San Pablo con la frase: "La pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida", pero (...) el Espíritu liberador no es simplemente (...) la visión personal de quien interpreta. El Espíritu es Cristo, (...) que nos indica el camino. Con la palabra sobre el Espíritu y sobre la libertad se abre un vasto horizonte, pero al mismo tiempo se pone una clara limitación a la arbitrariedad y a la subjetividad, (...) que obliga de manera inequívoca al individuo y a la comunidad y crea un vínculo superior al de la letra: el vínculo del entendimiento y del amor".



"Esa tensión entre vínculo y libertad, que sobrepasa el problema literario de la interpretación de la Escritura, (...) ha plasmado profundamente la cultura occidental. Esa tensión se presenta de nuevo también a nuestra generación como un reto frente a los extremos de la arbitrariedad subjetiva, por una parte, y del fanatismo fundamentalista, por otra. Sería fatal, si la cultura europea de hoy llegase a entender la libertad sólo como la falta total de vínculos y con esto favoreciese inevitablemente el fanatismo y la arbitrariedad".



El Santo Padre observó después que junto al "ora" de la vida monástica, existía también el "labora" y que el "Dios cristiano (...) es también el Creador. Dios trabaja; continúa trabajando en y sobre la historia de los hombres. En Cristo entra como Persona en el trabajo fatigoso de la historia. (...) Dios trabaja y (...) el hombre tiene capacidad y puede participar en la obra de Dios en la creación del mundo. Del monaquismo forma parte (...) una cultura del trabajo, sin la cual el desarrollo de Europa, su ethos y su formación del mundo son impensables".



Retomando el inicio de su discurso sobre el monacato Benedicto XVI reiteró que "quien se hacía monje, avanzaba por un camino largo y profundo, pero había encontrado ya la dirección: la Palabra de la Biblia en la que oía que hablaba el mismo Dios", pero (...) para que se abra un camino hacia el corazón de la Palabra bíblica como Palabra de Dios, esa misma Palabra debe antes ser anunciada desde el exterior".



"De hecho, los cristianos de la Iglesia naciente no consideraron su anuncio misionero como una propaganda, (...) sino como una necesidad intrínseca derivada de la naturaleza de su fe. (...) La universalidad de Dios y la universalidad de la razón abierta hacia Él constituían para ellos la motivación y también el deber del anuncio. Para ellos la fe no pertenecía a las costumbres culturales, diversas según los pueblos, sino al ámbito de la verdad que igualmente tiene en cuenta a todos".



"El esquema fundamental del anuncio cristiano “ad extra” -a los hombres que, con sus preguntas, buscan- se halla en el discurso de san Pablo en el Areópago", cuando (...) anuncia a Aquel, que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen: el Ignoto-Conocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible. Lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe en cierto modo que Él tiene que existir. Que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creativa; no el ciego destino, sino la libertad".



"Sin embargo, pese a que todos los hombres en cierto modo sabemos esto, (...) ese saber permanece irreal: Un Dios sólo pensado e inventado no es un Dios. Si Él no se revela, nosotros no llegamos hasta Él. (...) La novedad del anuncio cristiano consiste en un hecho: Él se ha mostrado. Pero esto no es un hecho ciego, sino un hecho que, en sí mismo, es "Logos", presencia de la Razón eterna en nuestra carne".



También en nuestra época "Dios se ha convertido realmente en el gran Desconocido. Pero como entonces, tras las numerosas imágenes de los dioses estaba escondida y presente la pregunta acerca del Dios desconocido, también hoy la actual ausencia de Dios está tácitamente inquieta por la pregunta sobre Él"



"Buscar a Dios y dejarse encontrar por Él: esto hoy no es menos necesario que en tiempos pasados -concluyó Benedicto XVI-. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura".



Acabado el discurso el Papa se trasladó en automóvil a la catedral de Notre-Dame para presidir las vísperas con los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y diáconos franceses.





VISPERAS CON SACERDOTES, RELIGIOSOS, SEMINARISTAS, DIACONOS



CIUDAD DEL VATICANO, 12 SEP 2008 (VIS).-A las 19,15, en la catedral de Notre Dame, el Papa presidió la celebración de las Vísperas con los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y diáconos. También estaban presentes algunos representantes de otras iglesias y confesiones cristianas.



Comentando en la homilía el salmo 126,1, “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”, el Papa dijo: “Quién es este Señor sino Nuestro Señor Jesucristo. Fue Él quien fundó la Iglesia, quien la ha edificado sobre la roca, sobre la fe del Apóstol Pedro. (...) San Agustín se plantea la cuestión de saber quiénes son los albañiles, y él mismo responde: “Todos los que predican la palabra de Dios en la Iglesia, los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora”; pero es sólo Dios quien, en nosotros, “edifica, quien exhorta, quien amonesta, quien abre el entendimiento, quien os conduce a las verdades de la fe”.



“¡Qué maravilla -exclamó- reviste nuestra actividad al servicio de la divina Palabra! Somos instrumentos del Espíritu; Dios tiene la humildad de pasar a través de nosotros para sembrar su Palabra. Llegamos a ser su voz después de haber vuelto el oído a su boca. Ponemos su Palabra en nuestros labios para ofrecerla al mundo. La ofrenda de nuestra plegaria le es agradable y le sirve para comunicarse con todos los que nos encontramos”.



Benedicto XVI puso de relieve que “las liturgias de la tierra, ordenadas todas ellas a la celebración de un Acto único de la historia, no alcanzarán jamás a expresar totalmente su infinita densidad. En efecto, la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra. Que nuestras celebraciones, sin embargo, se le parezcan lo más posible y la hagan presentir”.



“Desde ahora -continuó-, la Palabra de Dios nos ha sido dada para ser el alma de nuestro apostolado, el alma de nuestra vida de sacerdotes. (...) A lo largo de la jornada, la Palabra de Dios se convierte en la materia de la oración de toda la Iglesia, que desea así dar testimonio de su fidelidad a Cristo”.



El Santo Padre exhortó a los sacerdotes a no tener miedo “de dedicar mucho tiempo a la lectura, a la meditación de la Escritura y al rezo del Oficio divino. Casi sin saberlo, la Palabra leída y meditada en la Iglesia actúa sobre vosotros y os transforma”.



Dirigiéndose a continuación a los seminaristas, dijo: “Estáis destinados a ser depositarios de esta Palabra eficaz, que hace lo que dice. Conservad siempre el gusto por la Palabra de Dios. Aprended, por su medio, a amar a todos los que encontréis en vuestro camino. Nadie sobra en la Iglesia, nadie. Todo el mundo puede y debe encontrar su lugar”.



El Papa pidió a los diáconos, que “sin buscar sustituir a los presbíteros, sino ayudándolos con amistad y eficacia” fueran “testigos vivos del poder infinito de la divina Palabra”.



A los religiosos, religiosas y todas las personas consagradas, Benedicto XVI les recordó que su “única riqueza -la única, verdaderamente, que traspasará los siglos y el dintel de la muerte- es la Palabra del Señor. (...) Vuestra obediencia es, etimológicamente, una escucha, ya que el vocablo “obedecer” viene del latín “obaudire”, que significa tender el oído hacia algo o alguien. Obedeciendo, volvéis vuestra alma hacia Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. (...) La pureza de la divina Palabra es el modelo de vuestra propia castidad; garantía de fecundidad espiritual”.



Benedicto XVI saludó al final a los representantes de las Iglesias cristianas y de las comunidades eclesiales, “que han venido a rezar fraternalmente las Vísperas con nosotros en esta catedral”.



“Pido ardientemente al Señor -terminó el Papa.-que crezca en nosotros el sentido de esta unidad de la Palabra de Dios, signo, prenda y garantía de la unidad de la Iglesia: no un amor en la Iglesia sin amor a la Palabra, no una Iglesia sin unidad en torno a Cristo redentor, no frutos de redención sin amor a Dios y al prójimo, según los dos mandamientos que resumen toda la Escritura santa”.



LA IGLESIA CONFIA EN LOS JOVENES



CIUDAD DEL VATICANO, 12 SEP 2008 (VIS).-Finalizadas las Vísperas, el Papa saludó a los jóvenes que transcurrirían la noche en vigilia de oración para prepararse a la Santa Misa que se celebrará mañana en la Explanada de los Inválidos.



Benedicto XVI recordó que la XXIII Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Sydney, "hizo redescubrir a muchos jóvenes la importancia del Espíritu Santo en la vida del cristiano. El Espíritu nos pone en contacto íntimo con Dios, en quien se encuentra la fuente de toda auténtica riqueza humana".



"Todos buscáis amar y ser amados -dijo el Santo Padre-. Tenéis que volver a Dios para aprender a amar y para tener la fuerza de amar".



Después el Papa invitó a los jóvenes a "meditar en la grandeza del sacramento de la Confirmación, (...) que os introduce en una vida de fe adulta. Es urgente comprender cada vez mejor este sacramento para comprobar la calidad y la hondura de vuestra fe y para robustecerla. El Espíritu Santo os acerca al misterio de Dios y os hace comprender quién es Dios. Os invita a ver en el prójimo al hermano, (...) para vivir en comunión con él, humana y espiritualmente, para vivir, por tanto, como Iglesia. Al revelaros quién es Cristo muerto y resucitado por nosotros, nos impulsa a dar testimonio de Él".



"Es urgente hablar de Cristo a vuestro alrededor -exclamó el pontífice-, a vuestras familias y amigos, en vuestros lugares de estudio, de trabajo o de ocio. No tengáis miedo. Tened "la valentía de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo". (...) Llevad la Buena Noticia a los jóvenes de vuestra edad y también a los otros. Ellos conocen las turbulencias de la afectividad, la preocupación y la incertidumbre con respecto al trabajo y a los estudios. Afrontan sufrimientos y tienen experiencia de alegrías únicas. Dad testimonio de Dios, porque, en cuanto jóvenes, formáis parte plenamente de la comunidad católica. (...) Quiero deciros que la Iglesia confía en vosotros".



El segundo tema de reflexión que el Papa propuso a los jóvenes fue "el misterio de la Cruz".



"Muchos de vosotros -dijo- lleváis colgada del cuello una cadena con una cruz. También yo llevo una. (...) No es un adorno ni una joya. Es el precioso símbolo de nuestra fe, el signo visible y material de la vinculación a Cristo".



"Para los cristianos, la Cruz simboliza la sabiduría de Dios y su amor infinito revelado en el don redentor de Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo, en particular, para la vida de cada uno".



La Cruz "no es sólo el signo de vuestra vida en Dios y de vuestra salvación, sino también (...) el testigo mudo de los padecimientos de los hombres y, al mismo tiempo, la expresión única y preciosa de todas sus esperanzas".



"La Cruz pone en peligro en cierta medida la seguridad humana, pero manifiesta, también y sobre todo, la gracia de Dios y confirma la salvación. Esta tarde os confío la Cruz de Cristo. Pablo había entendido la palabra de Jesús -aparentemente paradójica- según la cual sólo entregando ("perdiendo") la propia vida se puede encontrarla y de ello había sacado la conclusión de que la Cruz manifiesta la ley fundamental del amor, la fórmula perfecta de la vida verdadera".



Tras despedirse de los jóvenes el Papa se desplazó a la Nunciatura Apostólica y después de cenar salió al balcón para saludar a los fieles reunidos ante su residencia en la capital francesa.



"¡Vuestra acogida tan cordial conmueve al Papa! -dijo-. Gracias por haberme esperado aquí a pesar de ser tan tarde y de forma tan entusiasta".



"Estoy feliz de sumarme mañana a la multitud de peregrinos de Lourdes para celebrar el Jubileo de las apariciones de la Virgen. Los católicos en Francia necesitan más que nunca renovar su confianza en María, reconociendo en Ella el modelo de su compromiso al servicio del Evangelio. (...) Cuento con vosotros y con vuestras oraciones para que este viaje dé fruto. Que la Virgen os guarde".



BENEDICTO XVI EN EL INSTITUT DE FRANCE



CIUDAD DEL VATICANO, 13 SEP 2008 (VIS).-Hoy sábado, a las 9,00, el Papa llegó al Institut de France, fundado en 1795 y que comprende cinco Academias: Académie française; Académie des inscriptions et belles lettres; Académie des sciences; Académie des beaux-arts; Académie des sciences morales et politiques.



Del Institut de France forman parte representantes eminentes de todos los ámbitos del saber humano. En 1992 el entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucedió en la Academia de Ciencias morales y políticas, como miembro asociado, a Andrei Sakharov, premio Nobel de la Paz, fallecido en 1989.



A su llegada, Benedicto XVI fue recibido por el canciller del Instituto, Gabriel de Broglie y por el secretario perpetuo de l' Académie française, Hélène Carrère d'Encausse, que lo acompañaron a la sala de la Cúpula, donde se reúnen los miembros de las cinco Academias. El pontífice descubrió una placa conmemorativa de su visita y pronunció unas breves palabras.



"Es para mí un gran honor -dijo el Papa- ser recibido esta mañana bajo la Cúpula. No podía venir a París sin saludarles personalmente. Me agrada aprovechar esta feliz ocasión para subrayar los lazos profundos que me unen a la cultura francesa, hacia la que siento una gran admiración".



"Rabelais dijo muy justamente en su tiempo: “La ciencia sin la conciencia no es más que ruina del alma. (...) Fue sin duda para contribuir a evitar el riesgo de una semejante dicotomía que, a finales de enero, y por vez primera en tres siglos y medio, dos Academias del Instituto, dos Academias Pontificias y el Instituto Católico de París organizaron un Coloquio interacadémico sobre la cambiante identidad de la persona. (...) Esta iniciativa podría continuar para explorar conjuntamente los innumerables senderos de las ciencias humanas y experimentales".



Finalizado el encuentro, Benedicto XVI se desplazó en papamóvil a la Explanada de los Inválidos para celebrar la Santa Misa.

PV-FRANCIA/INSTITUT DE FRANCE/PARIS VIS 080913 (330)



HUID DEL CULTO A LOS IDOLOS



CIUDAD DEL VATICANO, 13 SEP 2008 (VIS).-Benedicto XVI celebró esta mañana a las 10,00 la Santa Misa en la Explanada de los Inválidos, el conjunto monumental formado por el Hospital de los Inválidos, el Museo del Ejército y la Iglesia de San Luis de los Inválidos con el anejo Dôme (Cúpula), donde se encuentran las cenizas de Napoleón Bonaparte.



"La primera carta de San Pablo dirigida a los Corintios -dijo el Papa en su homilía ante más de 200.000 personas- nos hace descubrir (...) hasta qué punto sigue siendo actual el consejo dado por el Apóstol. "No tengáis que ver con la idolatría", escribió a una comunidad muy afectada por el paganismo e indecisa entre la adhesión a la novedad del Evangelio y la observancia de las viejas prácticas heredadas de sus antepasados"



"Fuera del pueblo de Israel, que había recibido la revelación del Dios único, -explicó- el mundo antiguo era esclavo del culto a los ídolos. Los errores del paganismo, muy visibles en Corinto, debían ser denunciados porque eran una potente alienación y desviaban al hombre de su verdadero destino. Impedían reconocer que Cristo es el único Salvador, el único que indica al hombre el camino hacia Dios".



"Este llamamiento a huir de los ídolos sigue siendo válido también hoy. (...) La palabra "ídolo" viene del griego y significa "imagen", (...) pero también (...) "vana apariencia". El ídolo es un señuelo, pues desvía a quien le sirve de la realidad para encadenarlo al reino de la apariencia".



"¿No es ésta una tentación propia de nuestra época, la única -subrayó el Santo Padre- sobre la que podemos actuar de forma eficaz? Es la tentación de idolatrar un pasado que ya no existe, olvidando sus carencias, o un futuro que aún no existe, creyendo que el ser humano hará llegar con sus propias fuerzas el reino de la felicidad eterna sobre la tierra". De igual modo,"el dinero, el afán de tener, de poder e incluso de saber, ¿acaso no desvían al hombre de su verdadero fin?”.



Pero "la condena radical de la idolatría -afirmó el Papa citando a San Juan Crisóstomo, cuya memoria litúrgica se celebra hoy- no es en modo alguno una condena de la persona del idólatra. Nunca hemos de confundir en nuestros juicios el pecado, que es inaceptable, y el pecador, del que no podemos juzgar su estado de conciencia y que, en todo caso, siempre tiene la posibilidad de convertirse y ser perdonado".



"Dios (...) nunca pide al hombre que sacrifique su razón -observó el pontífice-. La razón nunca está en contradicción real con la fe. El único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ha creado la razón y nos da la fe, proponiendo a nuestra libertad que la reciba como un don precioso. Lo que desencamina al hombre de esta perspectiva es el culto a los ídolos, y la razón misma puede fabricar ídolos".



"Pidamos a Dios, pues, que nos ve y nos escucha, que nos ayude a purificarnos de todos nuestros ídolos para acceder a la verdad de nuestro ser, para acceder a la verdad de su ser infinito".



"San Pablo nos invita a usar no solamente nuestra razón, sino sobre todo nuestra fe para descubrirlo. Ahora bien, ¿qué nos dice la fe? El pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo; el cáliz de acción de gracias que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo"



"Desde hace veinte siglos -recordó el Santo Padre- el Señor resucitado se ha entregado a su pueblo. (...) Veneremos fervientemente el sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, el Santísimo Sacramento de la presencia real del Señor en su Iglesia y en toda la humanidad".



"La Misa es el sacrificio de acción de gracias por excelencia, el que nos permite unir nuestra propia acción de gracias a la del Salvador. (...) La Misa nos invita a discernir lo que en nosotros obedece al Espíritu de Dios y lo que en nosotros aún permanece a la escucha del espíritu del mal".



Por eso, "alzar la copa de la salvación e invocar el nombre del Señor, ¿no es precisamente la mejor manera de "no tener que ver con la idolatría"? Cada vez que se celebra una Misa, cada vez que Cristo se hace sacramentalmente presente en su Iglesia, se realiza la obra de nuestra salvación. (...) Sólo Él nos enseña a huir de los ídolos, espejismos del pensamiento".



Pero "¿quién puede alzar la copa de la salvación e invocar el nombre del Señor en nombre de todo el pueblo de Dios, sino el sacerdote?”, se preguntó el Papa, y lanzó un "llamamiento esperanzado en la fe y en la generosidad" a "los jóvenes que se plantean la cuestión de la vocación religiosa o sacerdotal: ¡No tengáis miedo! -exclamó-. ¡No tengáis miedo de dar la vida a Cristo! Nada sustituirá jamás el ministerio de los sacerdotes en el corazón de la Iglesia".



"La esperanza seguirá siempre la más fuerte. La Iglesia, construida sobre la roca de Cristo, tiene las promesas de vida eterna, no porque sus miembros sean más santos que los demás, sino porque Cristo hizo esta promesa a Pedro: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no la derrotará".



"Con la inquebrantable esperanza de la presencia eterna de Dios en cada una de nuestras almas, con la alegría de saber que Cristo está con nosotros hasta el final de los tiempos, con la fuerza que el Espíritu Santo ofrece a todos aquellos y aquellas que se dejan alcanzar por Él -concluyó Benedicto XVI- os encomiendo a la acción poderosa del Dios de amor que ha muerto por nosotros en la Cruz y ha resucitado victoriosamente la mañana de Pascua. A todos (...) repito las palabras de San Pablo: Huid del culto de los ídolos, no dejéis de hacer el bien".



Después de la Santa Misa Benedicto XVI se dirigió a la nunciatura apostólica, donde almorzó con los obispos de la región.

VIS

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