miércoles, junio 14, 2006

La ciencia voluntarista (II):

1.- El voluntarismo en las ciencias experimentales:
2.- El voluntarismo sin contrastar con la experiencia en las ciencias sociales.

En el caso de las ciencias sociales se da una doble paradoja. El voluntarismo pretende construir la nueva realidad al margen de que esté contrastada su bondad con la experiencia. Y, además, cuenta con una baza tremenda a su favor. Muchas de las malas experiencias requieren un largo tiempo de maduración. Sólo después del desastre se hace examen de conciencia y se comprueba el error de las teorías.

Y es que en el caso de las ciencias sociales, las teorías pasan a experiencia sin necesidad de contraste. De ahí la necesidad de la virtud de la prudencia en gobernantes, economistas, sociólogos, psicólogos y filósofos. Juegan con seres humanos, y un error de conceptos conlleva, muchas veces el sufrimiento de los inocentes.

El voluntarismo social no es prudente. Con la seguridad de su verdad se lanza directamente a construir una nueva realidad al grito, insensato, de "la imaginación al poder", o -con frase de algún presidente de gobierno- "en política todo es posible".

En las ciencias humanas se elimina un factor determinante de las ciencias experimentales: la contemplación de la realidad, que avalaría las experiencias más excelentes para la convivencia. Por eso el afán de construir otros modelos de célula social distintos de la familia. Sí, se reconoce, la familia fue bien en una época (cientos de miles de años, desde que hay vida humana en la tierra), pero ahora en mor del progreso hemos de ensayar otras fórmulas por si fuesen mejores y la humanidad hubiese estado toda su vida equivocada.

El objetivo del progreso ya no sería la felicidad conseguida a nivel individual y social, sino el progresivo avance hacia nuevos paradigmas aunque, en su logro la persona individual vería sacrificada su felicidad por un sustituto pasajero: el poder, el tener o el placer.

Sostengo que el hombre, como los demás seres vivos, de los que nos admiramos de su perfección para la consecución de sus fines, está tan bien hecho como ellos y, por tanto, las claves de su felicidad no deben ser tan arduas que exijan tamaño sacrificio: no ser felices para que lo sean otros.

Sin embargo el voluntarismo unido, esquizofrénicamente con el determinismo nos augura un paraíso que sólo ha implicado infelicidades inmediatas. La Revolución Francesa, en aras de la libertad, supuso la muerte violenta en la misma Francia de miles de personas. El paraíso de la raza supuso una guerra mundial y millones de muertos judíos, eslavos y cristianos. El paraíso necesario del proletariado más de cien millones de muertos. Y así, siempre que se propone un paraíso terrenal, se anuncia que pasa el tren necesario del progreso, mi alma tiembla de inseguridad.

Hoy en día, el voluntarismo progresista, siguiendo su habitual esquizofrenia, considera que se llegará al paraíso si se eliminan todas las trabas morales. Todo es igualmente válido, y de esa elección ciega, mezclando una filosofía evolucionista extremista, se llega a que saldrá un mundo mejor y más justo.

Se ha establecido como motor del progreso no ya la ciencia, ni el liberalismo económico, ni la lucha de clases, ni cualquier otro paradigma antiguo; ha salido victorioso el instinto ciego.

Hoy decimos yo creo, al instinto ciego que nos llevará (irracionales) al asegurado progreso.

Frutos de ese instinto los vamos teniendo en la pérdida de seguridad ciudadana, en la subjetividad de la aplicación de las leyes que algunos pretenden: "no por la literalidad de las mismas sino por el sentir popular". Somos gobernados por el instinto y el sentimiento en vez de la razón y la virtud. Estamos en el paraíso de los demagogos.

Frutos ya viejos del gobierno del sentimiento:

* Inseguridad de la vida, cultura de muerte: nadie tiene seguridad de nacer una vez concebido, y de continuar con vida una vez enfermado o llegado a la vejez.
* Merma o anulación de la libertad de expresión ante la tiranía de lo "políticamente correcto".
* Amenaza contra la libertad de enseñanza de nuestros hijos por una imposición de un modelo de "educación de la ciudadanía" agnóstico, sin virtudes y sin valores morales.
* Trivialización del sexo y degeneración de las costumbres, incluso con el fomento de conductas degeneradas, con "talleres específicos" para su iniciación.
* Desprotección de la familia y fomento de otro tipo de uniones destructivas del tejido social.

Y la paradoja está servida: más inseguridad ciudadana, más familias destrozadas, menos libertad individual, pero más felices porque es lo que libremente hemos escogido, gracias al imperio de la demagogia.

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