lunes, junio 26, 2006

Sobre las perfecciones de una ciudad: La propiedad privada armonizada al bien común.

Del Libro II de La Política de Aristóteles

Sobre la propiedad colectiva: “Pero, además, esa fórmula tiene otro inconveniente: lo que es común a un número mayor de personas es objeto de menos cuidado; todos, en efecto, piensan más que en nada en lo que les es propio, y menos en lo común, o sólo en la medida en que concierne a cada uno; en cuanto a lo demás, más bien se desentienden, en la idea de que otro se preocupará de ello...”

“La propiedad, en efecto, debe se en cierto modo común, pero en general privada”

Una razón egoísta de la propiedad privada: el mayor cuidado de lo propio que lo ajeno. Eso no excluye que haya bienes comunes y un administrador de la res pública, simplemente que muestra cómo se puede utilizar el interés particular en orden al bien común. Y ese interés, motor de la economía y fomento de la riqueza, hace prosperar la ciudad y la dota de mayores recursos para su esplendor.

De hecho la doctrina de Juan Pablo II sobre la hipoteca social de los bienes tiene reminiscencias aristotélicas. Se reconoce un derecho natural de doble dirección: individual en cuanto que uno cuida más lo propio que lo ajeno; y social en cuanto esos bienes se han logrado gracias a la organización social que es un bien común y deben contribuir en una parte proporcional al bienestar general.

De ahí se legitima el impuesto, no el expolio. Y se da un sentido a lo público no como propiedad del Estado, sino como algo propio de todos que administra el que tiene autoridad y rinde a todos cuenta de ello.

Sólo estableciendo límites estrictos al poder del Estado sobre los bienes se dan las condiciones para la libertad y el progreso social. La paradoja está en que cuanto menos absorbente es el aparato estatal más se facilita la riqueza común y el Estado es más próspero.

Los regímenes socialistas tienden al reparto social, no a la generación de la riqueza, lo que hace que puedan dar la apariencia de bienestar en sus primeros estadios, cuando hay algo que repartir, y terminen todos en la quiebra del aparato del Estado por ser incapaces de generar riqueza.

De hecho Aristóteles advierte sobre la mediocridad y falta de felicidad derivada del comunismo de los bienes: “Además, es justo no hablar sólo de los grandes males de que se librarán los hombres en un régimen comunista, sino también de los bienes de que se verán privados.”

Y es que el régimen comunista tiende a una simplificación peligrosa del hombre y de su actividad, tiende a hacer todos los hombres igualmente infelices. Experiencia tenemos en el siglo XX con el fracaso del comunismo soviético. Y si, ciertamente, los comunistas de otros regímenes todavía no han caído como sistema, ese sistema está llevando a cabo una serie de correcciones en lo económico que implican, salvo la falta de libertad del pensamiento, una apertura a la propiedad como necesidad para el fomento de la competitividad y el desarrollo material. Y se da la paradoja de que los que robaron la libertad a los chinos para prometerles el paraíso comunista, les siguen escamotando la libertad pero corrigiendo ese paraíso en lo que tiene de comunismo.

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