jueves, junio 29, 2006

La Ley natural a juicio:

El hombre moderno necesita construirse, ya no solo alcanza el mito de Prometeo a la realidad material. Su objetivo no es rememorar a los dioses fabricando cosas e, incluso, intentando dar a luz nuevos seres, su acción se encamina a reconstruirse a sí mismo.

El hombre moderno pretende buscar nuevos paradigmas con los que enfocar su vida. Ya no contempla la naturaleza, y dentro de ella, a sí mismo como integrado en la naturaleza. Él mismo se ve distinto, como un agresor del medio, como un extraterrestre en el planeta tierra, al que deja desarrollarse de modo necesario por unas leyes ciegas.

Ha dado un salto cualitativo en el determinismo material, y afirma que su inteligencia, último proceso de la evolución necesaria, le lleva a tramar, de modo necesario, una nueva construcción: la de sí mismo. Y ha de realizar tamaña hazaña excluyendo de su vida la concepción clásica de ley natural. Ese concepto estaba bien hasta que se tomó conciencia de la posibilidad de alterar, con la voluntad, las leyes.

Y, despreciada la ley determinada por la naturaleza por considerar que era el último vestigio que nos unía al mundo animal, pretendemos darnos unas nuevas normas, fijadas por el consenso de la mayoría. Todo ello desde la negación de Dios y, por tanto, desde la creencia de que ese movimiento es imparable y necesario.

Desde esa posición se considera como tradicionales y elementos a excluir toda concepción de la sociedad que se tuvo hasta entonces. Lo antiguo, por antiguo, es caduco. El progreso exige construir los cimientos de la sociedad desde el individuo, pero un individuo colectivizado; de ahí el interés de implantar en los sistemas educativos la asignatura de "Educación para la ciudadanía", que son las claves para entender los nuevos axiomas del progreso.

Para el nuevo paradigma el matrimonio está anticuado y es inválido, las relaciones sexuales se limitan a un acto de placer desligado del hecho procreador, y la procreación se concibe como un acto colectivo; y para eso se avanza en las técnicas de reproducción por probeta. Desde esa concepción las madres serán todas madres de alquiler, profesión estatal para traer al mundo individuos desligados del núcleo familiar, individuos perfectos, sin tara, sin prejuicios morales.

El objetivo que se proponen, sin contrastar, violenta la concepción clásica de persona, porque en vez de ser un ente autónomo que se sirve de la sociedad para conseguir sus fines, que -en definitiva- crea la sociedad como un instrumento; deviene en un individuo del ente colectivo social que lo posee. Y pasa de creador de la máquina a animal de granja, a un mero elemento del engranaje.

Sin libertad, porque sólo hay apariencia de ella en el determinismo de los fabricantes de ese nuevo orden, ¿en qué queda la discrepancia? Lo más probable es que sea entendida como fallo de fabricación y ese elemento pase o bien a una reeducación estilo camboyano, o -si se diese por imposible-, por tener tan fuertemente enraizada en su persona los conceptos de Dios, de familia, de virtud, de verdad y de bien, debería ser eliminado.

Y ahí es donde la ley natural que afirma que no es lo mismo mentir que decir la verdad, matar que dar la vida, amar que odiar, pasa a ser un concepto anticuado e inválido.

Pero si todos mienten, ¿cómo se van a entender? Y te dirán como el Fiscal General de Estado, que la verdad es un concepto a redefinir, que significa en cada momento el sentir de la mayoría; lo mismo le pasará al bien o al mal, meras acepciones temporales hasta que se encuentren los nuevos conceptos amorales que exige el nuevo hombre fabricado.

Y ¿la justicia? Qué sentido tendrá dar a cada uno lo suyo si todos han sido absorbidos por el aparato del Estado. Serán los méritos al servicio de la estructura los que permitirán otorgar determinadas prebendas que se reducirán a un mayor o menor abanico de posibilidades de elección para la producción del placer. Sí, se sustituirá la felicidad, concepto caduco y antiguo, que tiene que ver con la adecuación de la persona con su fin último y, por tanto, con el bien, por el placer, concepción instantánea del goce, única moneda de medida en individuos colectivizados.

De ahí la exaltación del placer como única meta a alcanzar por el individuo, tanto desde los anuncios, los medios de comunicación y los mensajes de los políticos. Y, del mismo modo que usamos cosas, también somos nosotros usados.

Con estas premisas, ¿qué aires puede respirar la ley natural? Sólo los de las catacumbas. Herida mortalmente por Grocio cuando afirmó que deberíamos hacer las leyes "como si Dios no existiese", la ley natural, único garante sólido de los derechos humanos, ha pasado a ser objeto de risa y desprecio de los nuevos legisladores progresistas, empeñados como están en crear al hombre de nuevo.

Por mi parte, prefiero depender de Dios, porque de éstos nada bueno espero.

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