Por Javier Peña
Yo también estuve en Madrid el sábado 17 de octubre y puedo contarlo. En esto consiste ser testigo de algo y muy especialmente el ser: “testigo de la verdad”, para que quienes la ignoran o no se encontraban presentes la conozcan. Nosotros somos seis en la familia y cinco estuvimos allí.
Sólo las familias conscientes de su realidad y de su papel en la sociedad, pueden convertir lo que es una reclamación de tanta trascendencia en una fiesta. La defensa de millones de vidas en riesgo evidente de aniquilación lo merece. Este esfuerzo de desplazarse a Madrid y de intentar eclipsar la maldad, aunque no pueda evitarse por completo, es suficiente recompensa. Ahora aguardamos a que el conocimiento y las razones que toda verdad aporta logren supera esta situación. Allí no hubo gritos ni altercados porque bastaba aclamar que “cada vida importa” y eso es incuestionable.
Los primeros manifestantes que vimos estaban en Atocha, donde arrancamos los que viajamos en tren. Desde allí a la Puerta del Sol y hasta la Puerta de Alcalá todo era un enorme bullicio como pocas veces he visto en mi vida. Ríos de seres humanos discurriendo con un mismo propósito y sentir, lo reconozca quien lo reconozca. Un desbordar esos diques de odio e intransigencia que se establecen desde la cultura de la muerte. Cada uno se dirigía a ciertos punto del recorrido, ya que era impensable el hacer juntos el clásico paseo de cualquier manifestación, desde su punto salida al de llegada. En esta situación sólo cabía llenarlo todo, formando parte de tan maravilloso evento.
Subimos por la Cuesta de Moyano, hasta Alfonso XII, y desde allí hasta Alcalá todo eran autobuses a derecha e izquierda, sin ningún espacio intermedio. Los de Málaga no los vimos y suponemos que, con otros muchos, se encontraban en otra parte. Nos estábamos integrando y percibimos que, en esos momentos, Madrid era una maravillosa celebración. Miles y miles de invitados asistíamos a ella regalándole a la capital de España y al mundo que allí se asomó, la alegría de celebrar la vida. Aquel bulle bulle de los más pequeños y el ir y venir de los jóvenes, adolescentes, era como la mejor de las baladas y la más hermosa de las coreografías con la que ilustrar la cultura de la vida. Nada que mejor expresara nuestra fe en “qué hermoso es vivir”, como las calles de Alcalá y sus adyacentes. Era como si todos y cada uno de nosotros portásemos nardos del mejor y más permanente aroma.
Con el ritmo y la armonía de un gran ballet que dejará huella, ha sido una respuesta a este poder que se sustenta sobre las aberraciones de lo que se quiere llamar “progreso”. Un poder que prefiere brindar en una orgía de sangre inocente que la sensatez de formar en una procreación responsable. Una ocasión en la que el bien se manifiesta de forma majestuosa y acorde con su contenido, como si encarnásemos “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky, con un réquiem pendiente mientras haya abortos. Cada vida tiene un por qué y una para qué y por eso importa. Javier Peña Vázquez * Málaga
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Y estuve ahí. Más de un millón y medio de personas en Madrid se manifiestan por la vida
Yo estare allí. Manifestación pro vida del 17 de Octubre en Madrid 2009
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