jueves, enero 25, 2007
Sin virtudes son medusas. Sin esqueleto pura gelatina.
Sin virtudes son medusas. Sin esqueleto pura gelatina.
Cuando uno se sacó el carné de conducir, las primeras horas o días, según su grado de torpeza hacer un movimiento suponía un pensamiento. ¿La derecha? que ¡no, que esa es la izqu ierda! y por ahí no se va a ninguna parte. Y así, el monitor, con paciencia nos daba lecciones y hacía que asimilásemos los reflejos necesarios para obrar sin pensar, porque íbamos aprendiendo.
Al saltar un potro, al hacer deporte, pensar "es malo", el reflejo es el que te salva la "virilidad". Y eso se logra con la costumbre.
El hombre aprende, también los animales. Una parte del reflejo es como cargarnos de "instintos que carecemos". Tenemos que aprender a andar, a conducir, a distinguir olores, a captar el signo de los tiempos.
Pero también hay otras tareas que se aprenden y hacen llevadera la convivencia: se aprende a vencerse y coger el teléfono, abrir la puerta, tener posturas pudorosas, ceder el asiento en el autobús, aguantar la sed y el hambre, y las ganas de pipí. Y con esas acciones pequeñas, nos preparamos para acometer tareas más poderosas: estudiar, sacar una oposición, aguantar a un cliente sin tirarle por la ventana, no saltar ante los aguijonazos de la novia, después mujer, que es experta en ironía, no mandar al burro del novio a la porra porque no se ha acordado que hoy hace un mes que salimos. Todo es lucha, adquisición de hábitos, triunfos y derrotas. Y eso son las virtudes humanas.
Los clásicos distinguieron cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza; y vieron que todas las demás podrían considerarse incluidas o referidas a ellas.
Y se observó que luchando por ser templado se cuida el cuerpo (no comer demasiado, no dormir demasiado poco, no beber en exceso) y se es prudente consigo mismo; se aguanta el apetito y se hace uno fuerte; se respeta a la pareja o no se duerme uno conduciendo por lo duro de una digestión pantagruélica, y se es justo. Y el justo no pone cuernos a su pareja (es casto y templado), acepta sus obligaciones aunque le supongan esfuerzo y no ambiciona lo ajeno y es templado.
Las virtudes van todas juntas, son como la carpa de un circo. Se tira de un palo y sube toda ella.
Pero ¿qué pasaría si uno adoptase como norma de conducta a apetencia? Es evidente que se habituaría a hacer lo primero que le viniera a la cabeza, y acabaría haciendo lo que le llevase menos esfuerzo. Si me apetece, por qué no. Y no sería justo ni fiel con su pareja, y no sería sobrio y robaría si le apetece lo ajeno, no siendo justo, y dejaría el hogar seguro del amor generoso por el barco tormentoso del amor placentero. Por un instante dejaría su hogar e iría de "hogar en hogar", sería un insensato, un imprudente.
Ese es el modelo de la asignatura de la Educación para la ciudadanía. Sin virtudes, con una norma de conducta en la "apetencia", su freno será el castigo de la ley. Y ¿si no me pillan?
Dice un amigo que las Socialdemocracias, permisivas, no han conseguido frenar la violencia, los suicidios, las depresiones, las soledades, los robos, y todos los demás males. No responden con recursos morales sino con "un pacto que no basan en la naturaleza". ¿Por qué va a ser bueno lo que la ley ordena solo porque lo ordena, y no lo que a mí me parece, que me tengo más a mano?
Pero aún en el caso de un mundo regido por las virtudes humanas, la condición del hombre es falible. Está construyendo su mundo todos los días. Tiene caídas y levantadas. Necesita el perdón de Dios y de los suyos. Y ahí entran otras virtudes que conocemos los cristianos: acudimos a un Dios amor que perdona y nos ayuda a recomenzar; acudimos a nuestros seres queridos que tienen capacidad de perdonar y colaboran con nosotros en nuestra tarea; acudimos a una sociedad capaz de perdonar y que nos da otras oportunidades de rehacer la vida.
Pero eso es sólo posible si se lucha en la virtud y se tiene el referente que evita la desesperación: un Amor que perdona. Tener fe en Dios es una baza segura para ganar la partida y vivir una vida esperanzada.
Y, al final, el hombre virtuosos es "un hombre que lucha por adquirir la virtud" y que recomienza todos los días, muriendo en esa lucha. Y es el que "está en el camino de la bondad quien al dormirse en esta vida, se encuentra bueno en la eterna".
frid
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