Todos hemos visto morir a alguien, o si no lo hemos visto los veremos morir... y si no los vemos morir hemos perdido una gran experiencia, que creo necesaria para afrontar nuestra muerte.
Ese momento es único y se recibe de muchas maneras: desesperación, esperanza, serenidad, desasosiego, frustración, euforia, asombro...
Yo diría que siempre hay asombro... nos adentramos a lo desconocido y, además no podemos mas que hacer conjeturas. Podemos decir "era un santo, era muy buena persona, le atendió un sacerdote"... pero la garantía plena de la meta la tenemos en los Santos canonizados. Y hay otra garantía moral: en los buenos y virtuosos. Esperamos que el que vive bien muere bien, y suele ser así.
La muerte siempre duele. Es el fruto del pecado. Pero desde que Cristo nació para morir la muerte del cristiano es vida, tiene un sentido, igual que su sufrimiento.
Nuestra muerte es la entrada en la Patria definitiva, en la Gloria de Dios, en la comunión con la Virgen, los ángeles y los Santos, en la visión de Cristo Glorioso y de la Trinidad del Cielo. Pero "sólo si morimos del modo adecuado".
Para preparar la muerte la Iglesia tiene el Sacramento de la Unción de los Enfermos y la Comunión en forma de Viático, además de la Confesión Sacramental, y otras ayudas espirituales.
La fe y la esperanza han hecho que contemplemos muertes ejemplares, en las que se toca de alguna manera el Cielo. Y la vida cotidiana nos ha hecho ver también cosas terribles que confiamos al Misterio de la Misericordia divina.
Pero el que vive como hijo de Dios muere como hijo suyo en los brazos de su Madre. Eso esperamos. Por eso, para los justos la muerte es una bendición: "se llega a la definitiva patria". Y para nosotros, pecadores, también si acudimos a la Divina Misericordia.
El perdón y la misericordia están ahí esperando hasta el último instante... pero Dios no violenta nuestra voluntad. Hay Cielo e Infierno. Elige la vida para que Vivas.
Este es el sentido de la muerte cristiana: "Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor: Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a El, que ha muerto por nosotros; lo quiero a El, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima ...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2)" (cic nº 1010).
Y eso esperanza ha alimentado la fortaleza de los mártires. Una especie de antecedente está en la muerte de los hermanos Macabeos o del anciano Eliazar. Por la resurrección de los muertos en la gloria estimaron en nada una vida larga de gloria humana o unos minutos más de existencia. San Ignacio de Antioquía ansiaba ser inmolado por Cristo, los niños romanos martirizados, así como hombres y mujeres de todos los tiempos mostraron en su martirio que esperaban una vida más valiosa. Morían con Cristo para reencontrarse con él.
Más humilde será nuestro caso, probablemente en una cama de nuestra casa o de un hospital, acompañados de los amigos y familiares que nos quieren, atendidos por un sacerdote amigo hasta el último momento. Después nos tocará cuidar de los que cuidaron de nosotros con esos pequeños favores que nuestros difuntos hacen desde el cielo ahora por nosotros.
Y nos llenaremos de pensamientos de esperanza: "Camino n. 880. Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo... Porque El ya sabe que le amas..., y de qué pasta estás hecho.–Si tú le buscas, te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡pero has de buscarle!"
Ese momento es único y se recibe de muchas maneras: desesperación, esperanza, serenidad, desasosiego, frustración, euforia, asombro...
Yo diría que siempre hay asombro... nos adentramos a lo desconocido y, además no podemos mas que hacer conjeturas. Podemos decir "era un santo, era muy buena persona, le atendió un sacerdote"... pero la garantía plena de la meta la tenemos en los Santos canonizados. Y hay otra garantía moral: en los buenos y virtuosos. Esperamos que el que vive bien muere bien, y suele ser así.
La muerte siempre duele. Es el fruto del pecado. Pero desde que Cristo nació para morir la muerte del cristiano es vida, tiene un sentido, igual que su sufrimiento.
Nuestra muerte es la entrada en la Patria definitiva, en la Gloria de Dios, en la comunión con la Virgen, los ángeles y los Santos, en la visión de Cristo Glorioso y de la Trinidad del Cielo. Pero "sólo si morimos del modo adecuado".
Para preparar la muerte la Iglesia tiene el Sacramento de la Unción de los Enfermos y la Comunión en forma de Viático, además de la Confesión Sacramental, y otras ayudas espirituales.
La fe y la esperanza han hecho que contemplemos muertes ejemplares, en las que se toca de alguna manera el Cielo. Y la vida cotidiana nos ha hecho ver también cosas terribles que confiamos al Misterio de la Misericordia divina.
Pero el que vive como hijo de Dios muere como hijo suyo en los brazos de su Madre. Eso esperamos. Por eso, para los justos la muerte es una bendición: "se llega a la definitiva patria". Y para nosotros, pecadores, también si acudimos a la Divina Misericordia.
El perdón y la misericordia están ahí esperando hasta el último instante... pero Dios no violenta nuestra voluntad. Hay Cielo e Infierno. Elige la vida para que Vivas.
Este es el sentido de la muerte cristiana: "Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor: Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a El, que ha muerto por nosotros; lo quiero a El, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima ...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2)" (cic nº 1010).
Y eso esperanza ha alimentado la fortaleza de los mártires. Una especie de antecedente está en la muerte de los hermanos Macabeos o del anciano Eliazar. Por la resurrección de los muertos en la gloria estimaron en nada una vida larga de gloria humana o unos minutos más de existencia. San Ignacio de Antioquía ansiaba ser inmolado por Cristo, los niños romanos martirizados, así como hombres y mujeres de todos los tiempos mostraron en su martirio que esperaban una vida más valiosa. Morían con Cristo para reencontrarse con él.
Más humilde será nuestro caso, probablemente en una cama de nuestra casa o de un hospital, acompañados de los amigos y familiares que nos quieren, atendidos por un sacerdote amigo hasta el último momento. Después nos tocará cuidar de los que cuidaron de nosotros con esos pequeños favores que nuestros difuntos hacen desde el cielo ahora por nosotros.
Y nos llenaremos de pensamientos de esperanza: "Camino n. 880. Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo... Porque El ya sabe que le amas..., y de qué pasta estás hecho.–Si tú le buscas, te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡pero has de buscarle!"
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