martes, febrero 05, 2008

Escatología (X) El Cielo, la razón de nuestra creación.

En contraposición con la realidad del Infierno sabemos que Dios nos ha creado para que le amemos aquí en la tierra, y luego seamos felices con Él en el Cielo. Dice San Agustín: "nos creaste Señor para ti y mi corazón está inquieto hasta que descanse en ti".

El Cielo es nuestra meta última. Sabemos y es de fe, que las almas de los que mueren en gracia de Dios, en amistad con Dios, y purificados de sus faltas, están ya en la Visión de Dios. Los que mueren en gracia de Dios pero con necesidad de reparar, pasan por el Purgatorio. Y los que mueren en enemistad con Dios van eternamente al Infierno.

Pero ¿qué es el Cielo? "ni ojo vio, ni oído oyó ni pasó por imaginación alguna lo que Dios tiene preparado para los que le aman". Supera toda nuestra capacidad de imaginar o de pensar. Es inefable.

Lo sustantivo del Cielo es la Visión Beatífica, la Visión de Dios Uno y Trino y de la Humanidad de Jesucristo, además de completarse con la compañía de la Virgen, los ángeles y los santos.

Esa Visión Beatífica sustituye a la fe, y la esperanza se sustituye por la Posesión de Dios. La Caridad aumenta de grado y es elevada al Lumen Gloriae.

El resultado de la Posesión del Sumo Bien es la máxima felicidad del hombre y su eterna felicidad. No se deseará nada más, pero sí se vivirá. De modo análogo a como Dios es la Vida, el hombre en el cielo participa de su Vida de un modo completo, cada cual según su capacidad.

Y esa capacidad será diferente según los méritos de cada uno y su correspondencia a la gracia en su vida terrena.

Todos gozarán del Sumo Bien, pero cada uno según su propio Don.

Una imagen que ilustra sobre el Cielo es la Transfiguración del Señor. Ahí estaba presente la Trinidad, Cristo resplandecía en su Humanidad, la felicidad de los Apóstoles era inefable y su deseo era de eterna permanencia.

Y ¿cómo resucitaremos? También tenemos un modelo inefable: Cristo Resucitado.

Siendo un misterio, los cuerpos gloriosos gozarán de la bienaventuranza del alma. Si en la vida mortal el alma estaba constreñida en su operación por la corporeidad, en el Cielo el cuerpo reflejará perfectamente la potencia de un alma en presencia de Dios.

Cristo mostró en sus apariciones a los discípulos un cuerpo impasible, con capacidad de manifestar su gloria, con capacidad de moverse y pasar por obstáculos materiales y en el grado de perfección que le corresponda.

Serán el cuerpo y el alma a la medida del amor de Dios.

Dice San Pablo a los Corintios: "Algunos dirán: ¿cómo resucitan los muertos?, ¿con qué tipo de cuerpo salen? ... Al enterrarse es un cuerpo que se pudre; al resucitar será tal que no puede morir. Al enterrarse es cosa despreciable; al resucitar será glorioso. Lo enterraron inerte, pero resucitará lleno de vigor. Se entierra un cuerpo terrenal, y resucitará espiritual ... Adán por ser terrenal es modelo de los cuerpos terrenales; Cristo que viene del Cielo, es modelo de los celestiales. Y así como nos parecemos ahora al hombre terrenal, al resucitar llevaremos la semejanza del hombre celestial ... cuando nuestro ser mortal se revista de inmortalidad y nuestro ser corruptible se revista de incorruptibilidad" (1a.Cor 15, 35-58).

La solución completa a este problema la encontraremos en el Cielo, en el que esperamos, con la gracia de Dios, podernos encontrar y decir "qué tonterías pensaba sobre el Cielo, ésto es mucho, pero que mucho mejor".

frid

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