Nuestros Santos Padres vistos por Benedicto XVI. San Gregorio Magno.
CIUDAD DEL VATICANO, 28 MAY 2008 (VIS).-En la audiencia general de este miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa habló sobre san Gregorio, que fue Obispo de Roma entre el 590 y el 604, "y que mereció de la tradición el título de "Magnus", Grande".
Gregorio, afirmó el Santo Padre, "fue realmente un gran Papa y un gran Doctor de la Iglesia". Nació en Roma en el 540, en el seno de una familia rica, noble, que se distinguía por su "fe cristiana y por sus servicios a la Sede Apostólica".
Benedicto XVI recordó que san Gregorio entró en la administración pública y "en el 572 llegó a ser Gobernador de Roma. (...) Sin embargo, esta vida no le satisfizo y al poco tiempo decidió dejar este cargo civil y se retiró a su casa para iniciar la vida monacal". De este modo, "adquirió un profundo conocimiento de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia, del que se sirvió después en sus obras".
Debido a su experiencia y a sus cualidades, el Papa Pelagio II lo nombró diácono y lo envió como su embajador a Constantinopla, "con el fin de superar los últimos residuos de la controversia monofisita y sobre todo obtener el apoyo del emperador para contener la presión de los longobardos". Tras varios años, "el Pontífice lo llamó a Roma y lo nombró su secretario". Cuando Pelagio II murió, Gregorio le sucedió en la Sede de San Pedro. Era el año 590".
El Santo Padre señaló que del pontificado de Gregorio "se conserva una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas, unas 800. (...) Entre los problemas que afligían en aquel tiempo Italia y Roma había uno de particular relieve, tanto en ámbito civil como eclesial: la cuestión de los longobardos". Para afrontarla, "estableció con ellos relaciones de fraternidad en vista de una paz futura fundada en el respeto recíproco y en la convivencia serena entre italianos, imperiales y longobardos".
Tras afirmar que la negociación con el rey longobardo Agilulfo "desembocó en un período de tregua que duró unos tres años (598-601), después de los cuales fue posible estipular en el 603 un armisticio más estable", el Papa resaltó que esto se debió también "gracias a los contactos paralelos que mantenía Gregorio con la reina Teodolinda, que era bávara y católica". Ella "consiguió conducir poco a poco al rey al catolicismo, preparando así el camino a la paz. La historia de esta reina constituye -aseguró- un bonito testimonio sobre la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia".
"San Gregorio -continuó- también fue un activo protagonista de una variada actividad social. Con las rentas del patrimonio conspicuo que la Sede romana poseía en Italia, especialmente en Sicilia, compró y distribuyó grano, socorrió a los necesitados, ayudó a sacerdotes, monjes y monjas que vivían en la indigencia, pagó rescates de ciudadanos hechos prisioneros por los longobardos, compró armisticios y treguas".
El Papa puso de relieve que "san Gregorio desarrolló esta intensa actividad a pesar de su precaria salud, que le obligaba a menudo a guardar cama. (...) No obstante las condiciones dificilísimas en las que tuvo que actuar, logró conquistar, gracias a la santidad de la vida y a la rica humanidad, la confianza de los fieles, consiguiendo para su tiempo y para el futuro resultados realmente grandiosos".
"Era un hombre inmerso en Dios: en el fondo de su alma estaba siempre vivo el deseo de Dios, y precisamente por eso estaba siempre muy cercano al prójimo, a las necesidades de la gente de su tiempo. En un tiempo desastroso, es más, sin esperanza, supo crear paz y dar esperanza. Este hombre de Dios nos muestra -concluyó- dónde están las verdaderas fuentes de la paz, de dónde viene la verdadera esperanza y de este modo es una guía también hoy para nosotros".
CIUDAD DEL VATICANO, 28 MAY 2008 (VIS).-En la audiencia general de este miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa habló sobre san Gregorio, que fue Obispo de Roma entre el 590 y el 604, "y que mereció de la tradición el título de "Magnus", Grande".
Gregorio, afirmó el Santo Padre, "fue realmente un gran Papa y un gran Doctor de la Iglesia". Nació en Roma en el 540, en el seno de una familia rica, noble, que se distinguía por su "fe cristiana y por sus servicios a la Sede Apostólica".
Benedicto XVI recordó que san Gregorio entró en la administración pública y "en el 572 llegó a ser Gobernador de Roma. (...) Sin embargo, esta vida no le satisfizo y al poco tiempo decidió dejar este cargo civil y se retiró a su casa para iniciar la vida monacal". De este modo, "adquirió un profundo conocimiento de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia, del que se sirvió después en sus obras".
Debido a su experiencia y a sus cualidades, el Papa Pelagio II lo nombró diácono y lo envió como su embajador a Constantinopla, "con el fin de superar los últimos residuos de la controversia monofisita y sobre todo obtener el apoyo del emperador para contener la presión de los longobardos". Tras varios años, "el Pontífice lo llamó a Roma y lo nombró su secretario". Cuando Pelagio II murió, Gregorio le sucedió en la Sede de San Pedro. Era el año 590".
El Santo Padre señaló que del pontificado de Gregorio "se conserva una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas, unas 800. (...) Entre los problemas que afligían en aquel tiempo Italia y Roma había uno de particular relieve, tanto en ámbito civil como eclesial: la cuestión de los longobardos". Para afrontarla, "estableció con ellos relaciones de fraternidad en vista de una paz futura fundada en el respeto recíproco y en la convivencia serena entre italianos, imperiales y longobardos".
Tras afirmar que la negociación con el rey longobardo Agilulfo "desembocó en un período de tregua que duró unos tres años (598-601), después de los cuales fue posible estipular en el 603 un armisticio más estable", el Papa resaltó que esto se debió también "gracias a los contactos paralelos que mantenía Gregorio con la reina Teodolinda, que era bávara y católica". Ella "consiguió conducir poco a poco al rey al catolicismo, preparando así el camino a la paz. La historia de esta reina constituye -aseguró- un bonito testimonio sobre la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia".
"San Gregorio -continuó- también fue un activo protagonista de una variada actividad social. Con las rentas del patrimonio conspicuo que la Sede romana poseía en Italia, especialmente en Sicilia, compró y distribuyó grano, socorrió a los necesitados, ayudó a sacerdotes, monjes y monjas que vivían en la indigencia, pagó rescates de ciudadanos hechos prisioneros por los longobardos, compró armisticios y treguas".
El Papa puso de relieve que "san Gregorio desarrolló esta intensa actividad a pesar de su precaria salud, que le obligaba a menudo a guardar cama. (...) No obstante las condiciones dificilísimas en las que tuvo que actuar, logró conquistar, gracias a la santidad de la vida y a la rica humanidad, la confianza de los fieles, consiguiendo para su tiempo y para el futuro resultados realmente grandiosos".
"Era un hombre inmerso en Dios: en el fondo de su alma estaba siempre vivo el deseo de Dios, y precisamente por eso estaba siempre muy cercano al prójimo, a las necesidades de la gente de su tiempo. En un tiempo desastroso, es más, sin esperanza, supo crear paz y dar esperanza. Este hombre de Dios nos muestra -concluyó- dónde están las verdaderas fuentes de la paz, de dónde viene la verdadera esperanza y de este modo es una guía también hoy para nosotros".
VIS 080528 (660)
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