Algunos piensan que si Adán no hubiese sucumbido ante la suculenta manzana no habría pasado nada y hubiésemos sido eternamente felices.
Lo cierto es que si Adán no hubiese querido "ser como Dios"... todos habríamos nacido en su estado puro... pero no necesariamente hubiésemos sido fieles al mandato divino. Habríamos nacido con libertad y tendríamos mejores condiciones, la visión más clara, para elegir lo correcto... "pero eso es ciencia ficción", pues Adán sucumbió al "me apetece", al "por qué no" y al "no pierdo nada probando"...
La culpa de Adán, nuestra situación de debilidad al nacer, las tentaciones que sentimos... no impiden que tengamos, cada uno, su propio saco para recoger el mal que vamos haciendo en el camino de la vida. Y esos males... hacen que el mundo esté como está, con tanta injusticia, con tanta miseria, con tanta riqueza mal repartida... y con tantos odios y envidias.
Lo cierto es que la sociedad es fruto de nuestras acciones individuales. Vemos ahora una sociedad sin valores, pero eso no es fruto del azar, sino de decisiones u omisiones libres que, como agua sobre la piedra, por su tenacidad, han abierto brecha en la justicia.
Sí, Cristo murió en la Cruz para que nosotros cambiemos de vida... pero no nos arrancó la libertad. Cuenta con nuestro querer y nuestro obrar. Por eso es tan importante que uno a uno, vayamos cambiando.
Decía San Josemaría Escrivá que "de nuestra conversión depende que haya un bribón menos en el mundo".
Pienso que podemos dejar a Adán un poco más tranquilo y fijarnos en "nuestro propio Adán"... o en los "próximos adanes" con los que convivimos y que podemos y pueden, "todavía" negarse a comer del fruto de la manzana.
La tentación está ahí y todos los días... lo fácil, el gusto personal, la oportunidad que nadie ve y nadie puede reprochar de hacer lo que no es justo, el atajo que salta la moralidad o la ética, el arrebatar la flor por un instante de egoísmo... todo eso espera la fuerte voz del Adán de hoy que diga "No"... con ese no y con los síes al esfuerzo, a la superación, al amor verdadero, a Dios... es como vamos reparando las heridas del viejo Adán.
Hay suficiente medicina para ello... la Cruz de Cristo basta y sobra. ¿Pero no es verdad que estamos en una época en la que se oye casi a cada instante a los adanes terrenales, a ti y a mí, decir una y otra vez que sí al fruto prohibido de la manzana?
frid
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