jueves, abril 16, 2009

EL ZAPATERO REMENDÓN




Aún recuerdo cuando de dos o tres sábanas viejas salí otra “nueva” que resultaba ponible. Sus medidas no eran regulares pero lograba su fin. Tiempos en los que muchas cosas se arreglaban y las prendas se heredaban. Se componían los bajos de los pantalones, el largo de las faldas, el ancho de los jerséis y… se cambiaban los cuellos y los puños de las camisas. Eran los tiempos del “zapatero remendón”. Taller o cuchitril con mucho don y salero, anticipo de estos “foros”, donde se hablaba de todo y más de fútbol o de toros entre la muy diversa clientela. Y, hasta se tapeaba.



Tampoco resultaba tan malo el vivir de remiendos y había como un “consenso” respecto a que las cosas tenían que durar. Una sociedad acostumbrada al reestreno, como se hacía con las películas a las que se les daba una segunda oportunidad antes de pasarlas a los cines de verano. Uno de los mejores inventos de aquella España con calentamiento parcial, el que oscilaba entre junio y septiembre. Tardes-noche esplendorosas, entre el solemne cris-cras de las pipas de girasol.

En nuestras casas, la madre, no sólo dirigía, sino que asumía la mayor parte de funciones. Pero, ¿quién no tenía un abuela o una tía-abuela, viuda o solterona, que llenaba espacios maravillosos del hogar? Era como un “servicio permanente” que no pedía otra cosa que esa consideración que precisa todo ser humano, el derecho a querer y a ser querido. Ella sabía hacer los mejores roscos fritos, las torrijas más esponjosas, las auténticas empanadillas de chocolate o cabello de ángel; ella estaba allí siempre, para un roto o un descosido, arreglando o pegando botones. Era, en fin, la que nos contaba las diversas y a veces espeluznantes historias de la familia y otras… La tía Ana fue, para nosotros, igual que un “Ada Madrina” y la que le dejaba a mamá ciertos ratitos de evasión como los de las sesiones veraniegas de cine con papá. Ocasiones en las que, si podía, me colaba.


Nuestra vida estaba ordenada y bien organizada desde la unidad familiar, mediante una economía doméstica que proyectaba sus valores hacia el mundo empresarial y hacia el sector público. Unos estupendos años, cuando los Planes de Desarrollo, con sus zonas de colonización y la reactivación de sectores industriales. Grandes empresas navales e incluso aéreas. Las empresas textiles o del calzado. Las manufacturas metálicas. Los vehículos industriales y los coches familiares, aunque de espacios reducidos, como el sin par “600”. Todo aderezado con “domingos de playa”, entre dunas auténticas, disfrutando de las mejores tortillas de patatas y de los sabrosos filetitos empanados...

El progreso no consiste en dilapidar los recursos de todos, por mucho que “vista” el disponer de diecisiete aparatos gubernamentales autonómicos en los que colocar a muchos, todos, los amigos y simpatizantes de un Estado cada vez más paralizado por su propia autocomplacencia. Nosotros optamos por una nación democrática y moderna, sin estridencias, pero por una nación factible.




Creo que podremos soportar los remiendos, incluso los parches. Lo que no podemos admitir es la inoperancia y el despilfarro; el que no importe cuanto nos cueste; ni cuantos tengan que sufrir, con tal de que “yo” gane y siga ganando. No podemos remendar calcetines usando hilo de oro/platino o cocer los huevos con agua de “Ty Nant”. Porque es, en estas chorradas y en otras similares, en las que nos estamos gastando el Tesoro Público y con las que nos endeudamos de por vida.

Tal vez no eran los ministros los que debían de haber sido sustituidos, ni era necesario el ascender a un presidente autonómico caducado. Tal vez era la cabeza la que ya no regía ni para remendar.

Javier Peña Vázquez * Málaga

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