lunes, abril 06, 2009

La Pasión de Cristo (2004), de Mel Gibson



La Pasión de Cristo (2004), de Mel Gibson



Javier Úbeda Ibáñez


Alrededor del año 30 después de Cristo, en la provincia romana de Palestina, un misterioso carpintero judío llamado Jesús de Nazareth comienza a enseñar públicamente y a anunciar la llegada del "reino de Dios". Durante siglos, el pueblo judío había esperado la aparición del prometido libertador conocido como el Mesías: un personaje que les devolvería su antigua dignidad, y les liberaría su patria sagrada de todo mal y sufrimiento. En las mentes de muchos, Jesús parecía ser el Mesías. Rodeado de un grupo central de doce discípulos, Jesús comienza a atraer a una multitud masiva de seguidores de los pueblos de Galilea y Judea, quienes le alabarán como su Mesías y su rey. Al mismo tiempo, Jesús tenía también muchos enemigos en Jerusalén. El Sanedrín, el consejo de gobierno compuesto por los sacerdotes judíos y los fariseos más influyentes, conspira para condenar a Jesús a la muerte.

Con la ayuda de Judas Iscariote, un miembro del círculo íntimo de Jesús, el Sanedrín logra arrestar a Jesús, entregándole a las autoridades seculares romanas acusándole sin fundamento de traición contra Roma. Aunque Jesús les explica que su reino es celestial y espiritual, el procurador romano Poncio Pilatos, enfrentado con la posibilidad de un motín, ordena expulsar a Jesús de la ciudad y que le crucifiquen como a un vulgar criminal.

La película de Gibson es una de las mejores que se han hecho, desde el punto de vista del relato evangélico sobre este hecho. A medida que ha ido transcurriendo el tiempo desde su estreno y de haber podido profundizar más en algunos puntos claves para entenderla, nos atrevemos con prudencia a dar algunas claves para comprenderla mejor, más que hacer una crítica a favor o en contra de lo que pudo o puede encontrarse el espectador que por diferentes motivos decidió o ha decidido verla.



Recordemos que ésta es una de las últimas producciones de Mel Gibson, actor y director católico y en este caso co–autor de algunas partes del guión, que relata con bastante simbolismo y precisión las últimas 12 horas de la vida de Jesucristo el día de su crucifixión en Jerusalén. Oficialmente toda la película está realizada en latín y arameo (las mismas lenguas que se hablaban en la época de Jesús), y el rodaje alterna escenas en Roma (estudios de CINECITTÁ) y en la ciudad de Matera (Italia), que recrea y simula la Jerusalén bíblica en tiempos de Cristo. Aunque Gibson se apoya en una rigurosa y profunda documentación histórica y teológica, recurre también a símbolos (la muerte o el demonio adoptan figuras humanas), etc.

Para empezar a destacar algunos aspectos que se tratan en la película, es preciso advertir que es difícil comprenderla desde la indiferencia hacia la religión cristiana y al mensaje que nos transmiten los Evangelios. La pretensión del director es muy concreta y nada oculta: mostrar cómo Dios, encarnado en la figura de un hombre: Jesús, murió por toda la humanidad. Esta imagen, no comprensible desde la más pura razón nos deja sólo una salida: la fe. Las secuencias de esta película deben ser vistas con otros ojos. De la misma manera que cuando vemos una película tridimensional necesitamos unas gafas especiales para no ver la imagen distorsionada, también toca hacer lo mismo con este film. Depende de cómo la hayamos mirado o la miremos habremos podido o podremos ver con más o menos claridad su contenido.

Una de las críticas más destructivas que se le ha hecho a Gibson es la exageración de la crudeza de sus imágenes tan violentas. Dejando de lado si tenían o no tenían rigor histórico o médico sobre lo que puede o no puede aguantar un hombre, quizás sea verdad que lo que el director pretendía mostrar con este gran sacrificio haya quedado sólo en martirio sin sentido, una muerte más sin nada que decir. Esta es la parte que puede haber ocultado o distraído el verdadero mensaje cristiano; y es que el sacrificio de Jesús no es algo masoquista o carente de sentido, sino que su gran sacrificio es en favor de la humanidad.

En otro sentido encontramos muchas imágenes, casi siempre en forma de flash–back (retornos al pasado), donde María y el Diablo están en todo momento presentes representando, magistralmente pensamos, una el dolor silencioso de la madre, otro/a (podemos ver a un Diablo quizá andrógino) con su complacencia maligna. Ambos siguen a Jesús y tienen un papel muy simbólico y destacado en la película. El diablo constantemente tienta a Jesús para que no siga adelante con su acción redentora y María, bellísima interpretación artística, representa como nunca en otras películas sobre el tema, el acompañamiento, la complicidad, el amor maternal, el respeto, el silencio, el perdón, en definitiva, el papel que en realidad le otorga Dios según el Evangelio cuando la llama a ser Madre de Jesús.


Pero lo que Gibson busca por encima de todo es mostrar nuestra humanidad –unas veces ensalzada por el amor o por el sentido divino de la existencia, y otras embrutecida por la hipocresía, la envidia o la soberbia-, así como su conexión con lo espiritual. Por eso son frecuentes los primeros planos de rostros que dejan ver un espíritu lleno de compasión que es piedad, de dolor que supone el amor, de remordimiento que lleva a la desesperación o al arrepentimiento, o de soberbia que acaba en sadismo. La película habla a la conciencia del espectador creyente y también al materialista, al político oportunista y a la masa que es manipulada, al dirigente orgulloso y al frívolo…, arquetipos que tienen su correlato en la historia contada.




Otra de las cosas que se ha comentado sobre la película es el posible antisemitismo. Estas afirmaciones también deben hacerse después de haber analizado bien el film, porque a la obstinación de Caifás en pedir la crucifixión hace abundante contrapeso el sadismo de los verdugos romanos, y además: ¿No es judío el Juan que sostiene a la Madre, o no es judía la piadosa Verónica, no es judío Pedro, que perdonado, morirá por el Maestro? Unas frases anteriores en boca de María dichas antes que se desencadenase todo el drama nos ilustran y responden a estas cuestiones: «Todos los hombres son esclavos y ahora ya no lo serán más». Todos, absolutamente todos, judíos o gentiles.

En el plano técnico, el film es de una altísima calidad: la luz, la fotografía magistral, el vestuario, la escenografía, el maquillaje, todo queda al servicio de una producción que no deja indiferente al público después de verla.

Un último apunte a modo de anécdota: cuando en la crucifixión Gibson decide (concesión artística que se permite), que los clavos no se introduzcan en las muñecas, sino en las manos de Jesús, es él mismo, su misma mano la que sostiene el clavo que va a ser introducido en la mano de Jesús. Él explica que lo hizo para representar que su propia maldad fue, al menos, en parte, la que crucificó a Cristo.

En definitiva, una gran película religiosa y humana, bien construida y que llega al espectador, con mucho fondo y buena ambientación artística, que parte de la fisicidad para llegar a lo espiritual. Cine de miradas y de silencios elocuentes que hablan de otra vida y de otras realidades distintas a la del odio y el poder. Dicho esto, ya nos podemos hacer una idea de lo que veremos si optamos por poner "La Pasión de Cristo", en nuestra lista de películas "que hay que ver".

No hay comentarios: