domingo, junio 14, 2009

De rodillas





Situarse ante el Sacramento de la Eucaristía es participar en el mayor acontecimiento que han visto los siglos. Es experimentar, con asombro y humildad, la grandeza del Amor de Dios. De aquel que, siendo el Creador, es criatura en un único Ser. Dios que se abaja para dignificar a su criatura y adoptarla.

Un misterio insondable ante el que sólo cabe postrarse. Una maravillosa realidad que ilumina nuestras vidas y nos muestra el valor potencial y de facto de toda criatura humana, desde el mismo instante de su concepción y hasta después de su muerte natural, señalando el respeto y la admiración que le debemos a toda su vida, en cualquier momento en la que ésta se encuentre y cualquiera que sea su desarrollo corporal, puesto que trasciende lo meramente natural.

Un gran don que vamos descubriendo por la lógica de la razón y en el que profundizamos por la luz de la fe. Algo que requiere de todo nuestro respeto, aunque sólo estemos en los umbrales de tan fabuloso descubrimiento e incluso de espaldas a tamaño resplandor; algo que debemos mirar como a la única y gran maravilla del Universo. No sin razón, los fieles rezamos y cantamos postrados de hinojos: De rodillas, Señor, ante el sagrario que guarda cuanto queda de amor y de unidad. Venimos... Se trata del comienzo de una lectura y del himno que centra la liturgia del Corpus Christi. Dios que puede verse y tocarse, transitando por nuestras calles, sin olvidarnos de que sólo a Él adorarás, porque sólo Él es tu sumo bien y tu eterna felicidad.

La vida humana ha sido deificada en Jesucristo. Así, todo ser humano desde su mismo origen es morada divina y vida sagrada; vida que no puede ni debe ser instrumentalizada, comenzando por la propia. La persona nos es, por tanto, concebible para un fin meramente circunstancial, ya que equivaldría a una profanación. Es lo que nos impide proponer a estos seres para crear bancos de órganos o bien para usarnos como objeto de placer. Aquí y ahora estamos muy equivocados.

De rodillas, Señor ante una realidad inimaginable pues, todo lo de Dios, nos rebosa ampliamente y sólo por su gran bondad, la acariciamos de lejos; acercándonos a Él en la medida que nuestro amor lo posibilita. Es nuestra manera de reconocer y de cantar el gozo de encontrarnos en Su presencia; ante el primogénito de todos nosotros, ante un hombre que es Dios.

Javier Peña Vázquez * Málaga

Custodia de Málaga


Custodia de Sevilla




Custodia de Toledo

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