Ahora que estamos perdiendo la propia identidad, ahora que la barbarie en su grado máximo de desprecio a la vida humana con la muerte por parte de la madre de sus propios hijos antes de nacer, se requiere que hombres y mujeres valientes vuelvan a sus raíces y defiendan el rico, humanístico y cristiano patrimonio de Europa. La cultura está disolviéndose como una pastilla efervescente que no deja poso. Los católicos podemos dar a Europa un nuevo sabor y una nueva consistencia.
Dice el Papa en su audiencia de los miercoles, recordando a los cluniacenses: "Pidamos para que todos los que se esfuerzan por lograr un auténtico humanismo y por el futuro de Europa redescubran, aprecien y defiendan el rico patrimonio cultural y religioso de estos siglos".
CIUDAD DEL VATICANO, 11 NOV 2009 (VIS).-En la audiencia general de este miércoles, celebrada en el Aula Pablo VI, el Papa habló sobre la Orden de Cluny, "un movimiento monástico de gran importancia en la Edad Media, que restauró la observancia de la Regla benedictina".
El Santo Padre explicó que Cluny "quiso garantizar el papel central que debe ocupar la liturgia en la vida cristiana; (...) promovió la música sacra, la arquitectura y el arte, (...) enriqueció también el calendario litúrgico (...) porque los monjes estaban convencidos de que con todo ello se participaba en la liturgia celestial".
La Orden de Cluny, "al inicio del siglo XII, momento de su máxima expansión, contaba casi con 1200 monasterios. (...) Muy pronto, el monasterio de Cluny adquirió fama de santidad y muchas comunidades monásticas decidieron seguir sus costumbres. (...) El éxito de Cluny fue asegurado, sobre todo, por su gran espiritualidad".
"El monasterio de Cluny y las comunidades que dependían de él -continuó el Papa- (...) fueron puestas bajo la dependencia directa del Romano Pontífice, que comportaba un lazo especial con la sede de Pedro, y gracias a la protección y al aliento de los pontífices, los ideales de pureza y de fidelidad, que la reforma cluniacense trataba de perseguir, se difundieron rápidamente. Además, los abades eran elegidos sin injerencias por parte de las autoridades civiles".
Benedicto XVI puso de relieve que "la reforma cluniacense tuvo efectos positivos no solo en la purificación y en el estímulo de la vida monástica, sino también en la vida de la Iglesia universal". Así, pudieron "combatir dos graves males que afligían a la Iglesia en aquel período: la simonía, es decir, la concesión de oficios pastorales a cambio de dinero y la inmoralidad del clero secular". En este contexto, recordó que "los frutos no faltaron: el celibato de los sacerdotes volvió a ser estimado y vivido y se establecieron normas más claras en la asunción de los cargos eclesiásticos".
Además, añadió, los monjes de Cluny se ocupaban de los necesitados, de la educación y la cultura. Cluny promovió "las llamadas "treguas de Dios" y la "paz de Dios". En una época muy marcada por la violencia y por el espíritu de venganza, con las "treguas de Dios" se aseguraban largos períodos de no beligerancia, con ocasión de determinadas fiestas religiosas y de algunos días de la semana. Con la "paz de Dios" se pedía, bajo pena de censura canónica, que se respetase a las personas inermes y los lugares sagrados".
Benedicto XVI hizo hincapié en que la experiencia cluniacense "recordó el primado de los bienes del espíritu; mantuvo la preocupación por las cosas de Dios, el primado de Dios; inspiró y favoreció iniciativas e instituciones para la promoción de los valores humanos; educó a un espíritu de paz".
"Pidamos para que todos los que se esfuerzan por lograr un auténtico humanismo y por el futuro de Europa -concluyó- redescubran, aprecien y defiendan el rico patrimonio cultural y religioso de estos siglos".
VIS 091111 (500)
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