lunes, febrero 09, 2009

Mensaje del Papa con motivo de la Jornada de los Niños enfermos.

COMUNIDAD CRISTIANA: AYUDAR FAMILIARES NIÑOS ENFERMOS



CIUDAD DEL VATICANO, 7 FEB 2009 (VIS).-Se ha publicado hoy el Mensaje del Santo Padre con motivo de la XVII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra todos los años el 11 de febrero, memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes.



"Este año nuestra atención se dirige especialmente a los niños -escribe el Papa- (...) y entre ellos a los enfermos y a los que sufren. Hay pequeños seres humanos que llevan en el cuerpo las secuelas de enfermedades que invalidan y otros que luchan contra males todavía incurables a pesar del progreso de la medicina".



"Hay niños heridos en el cuerpo y en el alma por los conflictos y las guerras, y otros víctimas inocentes del odio de insensatos adultos. Hay "chicos de la calle", privados del calor de una familia y abandonados a sí mismos y menores profanados por gente abyecta que viola su inocencia, causándoles una herida psicológica que los marcará para el resto de la vida. No podemos olvidar el número incalculable de niños que mueren de sed, de hambre, por ausencia de asistencia sanitaria, ni tampoco a los pequeños refugiados y prófugos que dejan junto con sus padres sus tierras buscando condiciones de vida mejores. De todos estos niños se eleva un silencioso grito de dolor que interpela nuestra conciencia de seres humanos y de creyentes".



"La comunidad cristiana, que no puede permanecer indiferente ante situaciones tan dramáticas -prosigue el texto-, advierte la necesidad imperiosa de intervenir. (...) Espero, por tanto, que la Jornada Mundial del Enfermo brinde también la oportunidad a las comunidades parroquiales y diocesanas de ser cada vez más conscientes de que son "familia de Dios" y les lleve a hacer perceptible (...) el amor del Señor, que pide que "precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad".



Benedicto XVI observa a continuación que "ya que el niño enfermo forma parte de una familia que comparte sus sufrimientos, a menudo con graves inconvenientes y dificultades, las comunidades cristianas no pueden dejar de hacerse cargo de ayudar a los núcleos familiares afectados por la enfermedad de un hijo o una hija. Siguiendo el ejemplo del "Buen Samaritano", es necesario acoger a las personas sometidas a pruebas tan duras y ofrecerles la ayuda de una solidaridad concreta".



"La dedicación y el compromiso constantes en servicio de los niños enfermos son un testimonio elocuente del amor por la vida humana, en particular por la vida de los que son del todo débiles y dependen absolutamente de los demás. Es necesario afirmar con fuerza la dignidad suprema y absoluta de toda vida humana. Con el pasar del tiempo no cambia la enseñanza que la Iglesia proclama incesantemente: la vida humana es bella y hay que vivirla con plenitud también cuando es débil y está envuelta en el misterio del sufrimiento".



"Juan Pablo II, que nos ofreció un ejemplo luminoso de aceptación paciente del sufrimiento, sobre todo en el ocaso de su vida, escribía: "En la cruz está el "Redentor del hombre", el Varón de dolores, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos físicos y morales de los hombres de todos los tiempos, para que en el amor puedan encontrar el sentido salvífico de su dolor y las respuestas válidas a todas sus preguntas".



Por último, Benedicto XVI manifiesta su "aprecio y aliento a las organizaciones nacionales e internacionales que se ocupan de los niños enfermos, sobre todo en los países pobres, con generosidad y abnegación", y a todos cuantos "se dedican con amor a curar y aliviar los sufrimientos de los enfermos" .



"Un saludo muy especial -concluye- para vosotros, queridos niños enfermos y que sufrís: el Papa os abraza con afecto paterno junto a vuestros padres y familiares y os asegura un recuerdo especial en la oración, invitándoos a confiar en la ayuda materna de la Inmaculada Virgen María".

VIS

Ver:

Niños con los ojos rasgados

El lenguaje del afecto en el trato con los enfermos.


La sonrisa de Paco, por Gloria Conde

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