miércoles, octubre 18, 2006

La vaca que saltaba sobre la luna.

Realismo y subjetivismo. En juego: la poesía.
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Para soñar, para imaginar que una vaca salte sobre la luna, se requiere una vaca real y una luna real. El problema de nuestros subjetivistas es que niegan la vaca y la luna, y así ¿quién salta?

La vaca que saltaba sobre la luna.



Al puro estilo chestertoniano, hay un artículo sobre la rima de la poesía de Chesterton en el que cita esa balada que se canta a los niños como ejemplo de que la imaginación y la realidad se necesitan. Todos los niños tienen claro lo que es una vaca, gorda y fofa; y también la luna, lejana y fría. Saben a lo que llegan sus saltos y saben que la vaca no puede saltar sobre la luna. Pero la ven con la imaginación y se recrean.



Y este sería el resumen de la tesis de Chesterton en “El hombre que fue jueves”; aunque no adelantaremos acontecimientos. Para ser un gran poeta se requiere estar anclado a la realidad. No hay poesía sin atardeceres. Dios, creador del Universo, nos lleva a miles de imágenes, de paisajes, de rostros, pero todos sometidos a una rutina: el día sigue a la noche, la noche al día. El invierno sigue al otoño, la lluvia a la sequía. Y la variedad de paisajes, la complejidad que admiramos, el sentir y el amar de los humanos, se conjuga con el nacer y el morir que nos rige la vida.



Un poeta mira con sus ojos la realidad y la convierte en realidad soñada o vivida, la transforma en imágenes que son más bellas y sugerentes cuando se refieren a las emociones, pasiones, afectos, virtudes heroicas, vicios mezquinos, e, incluso, aprensiones intelectuales sublimes. El loco, el anárquico de la historia quiere una poesía pura, un mundo sólo de centauros, de no-leyes, de no-vida.



Y es que, incluso, para soñar esos mundos se requiere el alimento del cuerpo, el alimento del alma y papel, con el papel el árbol, con el árbol el sol y la lluvia. Y, detrás de todo, se encuentra el marco del cuadro que nos ata a la vida.



Vallejo Nájera decía que los genios no eran los que no tenían condicionantes, sino los que los superaban o aprovechaban para su obra. El primer condicionante de un cuadro es el marco; el de una obra literaria el lenguaje con el que se escriba.



De ahí que el poeta loco no encuentre un lugar donde apoyarse; mientras que el trovador, el rapsoda, el poeta de romances o el poeta de la vida sueñan con mundos ideales, posibles o imposibles, pero bien sustentados en la rutina de la vida.



Curioso destino: la imaginación es más viva cuando más hunde sus raíces en la tierra. Cuando ella vuela hacia el absurdo, la no convención, los mundos más y más subjetivos, se transforma en un ente tan exclusivo que, como bola opaca, en él mismo encuentra al autor, al lector, al crítico y al editor. Porque lo más exclusivo de mi sentimiento si es humano, es universal y comunicable. Y, cuanto más incomunicable, menos humano.



Frid.

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