Dice la Pontificia Academia para la Vida: “la clonación constituye una radical manipulación de la racionalidad constitutiva y la complementariedad que se encuentran en el origen de la procreación, tanto en su aspecto biológico, como en el propiamente personal; pues tiende a convertir la existencia de dos sexos en un puro residuo funcional, unida al hecho de que es necesario utilizar un óvulo, privado de su núcleo, para originar el embrión-clon y necesita, por ahora, un útero femenino para poder llevar hasta el final su desarrollo. De este modo se utilizan todas las técnicas experimentadas en zootecnia (...)
Se produce una instrumentalización radical de la mujer, reducida a algunas de sus funciones puramente biológicas (prestamista de óvulos y útero) y se abre la perspectiva hacia la posibilidad de construir úteros artificiales, último paso para la construcción “en laboratorio” del ser humano.
En el proceso de la clonación se pervierten las relaciones fundamentales de la persona humana: la filiación, la consanguinidad, el parentesco, la paternidad-maternidad. Una madre puede ser gemela de su made, carecer de padre biológico y ser hija de su abuelo. Con la FIVET ya se ha introducido la confusión en el parentesco, pero con la clonación se verifica la rotura radical de esos vínculos” (Academia Pontificia para la Vida; Reflexiones sobre la clonación, Observatore Romano de 25 de junio de 1997; páginas 180 y 181 del libro).
Dos preguntas sencillas, pero sin respuesta limpia:
Pregunta sin contestar aún por la falta de éxito: ¿cuántos seres humanos se han sacrificado ya para ese experimento? Para llegar a la oveja Dolly se utilizaron 267 embriones. Luego para el éxito se requerirán centenares de intentos.
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