martes, agosto 22, 2006

¿Donde la sabiduría, donde?

¿Donde encontrar la sabiduría?

Hoy en día se ha exaltado la ciencia y se ha aborrecido del tirano. Y, sin embargo, el hombre sigue a ciegas las declaraciones que, desde la moda –que alguien dicta- se considera que son verdades indiscutibles. Mejor dicho, no son ni verdades, que también a la verdad se tiene miedo, son, sencillamente las normas más adecuadas para evitar los conflictos.

El hombre, sin embargo, en cuanto se habla de la ciencia, la tiene un temor reverencial, ahí sí que se cree lo que le dicen desde la atalaya del prestigio del sabio. Y eso no es complicado porque el científico "moderno" no dicta, curiosamente, verdades; dice: mirad no sabemos la causa del mundo, luego no hay Dios. No sabemos el porqué del mundo pero hay Evolución. Pero no os preocupéis, la evolución es ciega, es el mismo caos, el azar, el que nos lleva cada vez a un mundo mejor. Progresamos. Quedaos con eso.

Y mientras tanto, dejadnos a nosotros, a los científicos, hacer todo lo que veamos que se pueda hacer, aunque sea manipularos.

Curiosamente, desde una premisa, la de la libertad absoluta, la de la no violencia ni imposición de verdades, se hace un juego de manos y acabamos al dictado de unos científicos que lo ignoran todo del porqué y del para qué y sólo saben el cómo manipularnos.

El sabio era el que se preguntaba las razones últimas de las cosas. Y solía concluir que el mundo tenía un origen, que el progreso era providencia, que la ciencia se sometía al hombre que la ejercía, que la ley humana debía amparar la dignidad e igualdad esencial de todos los hombres, que también había freno para los que dictan las leyes y que, por encima de la voluntad de la mayoría están la esfera de lo individual y las esferas de múltiples relaciones humanas basadas en los compromisos de esas personas.

Hoy hemos echado de nuestra casa al sabio, garante de nuestra dignidad y libertad, y hemos dejado entrar en ella al vendedor de baratijas. Hemos cedido las decisiones sobre lo más exclusivo de nuestra individualidad al criterio de la mayoría. Hemos permitido que desde un pretendido bien público se pongan serias cortapisas a las esferas de elección relacionadas con la educación y formación de las personas, y hemos comprado en el bazar del progreso un plato de lentejas para una sola época de la vida: el imperio de la apetencia; algo que de todos modos ya teníamos.

El sabio, desde su rincón nos dice que si hubiésemos elegido su disciplina, habríamos encontrado en ella la defensa contra toda intromisión de la tiranía. Porque habríamos encontrado un hombre anterior al Estado, una naturaleza anterior a la manipulación técnica, una familia, unas agrupaciones civiles, una vida individual y colectiva sobre las que el Estado no tiene más función que el tutelar que existan. Habríamos elegido la libertad más segura, sin esperar que el Estado nos la distribuya según su discreción.

frid

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