lunes, agosto 28, 2006

Soy capitalista pero en mi casa soy sencillamente Federico.

La vida es más rica que el capitalismo, pero sin él no hay una rica vida.

El otro día, gracias a un amigo bloguero, entré en un enlace que me llevó a un documento sobre lo que es el capitalismo de Ayd Ran. Y, enseguida me quedé convencido. Soy capitalista. Es evidente que es el mejor sistema, si no es el único, competente para generar riqueza. También es el mejor sistema para garantizar la libertad individual. Ciertamente unos se enriquecen más que otros, pero esos unos hacen subir el nivel de vida y el confort de los demás. De hecho trabajan para esos otros que son sus clientes y sus beneficiarios.

En toda ciudad que se precie, en todo Estado, en el mundo entero se debería estar agradecidos a los grandes hombres que han creado riqueza por medio de la innovación. Deberíamos recordar con admiración al inventor de la máquina de vapor, al del automóvil, de la locomotora, del submarino, al descubridor de la electricidad, a los genios de la informática, al descubridor de la penicilina, y a tantos otros que han hecho avanzar a la humanidad dentro de un sistema claramente liberal en los aspectos económicos.

Ciertamente hay y ha habido desigualdades sociales, pero en el mundo occidental, en el heredero del capitalismo liberal, la sociedad ha avanzado en calidad de vida, en esperanza de vida y en salud. Y también ha podido dedicar sus sobrantes al desarrollo del tercer mundo, que también está mucho mejor que hace cien años, si bien todavía queda mucho que solucionar.

Sin embargo hay esferas de nuestra vida en las que el capitalismo no funciona, aunque funcione la libertad. Y eso es, sencillamente, que el capitalismo, como el liberalismo, sólo se refieren a un grupo de las relaciones entre los hombres. El hombre es algo más que un hombre-económico o que un hombre-político. El hombre es padre, madre, esposo, esposa, hijo o hija. Y esas relaciones son de otro tipo.

El ser esposo se elige; pero luego ya hay unos compromisos y un contrato peculiar que, a la llegada de los hijos, se vuelve ya irrenunciable en la paternidad. Ese último vinculo, deseado por los padres, es permanente. Pero el hijo recibe una relación sin haberla elegido: es hijo por decisión de otros.

Ahí no funciona el capitalismo. Ese tipo de relaciones, libres al inicio, se fundamentan en otros principios: la entrega plena y generosa sin esperar contraprestación alguna por parte de los padres; el amor filial del hijo que cada vez es menos dependiente y que, con el pasar de los años, le lleva a cuidar sin esperar contraprestación alguna de sus padres; el amor generoso y de donación plena entre los esposos, lo que es garantía de su felicidad. Esa es una sociedad más perfecta que la política y económica, se basa en el máximo principio: en el amor.

De esa sociedad aprenden los buenos políticos y los buenos empresarios, que son algo más que caudillos o jefes; gobiernan con suavidad y epiqueya; atienden a los empleados también en las necesidades materiales. Algo de eso sabe la Iglesia católica cuando escribe sobre Justicia Social, porque en ella está el aceite para la convivencia.

Frid

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