Buscando un discurso común.
Una posición tradicional del liberalismo ha sido evitar que los hombres adquirieran compromisos permanentes. De hecho, los primeros liberales no entendían ni el matrimonio indisoluble ni el compromiso de celibato para siempre que hacen los religiosos. Y ahí hay una contradicción. Un liberalismo auténtico debería permitir que los hombres, en el ejercicio de su libertad, adquiriesen compromisos de por vida; siempre existen medios extraordinarios para situaciones extraordinarias mientras se viva, pero se debe admitir que los hombres podemos tener la ilusión de mantener relaciones estables.
Además esas relaciones estables están insertas en la misma naturaleza humana. Los padres están vinculados a los hijos para siempre y no se quejan por ello. Las herencias pasan de padres a hijos y así sucesivamente. Las empresas familiares son una realidad, los títulos nobiliarios de trasmiten de padres a hijos. Nos sentimos unidos afectivamente al territorio de donde provenimos.
Por eso entiendo que, también el liberalismo requiere una corrección, una corrección que confíe más en la naturaleza humana. Porque el compromiso matrimonial es natural, es un compromiso con vocación de permanencia, se entiende que podemos tener el propósito de contraerlo con una cláusula de permanencia.
También es algo evidente que el “divorcio”, el gran logro del liberalismo en la normativa matrimonial, es el resultado de un fracaso, de un fracaso humano de marido y mujer; un daño evidente para los hijos del matrimonio; un problema afectivo, un trauma de los divorciados; un coste económico importante; una puerta para otros fracasos; e, incluso, un catalizador de la violencia doméstica.
Teniendo tantos problemas para los que lo sufren, ¿no puede legislarse sobre el divorcio de modo diferente? ¿no puede cambiarse el paradigma? Si tienes problemas en tu matrimonio, arréglalos, no lo tires por la papelera, como decía Chesterton.
Se pueden crear instituciones que ayuden a los matrimonios a resolver satisfactoriamente sus crisis, se puede fomentar desde las poderes públicos la lealtad matrimonial, se pueden poner trabas para que el divorcio no sea la primera vía de salida ante los problemas normales de la vida.
Todo esto es como poner rejas en el edificio en construcción para que la caída del operario no sea mortal. Pero ¿Basta sólo con la legislación?
Una sociedad basada en el máximo placer, en el “me apetece”; una sociedad sin recursos morales, sin educación en las virtudes, sin hombres y mujeres fuertes, es una sociedad en la que el divorcio siempre estará presente como “la solución” al problema, un problema que tiene sus raíces en las mismas personas, inmaduras, que acuden al mismo como panacea.
Un jugador o un borracho que van al casino o a la cantina por “última vez”, seguirán yendo. Una persona débil, sin recursos, que va al “divorcio” como solución volverá a la recaída; porque no existe ni la mujer ni el hombre ideal. El matrimonio es un vivir juntos, pero también es un “crecer juntos”, un “asumir responsabilidades juntos”, un “educar juntos”, un “envejecer juntos”. Y no se ama sin roces.
Mi conclusión es simplemente que se deben poner “chinitas” al divorcio y “autopistas” a la reconciliación: Por ejemplo, se deberían fomentar entidades de ayuda familiar orientadas a facilitar la solución de conflictos; además de prevenir por medio de cursos de orientación familiar: enseñar a ser padres, a ser esposos, a ser hijos. Y se debería ser más restrictivo con las medidas de divorcio. Y, evidentemente, eliminar el divorcio exprés como una solución a un problema que, lo ideal sería volver a hacer las paces.
Sin embargo esas soluciones no bastan, el divorcio es, en gran parte, un problema de la falta de madurez de las personas concretas, que no estamos acostumbrados a sufrir un desplante, un disgusto, una discusión, un sacrificio. No aguantamos nada. ¿Por qué? Porque nos faltan virtudes: generosidad, fortaleza, comprensión... En definitiva, si somos mejores personas será más fácil que superemos las crisis normales de la vida, pues la muchas de ellas surgen en el roce con los seres queridos. Nunca tenemos problemas con desconocidos.
Frid.
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4 comentarios:
Las primeras víctimas del divorcio.
El divorcio suele afectar negativamente a los esposos, a los que considero las primeras víctimas de su fracaso matrimonial; pero, de manera muy señalada, los hijos son las principales víctimas de la situación, víctimas inocentes que pagan muy caro. ¿El divorcio es progreso? A lo largo de mi experiencia como educadora, he visto cómo algunas esposas separadas y/o divorciadas se olvidan de puntos importantes de su casa o de su vida (se distraen con mayor facilidad, embebidas como están en sus problemas personales o familiares que han de llevar ellas solitas). A ellos, contrariamente, se les suele notar su profunda tristeza en el semblante, acompañada de desaliño; su vida se vuelve mustia y, a veces, hasta turbia. De todas formas, poco a poco van superando su situación, algunos con bastante dificultad y dejándose siempre en el hogar, unas cenizas calientes que, con suerte, podrían resucitar y renovar el fuego. Decían los psicólogos de Estados Unidos, paradigma del divorcio: "Si tu matrimonio no funciona, rehaz tu vida". Ahora, tras una larga experiencia, dicen: "Si tu matrimonio no funciona, arréglalo".
Josefa Romo
Ese es el planteamiento que intento de hacer: siendo un "mal" para los "divorciado" el divorcio, algo se debe hacer para evitarlo. Y, además de los psiquiatras, la sociedad civil debe cambiar, debe vender que "está de moda ser fiel en el matrimonio"
Abundando el argumento:
Las principales víctimas del divorcio
Los hijos, víctimas inocentes del divorcio de sus padres, se ven, en muchos casos, forzados a pagar, con su propia persona, una situación en la que no han intervenido. ¿Qué les ocurre? Sencillamente, si son pequeños, se vuelven inseguros y no maduran; si mayores, penas y problemas psiquiátricos; también, dificultades académicas y hasta conducta problemática. ¡Cuánto saben de esto los que tratan profesionalmente con niños y adolescentes...! Sí, los niños cuyos padres se separan, no suelen asumirlo y sueñan, como decía el gran psiquiatra Vallejo Nájera, en la vuelta a casa del padre que se fue (aún recuerdo a un alumno mío de doce o trece años que me manifestaba, furioso de rabia, que su padre tenía que regresar). No aterrizan en la realidad. Cuando ellos mismos se casan, suelen confiar menos en su pareja, que tendrá que realizar un gran esfuerzo de comprensión, sin que siempre lo logre, abocados como están tantos a repetir el fracaso de sus padres. Pienso que las Administraciones públicas no ayudan cuando presentan el divorcio como síntoma de modernidad y de progreso y no como lo que realmente es y supone: un fracaso muy doloroso. Deben poner, además, a disposición de los esposos con problemas de entendimiento, mediadores familiares rectos que les estimulen para canalizar su situación y les alumbren. Desgraciadamente, como hay “pasta” por los juicios, no faltan abogados que los impulsan a la separación y al divorcio. Hay amigos separados que también influyen negativamente, quizá por el mal instinto de envidiosos, de salpicar a otro cuando se ven manchados de lodo. ¿No será hora de escuchar a los americanos cuando dicen: “Si tu matrimonio no funciona, arréglalo”? Nos jugamos mucho más de lo que parece.
Josefa Romo
Cierto, los padres tienen un compromiso no renunciable con los hijos. Si hay hijos, por ellos, "vale la pena" intentar llevarse bien... y, si se intenta, se llega a conseguir.
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